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U N O


—El plan es sencillo; tienes que entrar a su mundo, enamorarlo y destruir su corazón. —Esa fue la promesa con la que inició la tradición.

A simple vista, la idea parecía descabellada y cruel, pero conforme mi cerebro la asimiló, comenzó a ser atractiva.

Destruir a los chicos que veían a las chicas como objetos, ¿por qué no? ¿Por qué no cambiar su juego? ¿Por qué no hacerlos experimentar lo que ellos tanto hacían? ¿Por qué rehusarse a ser la víctima cuando podías vencerlos sin el mínimo esfuerzo?

Me rehusaba a quedarme de brazos cruzados, y ver como ellos salían victoriosos e ilesos. No merecían ese tipo de tranquilidad después de tratar a alguien como si fuese una basura. Mucho menos al alardear sobre sus acciones.

Tal vez no existía el karma o un ser mitológico dispuesto a impartir justicia, pero sí las causalidades. No puedes efectuar un golpe sin esperar otro a cambio. Todo a nuestro alrededor giraba en torno a cada movimiento previo, y los chicos que seleccionaríamos en el último año estaban a punto de descubrirlo. De una u otra forma, sus acciones los llevaron hasta nosotras y, tal como la vida, no planeábamos ser indulgentes.

Aunque, para ello, faltaban más de dos meses. Recién estábamos en el mes de septiembre, y nuestra única preocupación de momento era el inicio de clases.

Metí las manos en las mangas del saco del uniforme para aminorar el frío. La madrugada había sido lluviosa, y las paredes de Sheridan transmitían humedad y brisas heladas al contar con áreas tan expuestas para que los alumnos no se sintieran prisioneros. Era un instituto grande y diverso en actividades, con jardines y campos deportivos difíciles de llenar, pero ideales para quienes buscaban tranquilidad y soledad.

Fui directo a los casilleros, ignorando cualquier posible distracción, y tomé la nota que estaba entremetida en el mío. Lo miré con curiosidad antes de abrirlo. Era de un color marrón tan claro que podías ver la tinta negra traspasar los dobleces.

«¿Nos vemos después de clases? No tengo ganas de llegar temprano a mi casa».

Hailee.

Sonreí.

Me seguía pareciendo peculiar la forma en la que ella, una de mis mejores amigas, prefería comunicarse con las personas cuando no las encontraba, en lugar de mandar un mensaje de texto como cualquier otro adolescente lo haría, entre otras acciones más que restringían su uso a la tecnología. La razón de ello iba más allá de no entender las redes sociales. A ella simplemente no le agradaban las cosas que se interponían con la interacción física, por lo que se limitaba a usar cualquiera que pudiera perjudicarla.

Podía parecer una proclamación absurda de su parte, más en la época en la que vivíamos, pero yo lo consideraba uno de los mejores rasgos de su personalidad, incluso siendo alguien que solía estar ajena a su alrededor la mayoría del tiempo.

Guardé la nota en un libro y me dirigí a mi primera clase del día. La hora de entrada ya había finalizado, y mi alrededor carecía de alumnos. Tenía que apresurarme si no quería tener puntos menos. Por desgracia, no pude dar más de tres pasos cuando una persona apareció a mi lado, y entrelazó su brazo con el mío con un apretón cariñoso.

—¡Aquí estás! —El rostro de Blair, mi otra mejor amiga, se iluminó con una genuina chispa alegre—. ¿Recibiste la nota de Hailee?

Le di una mirada tierna, y asentí. Ella era como un sol radiante, y sonría con la misma elegancia con la que una rosa se abría por las mañanas, por lo que su presencia siempre me ponía de un buen ánimo y me hacía olvidar, como en ese momento, que tenía un pendiente más importante.

Prometo Destruirte. [Nueva versión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora