𝙿𝙰𝚁𝚃𝙴 𝙸

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PRELUDIO.

Los asesinatos cesaron en Woodsboro, desde el asesinato de Maureen Prescott hace unos meses. La única heredera de la familia Prescott a penas hacía unos días que había declarado ante el juez, por lo que habían condenado al violador y asesino de Maureen.

—Esto me da dolor de cabeza —el policía se quita las gafas y las deja sobre la mesa. Se masajea la sien.

—¿Qué ocurre? —un joven se sienta en el escritorio de al lado, mientras deja unos documentos sobre la mesa.

—El caso de Maureen Prescott —el hombre mira a su compañero.

—Ya está resuelto, jefe —el joven mira al mayor con extrañez—. Cotton Weary está entre rejas.

—Algo me dice que hemos encerrado a la persona equivocada, Keith —el policía mira al más joven.

—¿Por qué lo dice, jefe?

—No lo sé, mi intuición dice que él no es el asesino y que el verdadero sigue por ahí fuera.

—¿Crees que vuelva?

—Es posible, pero debemos estar atentos a todo, Keith —el policía se rasca la barbilla—. Es por eso que he hecho llamar a uno de los mejores policías de norte américa.

—¿Es broma? —Keith mira a su superior boquiabierto, mientras una pequeña sonrisa se forma poco a poco.

—No —el mayor se echa hacia atrás en la silla y se cruza de brazos mientras sonríe a su compañero—. De hecho, llegará mañana, junto con su familia.

—¿Está casado? —el mayor asiente con la cabeza—. No lo sabía.

—Casi nadie sabe nada de su vida privada, lo mantiene todo en secreto, pero...a partir de ahora va a trabajar con nosotros —el joven policía mira con admiración al mayor—. Nada de preguntas inútiles, ni preguntas personales, ni alguna de esas tonterías que se os puedan ocurrir.

—De acuerdo, jefe —el joven le muestra las palmas de las manos mientras se ríe.

El policía suelta un suspiro antes de volver a centrar su atención en el informe de Maureen Prescott.

◊◊◊

—¡Bien, todo el mundo atento! —el capitán de la policía de Woodsboro llama la atención a todo el cuerpo de policía—. El comisario Ewing está a punto de llegar, por lo que no quiero preguntas estúpidas por vuestra parte, sobre todo por la tuya, Dewe —el capitán se gira hacia el policía más joven del cuerpo. El comentario hace que el resto del equipo suelte una risa.

—Evitaré hacerlo, capitán —el nombrado tiene un leve tono rojizo en el rostro mientras intenta esconderse.

Antes de que el capitán pudiese decir una palabra más, las puertas de la comisaría se abren. Los componentes del cuerpo se giran para mirar al recién llegado, el cual es un hombre, de unos cuarenta y tres años, de cabello castaño claro, corto, y ojos azules. Es alto, llegando a medir metro ochenta y ocho.

Viste con un traje gris, de dos piezas, con unos zapatos de vestir negros.

—Comisario Ewing —el jefe de policía se acerca hacia el recién llegado y le tiende la mano.

—Capitán —el nombrado le estrecha la mano—. Es un honor estar aquí.

—El honor es nuestro por tenerle aquí, comisario —el capitán parecía ser un gran admirador del comisario Ewing, pues se mostraba nervioso y tenía un extraño brillo en los ojos mientras observa al recién llegado—. Quiero presentarle al equipo, comisario.

El capitán comienza a presentarle al resto de la plantilla al comisario, el cual los recibe con una sonrisa.

—Él es Dewe —el joven policía le estrecha la mano al comisario—. Es nuestra nueva incorporación.

—Un placer —el joven policía tiembla al ver al comisario.

—El placer es mío, comisario —el moreno le dedica una enorme sonrisa—. ¿Podría sacarme una foto con usted?

El jefe de policía va a reclamarle, pero eso parece hacerle gracia al comisario, ya que, tras una carcajada, acepta gustosamente a hacerse una foto con el joven.

Uno de los compañeros no tarda en hacerse con una cámara.

—Pareces un palo, Dewe —se burla uno de los compañeros.

El joven policía se encontraba muy rígido. El comisario deja escapar una carcajada justo en el momento antes de que se dispare el flash de la cámara.

—¿Cómo una persona como usted, comisario, ha aceptado venir a un pueblo como Woodsboro? —pregunta el jefe de policía una vez que se han quedado solos en el nuevo despacho que pertenecerá al comisario jefe.

—Digamos que Nueva York ya ha sido suficiente para mí.

—¿Pero Woodsboro? —el jefe de policía se sienta en una de las sillas que hay al otro lado del escritorio—. Con el reciente asesinato de Maureen Prescott, ¿no querría algo más tranquilo?

—Créeme, Bautista —el comisario se apoya en uno de los brazos de la silla—. El asesinato que ha tenido lugar hace unos meses es de lo más tranquilo que ha podido pasar y cuando escuché de él no perdí ni un momento en pedir el traslado a esta comisaría. Obviamente fue un choque para todos mis compañeros de la comisaría allí en Nueva York, pero entendían el por qué.

—¿Puedo preguntar el por qué, comisario?

—Puede —el hombre hace un gesto afirmativo con la cabeza—. Pero yo no responderé a esa pregunta.

—Disculpe, comisario —el jefe de policía parece abrumado.

El jefe de policía se pasa la mañana metido en el despacho del comisario jefe, enseñándole las normas y la forma de trabajar en Woodsboro.

—¿Le llevo a casa, comisario? —el jefe se acerca al coche de policía que usa también como vehículo personal.

—No se moleste, jefe —el comisario saca las llaves de un Chevrolet Impala del 67, de color negro.

—Veo que el sueldo en Nueva York le ha permitido adquirir esa joya —el jefe de policía se coloca la gorra y deja escapar un silbido de admiración.

—Soy un gran admirador de los coches clásicos, capitán —el comisario abre con la llave, para después abrir la puerta del coche—. Le veré mañana, Bautista.

—Comisario —Bautista le vuelve a hacer un gesto con la gorra a modo de despedida y ve como su nuevo jefe se aleja en el antiguo coche.

Ninguno de los dos lo sabía aún, pero la llegada del nuevo comisario levantaría el interés de una persona en unos meses, y, más concretamente, de la hija adolescente del comisario. 

𝐇𝐄𝐑 | 𝐁𝐈𝐋𝐋𝐘 𝐋𝐎𝐎𝐌𝐈𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora