2: Aparecen más personas interesadas en la suerte de la estrella fugaz caída.

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En el corazón de un bosque, había una pequeña casa, hecha de paja, madera y arcilla gris, con un aspecto de lo más inquietante.

La casita era mucho más grande en su interior. Un fuego ardía humeante contra una pared, y un hilo de humo salía de la chimenea, en las alturas.

Cada superficie en la casa estaba llena de polvo y telarañas, resaltando que lo único limpio en toda la casa era un espejo de cristal negro, alto y ancho como la puerta de una iglesia, que reposaba contra una pared.

Los dueños de la casa eran tres hermanos, pertenecientes a lo que ellos hacían llamar La mano.

Alexandra vio la estrella caer mientras iba a traer leña por la noche, y a pesar de su edad y deplorable estado de salud, se apresuró a armar un alboroto y despertar a sus hermanos.

— ¿Qué demonios quieres? — se levantó Bakuto entre quejidos, sus manos llenas de arrugas frotaron sus ojos para espantar el resto del sueño.

— Ha caído una estrella fugaz — dijo sonriendo mucho más amplio, haciendo notar la falta de algunos dientes frontales.

Eso bastó para que los otros dos se levantarán pronto, viendo ansiosa a su hermana, llenándola de preguntas, una
tras otra.

— Acabo de verla, tenemos que hallarla antes que cualquiera — la anciana se movía con entusiasmo buscando algo en específico que no parecía encontrar — ¿y las velas de babilonia?

— Gao utilizó la última hace doscientos años — respondió su hermano encogiéndose de hombros sin notar el estrés de su hermana mediana — ¿deberíamos conseguir otra?

— ¡Lo dices como si las regalaran! No perderemos el tiempo buscando una vela cuando alguien más podría encontrar la estrella primero — replicó la mayor — no hay de otra, se irá por ella a pie — resopló Madame Gao como la respuesta más obvia.

— Veamos que tan lejos está — susurró Bakuto corriendo hacia una de las tantas jaulas con animales hasta encontrar un pequeño armiño, que se revolvió entre sus manos tratando de liberarse. Alexandra le ayudó y tomando un cuchillo abrió el cuerpo, tajando el vientre del animal

Los tres se agruparon alrededor de la pequeña mesa, viendo fijamente dentro del animal, buscando una respuesta.

— No está muy lejos — mencionó Madame Gao — cayó a 150 km.

Se enderezaron con miradas esperanzadas.

— Por siglos hemos estado esperando por esto — Bakuto sonrió — ¿qué son unos días más?

— ¿Quién irá a buscarla? — preguntó la mayor con una sonrisa.

Los tres asintieron en un acuerdo silencioso y cerraron los ojos, llevaron sus manos a la mesa y buscaron a ciegas, revolviendo sus dedos dentro de los intestinos del animal, cada uno deseando encontrar aquello que les garantizaría el viaje.

Alexandra entreabrió los suyos, haciendo trampa sin que lo notaran, vio hacia abajo y tomó aquel órgano vital que todos estaban buscando para después cerrar los ojos rápidamente. Los tres volvieron a abrirlos con esperanza.

— Tengo el hígado — dijo Madame Gao, decepcionada.

— Tengo un riñón — dijo Bakuto en el mismo tono.

— Yo el corazón — dijo Alexandra con cierta arrogancia disfrazada de inocencia.

Sus hermanos la miraron con cierta envidia, pero aun así comenzaron a ponerse en marcha para alistar a la mediana para su siguiente aventura.

— Necesitarás lo que quedó de la última estrella — dijo Madame Gao mientras le extendía un pequeño cofre de madera a Alexandra.

Un pequeño y moribundo destello resplandeció desde el interior y las dos brujas lo miraban atentamente.

Stardust [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora