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Jeongin iba dormido en aquel carruaje que olía a humedad, la tela empapada con su propia saliva le había dificultado respirar y terminó rindiéndose, deseando en su corazón terminar asfixiado

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Jeongin iba dormido en aquel carruaje que olía a humedad, la tela empapada con su propia saliva le había dificultado respirar y terminó rindiéndose, deseando en su corazón terminar asfixiado. Prefería morir que llegar a su destino, sabía que se estaba dando por vencido muy pronto, pero, aunque no conocía a la Reina había escuchado rumores y si eran ciertos… sería más afortunado si muriera antes de entrar en aquel castillo.

Se despertó cuando escuchó el chirrido de las pesadas puertas al abrirse, el sonido le recordaba al pesado enrejado de su hogar, el que tantas veces ordenó abrirse para poder salir a correr a libertad con su caballo Charmer. Lo cual parecía bastante lejano. Recobró sus sentidos y el olor a orines lo hizo marearse, podía sentir la humedad y la incomodidad en su parte baja, se había orinado mientras dormía. No estaba seguro si por miedo o si era porque llevaba demasiado tiempo en aquel carruaje.

Se sintió avergonzado pero dado que estaba casi seguro de que habían llegado, ese se volvió el último de sus problemas. El carruaje se detuvo, voces sonaron, pasos se acercaron y las puertas del carruaje se abrieron, la luz se filtró débilmente por la tela y Jeongin pudo ver cuatro siluetas que se desdibujaban.

–Mierda, apesta aquí adentro. ¿Estás seguro que es él? –preguntó la voz grave de un hombre, una que Jeongin no había escuchado.

–Es al que nos entregaron, a menos que dudes de…

Un sonido seco se escuchó, piel contra piel. Jeongin había entrenado junto con sus soldados, identificaba el sonido de una cachetada cuando lo escuchaba.

–Cállate, estúpido. No puedes ir por ahí diciendo eso. Toma tu maldito dinero y lárguense antes de que decida hacer otra cosa con ustedes.

Se escuchó el sonido de metal golpeando metal, las monedas de oro o plata por las que probablemente Jeongin había sido intercambiado.

Una vez más una mano se posó en el cuello del camisón del chico y fue jalado, esta vez fuera del carruaje. Intentó aterrizar sus pies en el suelo, pero las pesadas cadenas y sus extremidades entumecidas por haber estado tanto tiempo en la misma posición le fallaron y terminó de rodillas sobre el barro.

–Mírenlo, ni siquiera puede caminar jajaja. ¿Tú mami estaba demasiado ocupada siendo una zorra que no pudo llevarte al baño? –Varias risas respondieron a ese comentario, pero, aunque Jeongin quería golpear y responder a eso, seguía sin poder moverse, ver o decir nada. –Mierda, me aburres. Encierrenlo, en cuanto pueda avisaré a la reina… Oh, y denle un maldito baño. Ya saben, de los que nos gusta dar.

Antes de que él pudiera procesar algo de todo eso ya estaba siendo agarrado por dos hombres de ambos brazos y arrastrado. Sus pies raspando el lodo y después la dura piedra, de vez en cuando sus pies colgantes chocaban con lo que él pensaba eran escaleras, generándole dolor, cortadas y probablemente moretones.

Finalmente se detuvieron y una puerta se abrió. Una vez dentro, los hombres desnudaron a Jeongin sin demasiadas ceremonias y le sacaron la bola de tela de la boca.

–Por favor, ayúdenme. Se los ruego –pidió en cuento su boca fue liberada.

Pero todo lo que obtuvo fue una fuerte mano sobre su rostro, sintió el dolor palpitante en el labio y un hilo de sangre correr. No había terminado de reponerse de aquello cuando fue nuevamente jalado y sin previo aviso lo introdujeron en una tina de agua helada, podía sentir como su piel dolía y se quemaba por la temperatura. Intentó pelear para salir, pero las cadenas no le permitían hacer mucho. Sus labios comenzaron a temblar, lo cual pareció hacerle gracia a uno de los hombres.

Jeongin gritó y una nueva cachetada alcanzó su mejilla. La temperatura del agua era insoportable, pero intentó ver el lado bueno sabiendo que le ayudaría a los golpes que llevaba en todo el cuerpo. Cuando lo hundieron agresivamente hasta la cabeza no pudo evitar abrir su boca buscando algo para hidratarse, ni siquiera le importó que esta agua tuviera toda su suciedad. También fue ahí cuando se dio cuenta que en aquel lugar no desperdiciarían ni siquiera jabón en él, pues era simple agua.

–Oh… Te estás acostumbrando a la temperatura, eso no es divertido –dijo uno de los hombres cuando lo sacó a la superficie.

Lo sacaron a tropezones de la bañera y Jeongin creyó que su tormento había acabado, pero se equivocaba. Fue arrastrado de nuevo y puesto en una nueva bañera, sólo que esta vez, en el primer momento que sus pies tocaron el agua no pudo evitar gritar. El agua estaba hirviendo, dolía sobre su piel y ardía sobre la piel lastimada. Luchó más de lo que había hecho en la anterior bañera, pero de nuevo no logró nada. No importó cuánto rogó, los guardias lo retuvieron ahí hasta que el agua estuvo tibia, el chico no podía verse, pero por el dolor que sentía estaba seguro que estaba rojo e hinchado.

Cuando por fin lo sacaron ni siquiera se molestaron en secarlo, le pusieron un camisón fino de tela corriente que se le pagaba a la piel y picaba; sus ojos fueron liberados de la tela mojada. Jeongin pudo ver el cuarto, sólo eran cuatro paredes, las dos bañeras, un mueble con ropas y telas y en una esquina leña con un caldero. Uno de los hombres estaba de espaldas a él, el otro justo frente a él. Listo para poner una nueva tela sobre sus ojos. No tuvo mucho tiempo para observar, pero el hombre frente a él era blanco y calvo, con ojos apagados y los dientes chuecos, ambos hombres llevaban el uniforme dorado y verde del reino de Andrómeda. Lo cual no le dejaba más duda de en manos de quién había caído.

Un escalofrío recorrió su espalda, pero antes de que pudiera pensar en algo más fue empujado. Ahora que podía mantenerse en pie fue empujado todo el camino, chocando algunas veces contra paredes, con lo cual divertía a sus dos carceleros, quería gritarles, pero mordió fuertemente su labio, sentía su piel blanda y lo menos que necesitaba era que lo molieran a golpes, pues aún seguía con la estúpida esperanza de salir vivo de allí.

Una vez más una puerta fue abierta y él fue empujado hacia el suelo.

–Disfruta mientras puedas, cuando la veas vas a volver a orinarte, bastardo –dicho esto, la puerta se cerró y Jeongin se quedó solo en aquella habitación. Y sólo en soledad se permitió llorar. Le costaba aceptarlo, pero estaba asustado. Rogaba que en casa ya estuvieran buscándolo. Quería volver a su reino, a su gente, a su madre y a su hermano.

This love is full of fairytales ⊰ HyunIN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora