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Jeongin conocía ese nombre, nunca había visto el rostro de su portadora, pero sabía de la existencia de la princesa y el príncipe de Andrómeda

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Jeongin conocía ese nombre, nunca había visto el rostro de su portadora, pero sabía de la existencia de la princesa y el príncipe de Andrómeda. Se era sabido que la reina Ehrva controlaba demasiado la información que salía de su castillo. Si sus hijos se habían hecho alguna pintura, ninguna de éstas había visto el exterior.

No tardó demasiado en ser alcanzado por el resto del grupo, entre dos soldados tuvieron que levantarlo porque él había perdido todas sus fuerzas, fue arrastrado hacia la fortaleza.

–¡Esperen! –pidió una de las criadas de la princesa que llevaba consigo un canasto lleno de frutas, antes de que alcanzaran la entrada por lo que los hombres se detuvieron y voltearon hacia ella. La chica se acercó a ellos, demasiado cerca en realidad, tal vez más de lo que debía y los soldados comenzaron a verla con sospecha. –La princesa pidió que asearan y guardaran a su caballo.

–Entonces hazlo, criada –respondió uno de ellos.

–Yo debo alcanzar a la princesa para que tome su baño, debe prepararse para... –explicó mirando al hombre mientras su voz se apagaba. Jeongin parecía invisible en medio de la conversación, sin embargo, de repente sintió algo deslizarse en el bolso de su pantalón y vio a la chica tensarse por lo que no dijo nada. –Sólo quería que lo recordaran, la última vez nos castigó y fue culpa de ustedes.

–Sí cómo sea... –Ambos hombres se dieron la vuelta y antes de que Jeongin se viera forzado a darle la espalda a la chica, ésta le regaló una sonrisa triste y movió ligeramente su cabeza de un lado al otro.

Él entendió el gestó y no se atrevió ni a mirar su pantalón, fuera lo que fuera que la chica había puesto en su bolsillo, si los soldados se daban cuenta probablemente ella también terminaría muerta.

Fue hasta que fue lanzado una vez más a su calabozo y que la puerta se cerró que se atrevió a explorar su bolsillo. Se encontró con una pequeña bola rosada y peluda al tacto, un durazno fresco... La mirada de Jeongin se iluminó y acercó la fruta a su nariz, inhalando el olor dulce dentro de sus fosas nasales. Ni siquiera le importó si estaba lavada, la llevó directo a sus labios; el jugoso sabor explotó en sus labios, poco después mezclándose con un sabor salado, no había podido evitar llorar. Su corazón se sentía agradecido y cálido, era el primer gesto de amabilidad que recibía en lo que él sentía había sido demasiado tiempo.

Cuando terminó tomó el hueso y asegurándose de que no había ruido fuera, y con las pocas fuerzas que le quedaban lo lanzó a través de la pequeña ventana. No podía arriesgarse a que se lo encontrasen, no podía hacerle eso a la chica.

Jeongin se tumbó sobre las sucias telas, estaba demasiado cansado, pero no podía conciliar el sueño. El tiempo pasaba lento en esas cuatro paredes, sin nada qué hacer. Se quedó allí, recordando su hogar, todos los libros que le quedaban por leer y en cuyas páginas nunca podría adentrarse. Recordó las tardes de juego con su hermano contra el que no tendría oportunidad de perder de nuevo, o los paseos con su madre mientras ella le daba lecciones sobre ser rey, lecciones que no llegaría a poner en práctica. No sabía cuánto tiempo pasó cuando volvieron a ingresar a su celda, y casi agradeció que llegara su comida pues la caminata de más temprano había acabado con él. Pero los soldados no llevaban ninguna sopa y agua con ellos, ambos hombres lo miraron de forma extraña antes de acercarse para levantarlo.

–Eres un maldito perro con buena suerte –le dijo uno de ellos mientras lo llevaban hacia a el cuarto de baño.

Las piernas de Jeongin comenzaron a temblar, y sus extremidades se pusieron frías. Tal era su estado que no sintió la temperatura del agua sobre su piel, sólo se estremecía cuando lo hombres tallaron y limpiaron cada parte de su cuerpo. Estaba aterrado, tenía un límite y había sido dañado de muchas maneras en muy poco tiempo, probablemente no sobreviviría a ese hombre de nuevo.

Cuando lo sacaron del agua, lo secaron y lo vistieron correctamente, incluso fajando su camisa dentro de sus pantalones. Le sorprendió cuando le pusieron un poco de colonia detrás de sus orejas. Había algo raro en esta preparación, por lo que Jeongin sintió su estómago hundirse y sus pensamientos ir más rápido de lo que podía procesarlos.

Cuando estuvo listo lo llevaron de nuevo a ese cuarto, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo en cuanto cruzó la puerta. Sin embargo, en aquel lugar había alguien más, de espaldas a él. Jeongin también se sorprendió cuando uno de los soldados se quedó en una esquina. A través de la ventana estaba la reina con una copa entre los labios, observando al hombre que todavía seguía sin girarse, esperando... Minne también se encontraba ahí, y observaba ansiosa lo que estaba por pasar.

El que las dos mujeres parecieran más interesadas por la otra persona en la habitación que en él, hizo que se formara un nudo en su garganta y se le secara la boca, sin saber qué esperar.

Cuando por fin se giró y le dio la cara, Jeongin quedó sorprendido... su ropa, su postura y su cabello ya le deberían haber dicho algo, pero su mente no funcionaba como era debido. Esa otra persona era quien había acompañado en las otras dos ocasiones a la reina y la chica en el otro cuarto, si estaba en lo correcto ese debería ser Hyunjin. El príncipe Hyunjin de Andrómeda.

This love is full of fairytales ⊰ HyunIN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora