ᘛ IV ⊰

90 12 3
                                    

Despertó en su celda, su ropa estaba en su lugar, pero su camisón seguía lleno de vómito

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Despertó en su celda, su ropa estaba en su lugar, pero su camisón seguía lleno de vómito. Los recuerdos lo alcanzaron, se sentía sucio por dentro y por fuera; un vacío inundó su corazón y lloró. Y golpeó su cuerpo por ser débil, y a su cabeza por haber tenido la estúpida esperanza de que lo trataran con diplomacia.

Ahí no era ningún príncipe, ningún futuro rey… era sólo un preso. Todas sus ganas de salir de allí se habían esfumado, Jeongin sentía tanto que sólo quería no sentir nada, quería morir. Lo intentó, intentó poner las cadenas en sus manos alrededor de su cuello, pero éstas eran demasiado pequeñas. Se golpeó la cabeza contra la pared con lo que terminó desmayado una vez más. La próxima vez que despertó un soldado vino con la sopa y el agua, pero él rechazó ambas, incluso mordió a aquél joven, haciendo sangrar el dedo. Y lo provocó con palabras, buscando que aquella persona lo golpeara hasta la muerte, y aunque sí fue golpeado, el soldado no podía pasarse demasiado de la raya.

Un tiempo después de eso dos soldados fueron a buscarlo y el proceso se volvió a repetir: bañarlo y llevarlo a ese maldito cuarto. Sólo que esta vez no hubo ceremonias, la reina no lo visitó. Simplemente se mantuvo en el otro cuarto, observando a través del vidrio, acompañada de nuevo por los dos jóvenes.

El mismo hombre entró, y la misma situación volvió a repetirse. Jeongin volvió a pelear, creyó que vomitando se saldría con la suya, pero esta vez el hombre no se detuvo. Lo jalo, lo golpeó, lo penetró, lo mordió, lo lastimó. Le hizo sentir asco de sí mismo, pero aun así Jeongin se negó a dejar salir una sola lágrima. Sabía que la reina lo observaba y no le iba a dar esa satisfacción.

Esta vez estaba consciente cuando lo sacaron de ahí, pudo ver que en la otra habitación sólo estaban la reina y la chica, ambas con miradas brillantes. Y Jeongin sintió tanto odio dentro de sí que ardía.

Esa noche tuvo fiebre, pero nadie vino a ayudarlo, solo tenía unos trapos que le habían dado para que se limpiara, con ellos se tapó, hecho bolita en la oscuridad de su celda. Sintiendo demasiado como para sentir algo, era como si todo se cancelara entre sí y a él solo le quedara vacío.

A la mañana siguiente no se sentía mejor, ni física ni mentalmente, pero por lo menos su fiebre había disminuido. Esa mañana también fueron a buscarlo y él no estaba seguro de poder soportarlo.

–Muévete, mocoso, a la princesa le molesta salir tarde a sus cacerías –le dijo un guardia mientras lo llevaba. Jeongin no comprendió y se sorprendió más cuando pasaron de largo el cuarto de baño.

Esta vez Jeongin recorrió más de aquella parte del castillo de lo que había hecho hasta ese momento, se acercaron a una puerta y cuando lo sacaron por esta quedó cegado por la potente luz del día. El aire fluía y se escuchaba a gente hablando, caballos y árboles moviéndose con el viento. Cuando su vista se acostumbró, Jeongin se dio cuenta que estaba en el exterior, bajo un cielo azulado aunque aún había nubes grises en éste y el aire estaba impregnado con olor a lluvia.

Uno de sus guardias atracó la cadena de sus manos a un hermoso caballo café, y se acercó para amordazarlo. Haciéndolo sentir como en los primeros días que había estado allí.

De repente todos los soldados se pusieron derechos e inclinaron la cabeza mientras una chica cruzaba el patio. Era la misma que había estado junto a la reina. Era hermosa, su cabello negro recogido en trenzas, su piel blanca, labios rojos, ojos avellana y unos cuantos lunares esparcidos en los lugares correctos en su rostro. Tenía una linda figura, no demasiado delegada pero bien proporcionada y su vestido se ajustaba a su figura como si fuera una chaqueta de caballero. Pero había algo en su postura y en su sonrisa arrogante, te hacía querer guardar la distancia con ella.

Fue hasta que montó el caballo al que el chico estaba sujeto que se dio cuenta que de hecho la chica llevaba pantalones y que su vestido era en realidad un saco largo. Y en su bota llevaba unos pequeños puñales perfectamente alineados.

La chica emprendió la marcha y Jeongin tuvo que comenzar a caminar si no quería ser arrastrado por el caballo. Los alrededores no tenían nada especial, pero sentía que llevaba tanto tiempo encerrado que se dio el tiempo de admirar lo que veía.

–Buen chico –le dijo la chica viéndolo desde arriba–; decidí darles el día libre a mis perros, ya sabes de cualquier forma estás tú. Es una lástima que… En fin, pórtate bien, no quiero tener problemas con mamá por regresarle sólo tu cabeza.

Jeongin no podía y no quería contestar. Simplemente miró al frente. La chica se río.

–Oh, sí. Es que ya sabes, los perros no hablan –dijo señalando la tela en la boca del chico. –Pero siempre puedes mover la cola como lo hacías ayer con Jado para saber que estás feliz.

Así que ese era el nombre del bastardo… Jeongin le dirigió una mirada cargada de odio, lo cual hizo reír dulcemente a la chica. Siguieron el camino y justo cuando Jeongin comenzó a sentir que le ardían los pies, pues iba descalzo, la chica ordenó el alto y desmontó. Le pasaron un arco y un carcaj de flechas y junto con otras dos chicas y tres hombres se adentró en el bosque.

Jeongin se quedó con el caballo y otro soldado de guardia. Se habrán tardado unas dos horas, pero cuando volvieron traían un venado, varias aves y conejos muertos. Los soldados y las criadas cargaron todo, y volvieron sobre sus pasos. El viaje de regreso se le estaba haciendo más corto, lo que agradeció; o al menos lo hizo hasta que de repente la princesa anunció:

–Me adelantaré. Cuando me alcancen lleven eso a la cocina y limpienlo. Guarden a Sea y denle un baño, y lleven a mi perro de nuevo a su jaula, ¿sí?

Todos asintieron, y Jeongin estaba esperando a que lo soltaran cuando la chica golpeó la parte trasera del caballo con su látigo, alcanzando ligeramente la mejilla del chico y haciendo que el animal acelerara.

No tuvo más remedio que correr también. Si caminar ya era doloroso, correr hizo que se le cristalizaran los ojos y se mordiera los labios para no soltar las lágrimas. Estuvo corriendo por al menos unos quince minutos cuando vio aparecer el edificio del que había salido en primer lugar. Cuando el caballo se detuvo, Jeongin se dejó caer en el suelo mojado. Estaba exhausto, sus piernas ardían y sus pies sangraban.

–¿Estás cansado cachorro? –preguntó burlonamente la chica. Mientras lo separaba del caballo y le daba a este último una palmada en el trasero para que se alejara de allí. –No vayas a ningún lado, hay personas observando, espera a que mi gente venga y te encierre tal como indiqué. Aunque no creo que puedas jaja –dijo alejándose–. Soy Minne, por cierto. Princesa Minne para ti.

This love is full of fairytales ⊰ HyunIN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora