Si se basaba en los transcursos de tiempo en los que había más movimiento de personas en su celda, habían pasado tres días y dos noches desde que había llegado. No quería admitirlo, pero lo hirió un poco en el ego el hecho de que Ehrva lo considerara un prisionero tan poco relevante que aún no había ido a verlo. No era que tuviera prisa, de hecho, no quería que ese momento llegara, pero era un príncipe y jamás había sufrido esos tratos.
En ese tiempo soldados habían aparecido una vez al día para alimentarlo con un poco de agua y un tazón de sopa fría que, por su sabor, Jeongin estaba casi seguro que era de hace días, pero el hambre lo había hecho aceptarla sin quejas. En alguno de esos días también lo liberaron de la tela en sus ojos, por lo que ahora podía ver las cuatro paredes de su prisión y un pasillo al otro lado de la puerta, largo e iluminado con antorchas cada que los soldados entraban y salían.
El primer día que llegó, en la primera visita de uno de los soldados intentó sobornarlo, prometiéndole su peso en oro si lo ayudaba a escapar y aunque creyó que éste lo ayudaría, sólo había obtenido una paliza.
Con sus ojos en libertad Jeongin podía ver su cuerpo, delgado, rojo y con pequeños granos por las quemaduras de su último baño. Moretones pintaban sus piernas y abdomen, y sus muñecas y tobillos tenían quemaduras por las cadenas, que de vez en cuándo se abrían y sangraban. Se veía y se sentía pequeño, débil; él sabía que no podía seguir así, o no lograría seguir vivo, pero en aquél cuarto no había nada que pudiera servirle para escapar. Ni siquiera le habían dejado una vela o una antorcha, por la noche la única luz que tenía era la que se colaba por una pequeña ventana.
Jeongin no se había movido de su posición fetal desde que había abierto los ojos ese día, la puerta se abrió y Jeongin supuso que era su comida, pero estaba demasiado cansado para moverse.
–Maldita sea, levántate. La reina no tiene todo tu tiempo –se congeló en cuánto escuchó al soldado. Un escalofrío bajó por su columna y cuándo el hombre lo jaló para ponerlo en pie comenzó a temblar.
–Mira su cara, diablos, yo estaría igual de asustado –dijo riéndose otro soldado que esperaba recargado en la puerta. Jeongin cambió su rostro de inmediato pues, aunque estaba aterrado, no iba a darle la satisfacción a sus enemigos de verlo asustado.
Ambos hombres lo arrastraron por los pasillos, y aunque Jeongin intentó recordar los caminos, estos eran tan parecidos que no le decían mucho en realidad. Ingresaron a un nuevo cuarto, el cual él reconoció por las bañeras. Esta vez solo le dieron un baño en agua fría, con un poco de jabón y lo tallaron tan fuerte para borrar su suciedad que lastimaron una vez más su piel. Le dieron una toalla y tuvo que secarse lo mejor que pudo con las manos encadenadas. Cuando lo vistieron esta vez procuraron un camisón y unos pantalones marrones, que no eran finos, pero por lo menos eran presentables.
El chico sabía que todo aquello era por ceremonia de la reina, probablemente no lo visitaría oliendo a orina y excremento pues, aunque le habían dejado unas cubetas esos días, nunca habían ido por ellas y el olor se había impregnado en él.
Se pusieron en marcha de nuevo, el baño le había caído bien, con su mente más despejada se dispuso a observar todo el viaje, pero para su sorpresa este no duró mucho y dónde creyó que vería a la reina en su propia sala del trono, en realidad lo lanzaron a una nueva celda dejándolo solo. Pero ésta era diferente, más grande y rectangular, iluminada por antorchas desde lo alto. Hubo dos cosas en particular que llamaron su atención, la primera fueron las pieles de animal y cobijas acomodadas a manera de cama en el suelo, la segunda fue el rectángulo en una de las paredes cubierto con un vidrio, lo que le permitió ver que ese era probablemente otro cuarto desde el cual se podía ver en el que él se encontraba.
Se preguntó si la reina sentía tanta repulsión por él que no tenía planes de compartir habitación con él y esa sería su manera de hablar. Pero pronto esa duda se borró cuando la puerta se abrió, y la reina entró acompañada de cuatro soldados que por sus uniformes parecían ser de la guardia real.
Jeongin se irguió, poniéndose derecho y levantando el mentón, la posición que se le había enseñado para demostrar su posición de la realeza, sólo que en dónde solía sonreír a su gente para recordarles que también era uno de ellos, esta vez se mantuvo serio, observando.
La reina no era joven, ya comenzaban a asomarse arrugas alrededor de sus ojos y labios, pero aun así era guapa. Su largo cabello castaño oscuro iba suelto, simplemente acompañado de su corona con esmeraldas incrustadas, sus labios ligeramente rojos combinaban con su piel clara, su vestido era elegantemente hermoso y caía a perfección sobre el cuerpo de la mujer, pero toda esa belleza se perdía con sus ojos, no porque fueran feos, sino porque ese negro profundo era cruel, no había amabilidad en esa mirada.
–¿No vas a hincarte, muchacho? Estás frente a la reina –la mujer lo observó, amenazante.
–Tú no eres mi reina –Jeongin escupió, su odio sobrepasando su necesidad de supervivencia.
La reina sonrió levemente y asintió a uno de sus soldados, dando una orden clara. El hombre golpeó la parte trasera de sus rodillas, el dolor mandó a Jeongin al suelo y este mordió su labio con coraje. Intentó levantarse, pero el hombre puso todo su peso sobre él, manteniéndolo en su lugar.
–No logro decidirme si eres demasiado valiente o demasiado estúpido –dijo la reina comenzando a moverse por la habitación, haciendo notar su grandeza con su caminar. –Estoy segura de que no era esto lo que esperabas en tu primera y única visita a Andrómeda. En realidad, creo que estoy siendo bastante buena, por aquí solemos matar a las ratas en cuánto las vemos.
El chico procuró no mostrar ninguna reacción y eso hizo molestar un poco a la mujer.
–Aunque no puedes odiarme por esto. La única culpable aquí es tu madre –ante esto Jeongin levantó un poco la cabeza, desconcertado. –Ah, sí, sí. Creo que es bastante justo, ¿cómo crees que se sentirá cuándo le quite al hombre que más ama? Porque cuando ella me lo hizo a mí, déjame decirte niño, me destrozó. –Sus ojos se cristalizaron, su boca se apretó y su mirada se oscureció; se giró para recuperar la compostura.
–Estás realmente loca –apenas las palabras abandonaron su boca, la reina se giró y su mano llena de anillos y para nada delicada se estrelló fuertemente contra su rostro. Ese golpe iba cargado con odio, le dolió más que cualquier otro.
–Mejor loca que una zorra, una puta como tu madre –lo tomó por la barbilla, apretando fuertemente, encajando ligeramente sus uñas. –Dicen que los hijos son igual que sus padres, ¿qué tal si probamos la teoría? –se río–. Sería un desperdició matarte tan pronto, ¿dónde quedaría la diversión?
Jeongin no entendió sus palabras, pero tampoco le dio tiempo a preguntar nada, porque fue lanzado al suelo y la reina salió con sus soldados. Notó movimiento al otro lado del cuarto, detrás de ese vidrio. Ahí se encontraban una chica y un chico, ambos hermosos a la vista. La reina llegó a su lado y habló con el chico, no parecía una conversación amena y finalmente la mujer se giró hacia uno de sus soldados, dio alguna orden. Volvió su mirada hacia Jeongin, ambos se vieron a los ojos, pero fue la sonrisa genuinamente divertida que le dedicó la reina lo que lo congeló.
Entonces la puerta se abrió de nuevo.
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This love is full of fairytales ⊰ HyunIN
FanfictionEl príncipe heredero Jeongin despierta cuando está siendo transportado en un carruaje, por las cadenas que lo atan sabe que ha sido secuestrado. Pronto descubre que el reino enemigo es a dónde se dirige, conocerá y sufrirá a manos de la familia re...