Capítulo 23

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     Corrí a través del pasadizo que hedía a muerte con Joaquín a mis espaldas. El camino parecía más largo que en la mañana, y no es que lo fuera, pero el miedo me jugaba en contra. La podredumbre sobre nuestras cabezas me revolvía el estómago y estaba muy pronto a dejar mi marca en el suelo en forma de un charco fétido que podría haber sido la cena. La puerta al final del pasadizo estaba abierta, pero aun así no se veía luz alguna que proviniera del otro lado. Nos asomamos al cubículo negro al que desembocaba y reconocí aquella gran caja oscura donde cabíamos los dos por completo. Bajo mis pies, un montículo de cartas interrumpía el paso.

-No me jodas – profirió Joaquín.

-Con que ratas... ¿no?

Aquel cubículo negro no era nada más ni nada menos que el armario de la sala de dirección, donde nos habíamos escondido en dos ocasiones, sin saber que a nuestras espaldas había una puerta. Benigno sabía con seguridad que el sonido en su armario no eran ratas, que alguien podría haberse colado por el pasadizo. Sin embargo, no se atrevió a mirar.

-¿Crees que alguien más conoce este pasadizo? Alguien a quien no quisiera abrirle la puerta de su armario...

- A Sor Angélica...

Las rejillas del armario estaban cerradas, por lo que no me era posible ver al otro lado, pero no lo pensé demasiado y salí a luz de la oficina. Todo parecía estar en orden, salvo por un detalle, el cajón de su escritorio estaba abierto y el álbum de fotos que había tomado Manuel la fatídica noche, estaba sobre la mesa. Me acerqué hipnotizado por el recuerdo de mi madre. Había quedado el espacio vacío en el álbum donde correspondía su fotografía, ahora me pertenecía a mí y a nadie más. Miré una vez más dentro del cajón y vi que yacía una carta, a primera vista la  ignoré, pero luego regresé por ella y la abrí.

Los dedos me temblaron bajo la fina hoja que conocía muy bien. Tragué saliva y leí, como si buscara confirmar algo que ya sabía.

"Aquel hombre que niegue a los suyos no merece la paz, merece que ese recuerdo sucio y vil corroa su consciencia hasta el día de su muerte"

Manuel Lozano

Mi letra dibujada sobre el papel, mis sentimientos sobre una hoja, sentimientos que eran solo míos, porque sabía que Manuel no le escribiría algo así a sus padres, aunque lo hubieran dejado tirado en medio del frío y de la nada. Me había encargado dicho trabajo a mí, porque era el único que conocía... que era capaz de odiar, e ignorar la carga que aquellos sentimientos provocaban en la consciencia.

Joaquín se acercó a mí con preocupación, no supe si por la carta o por algo más. Pero no dejé de ver el papel.

-Es la carta que escribí para los padres de Manuel - comenté - Desapareció esa misma noche... y ahora está aquí. ¿Por qué querría Benigno esta carta?

La respuesta a mi pregunta llegó en forma de un chirrido insoportable, el de una silla a un lado de la puerta. Tras la silla, la figura de Benigno me heló la sangre. Joaquín se había paralizado a mi lado y lo veía con los ojos muy abiertos.

-Porque esa carta me pertenece - dijo con voz grave y sumamente calma. Una sonrisa malintencionada asomó entre la barba.

-¿Qué dice?- contesté. 

Joaquín me miró sorprendido, por haberle contestado y Benigno se acercó a paso lento. Se inclinó, lo suficiente como para sentir su respiración sobre mi nariz, y me miró a los ojos.

-No eres un marica, estaba equivocado, pero eres un idiota... Creí que habías muerto... ¿sabes? Aquella noche, pero tan solo dormías, como un cobarde. Y Manuel... mi hijo, mi único hijo. Es una lástima que su madre no lo haya querido. Fui el último que la vio... ¿y sabes que me dijo al final? – Preguntó enseñando los dientes- Nada... no dijo nada. Porque es eso lo que sentía... ¡nada! - Soltó con una ira que pretendía controlar a duras penas - No tienes muchas opciones muchacho, pero te dejaré marchar y llevarte al pobre de tu amigo. Mira como le tiemblan las manos. Yo me encargaré de mi hijo, me aseguraré de que no vuelvas a verlo...- murmuró y esbozó una sonrisa.

Tras los muros del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora