Capítulo 14

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Diciembre, 1918

Dos años después

El frío había cesado desde hace poco menos de unas semanas y el verde de los árboles volvía a apoderarse del pequeño pueblo. Sobre la acera y casi en silencio, se acercaba una mujer joven, con su cabello negro perfectamente recogido con broches detrás de la cabeza, un vestido de día de color rosa claro y unos zapatos a juego. Su nombre era Alma, caminaba sola, con la mirada firme al frente y una expresión solemne. Recorrió varias calles hasta llegar frente a la iglesia, caminó hacia la entrada y en la puerta realizó la señal de la cruz.

Al frente, encontró a una muchacha, quien rezaba con la cabeza apoyada sobre sus manos entrelazadas. Se sentó a su lado y allí permaneció hasta que ella hubo finalizado.
Había oído de ella, de su pasado que aún la perseguía y que la conectaba con su nuevo prometido, Hugo Vázquez.
No se había atrevido a preguntar nunca sobre ella, sin embargo, había tenido el tiempo suficiente para decidir quién jugaba el papel del malo en toda aquella historia. Y sin dudas, ella no lo hacía.
Habían pasado ya dos años desde que  Julia abandonó el caserón , pero la ira de Benigno Durand sólo había aumentado. Ya no acudía a la iglesia, pero la acechaba.

-No tienes de qué preocuparte... - dijo Alma en una voz suave y profunda - te encontraré un lugar.

Julia la miró con los ojos cargados de lágrimas. No era la primera vez que veía a Alma, la había conocido (no por casualidad) en la Iglesia a la que jamás dejó de acudir.

-¿No le importa señorita Alma?- preguntó secándose el rostro- ¿Qué dirá la gente?

-La gente ha hablado y hablará mientras Hugo exista, no puede borrar su pasado.

Julia no se atrevió a contestar, estaba segura de que Hugo no había dejado sus vicios en el pasado y tanto ella como Alma, lo sabían mejor que nadie.

Aquel hombre de buenas cualidades que la había salvado de la calle, fue el mismo que meses después la volvió a dejar donde la había encontrado. Ahora, se había comprometido con una mujer noble, pero aquello no significaba que él también lo sería.
Había conocido a Alma hace pocos meses, y eso bastó para que la mujer se arrepintiera semanas antes de la boda.

-¿Qué hará para convencerlo? - preguntó- Ha Hugo... Me ha echado señorita Alma.

-No tiene por qué saberlo, más aun sabiendo que aquella rata está tras de ti.

Julia miró al frente con miedo, observó la figura de la Virgen María que pendía de la pared.

-Si me ocurriera algo... nadie me creerá, soy una prostituta señorita. ¿Lo entiende?

- No te ocurrirá nada. Y mientras decida qué hacer con Hugo, te llevaré a mi antigua casa, allí no podrá encontrarte.

****

  La casa de Alma era pequeña, la cuidaba una mujer de avanzada edad, quién decidió abandonar el lugar apenas ver a Julia.
  Por varias semanas Alma le brindó comida, a escondidas de Hugo, quien se negaba rotundamente a aceptarla nuevamente en su casa después del escándalo con Benigno.

Un par de semanas le habían bastado a Alma descubrir que la bondad de Hugo era igual que una muñeca rusa, que cuanto más escarbaba más pequeña se iba haciendo. Descubrió que su cariño por aquel hombre también lo era, y vio en Julia la oportunidad de mantenerse alejada de aquel caserón, alejada de Hugo.

* * * *

    Por la hendidura de una de las ventanas ingresaba una ligera brisa, que mecía suavemente un lado de la cortina, me detuve a observarla por unos segundos. Me pregunté por cuanto tiempo tendría que ver la cama de Manuel tan arreglada, impecablemente acomodada.
Volteé porque no podía seguir presenciando aquella escena de tristeza y angustia que yo mismo estaba creando. Al otro lado, Joaquín me veía con ojos comprensivos, como si supiera exactamente lo que pensaba.

Tras los muros del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora