Capítulo 20

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   Todavía con el tiempo a nuestro favor, Joaquín, Manuel y yo bajamos las escaleras una vez más. Con la llave en la mano, supe que debía subir allí solo, y ese pensamiento no me aterró sino hasta llegar a la habitación contigua a los baños, una vez adentro, me aterró aún más. La puerta no se había vuelto a cerrar desde la mañana, para nuestra suerte, o tal vez no. Y desde el pasadizo, llegaba la luz de las velas.

Joaquín y Manuel se quedaron boquiabiertos, frente al angosto túnel que olía a podredumbre. El hedor era más fuerte que en la mañana y no había rastros de lo que pudiera estar causándolo.

-Viene de arriba- dijo Manuel desde su silla, acercándose más al arco oscuro que llevaba al interior del pasadizo.

-¿Qué cosa?

-Ese olor, huele a comida podrida.

Yo me acerqué también, miré hacia arriba, pero no vi nada. Consideré que si había uno igual en el segundo piso, estaría más alto y con esa iluminación no llegaríamos a ver nada.

-Una vez tuve un gato...- comenzó a decir Joaquín. - Olía igual cuando lo encontramos en el patio trasero de casa.

-¡Qué cosas dices Joaquín! – soltó Manuel frunciendo el entrecejo.

-¿Qué pasa? Es verdad.

-Te diré lo que pasa, la puerta que abre esta llave, está allí arriba... Y no debe oler a muerte - dije apuntando hacia la escalerita que se alzaba casi a escondidas en la habitación.

-Sube con él - ordenó Manuel.

-No te dejaré aquí solo - repliqué.

-Joaquín se va contigo.

-Ni hablar, Joaquín se queda aquí abajo.

El susodicho en cuestión nos miró con su peor cara de asombro.

-¿Al menos podría decidir yo? – reclamó y miró a la escalerita una vez más. Pensé que comenzaría a decir una plegaria en cualquier momento, o tal vez en su mente lo hacía.

-Mira, cierras la puerta del pasadizo... la de la entrada y no hay quien salga o entre aquí. ¿Está bien para ti? - dijo Manuel ignorando a nuestro amigo, al que por poco le temblaban las pestañas, si eso fuera posible.

Entorné los ojos y me dispuse a trabar ambas puertas con lo primero que encontré. Una silla de madera vieja bajo el picaporte y un mueblecito que también caía a los pedazos, para la puerta del pasadizo.

-No te atrevas a moverte - le advertí, en un tono para nada amistoso. 

De repente, algo sonó sobre nuestras cabezas. Algo que conocía, pero no oía hace meses. Un golpe, dos golpes... tres... esta vez no se detuvo y siguió golpeando.

-¿Es lo que creo que es?

-Si... es el mismo sonido. - afirmé. Pero eso no nos detuvo, miré a Manuel una vez más y le sonreí. Subí primero y Joaquín me siguió, luego de tomar uno de los faroles que pendía de la pared. Llegué a la puerta e introduje la llave casi con ansias de que no abriera, pero lo hizo. La puerta se abrió y esta vez el olor me atravesó hasta la piel, tapé mi nariz con el antebrazo y extendí una mano a Joaquín para que me entregara el farol. Los golpes pararon al instante en que se abrió la puerta. Por un momento sentí alivio, pero luego pensé, que no me agradaba la idea de que aquello que estuviera provocando el sonido, anduviera ahora en silencio. Avanzamos hacia lo que parecía ser una de las habitaciones del segundo piso. Una mesa se extendía a lo largo de la pared y a su lado una pila de colchones viejos.

-No creí que esto estuviera abandonado.

-Lo usan como depósito- concluyó Joaquín - Mira ¿Qué es eso?

Tras los muros del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora