Capítulo 10

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   Al día siguiente tuvimos la buena fortuna de no encontrar por el edificio al Director. La madre de Joaquín había contestado a nuestra carta y anunciaba que éramos bienvenidos a visitar su casa de campo por el fin de semana. Aprovechamos el día para hablar con la hermana Francisca, que además de cuidar de los enfermos cuando los hubiera, cumplía en parte el trabajo de Sor Angélica hasta que regresara. Y a pesar de los deseos que tenía Benigno por encargarse de absolutamente todo el edificio, aquello era imposible para un solo hombre.

La hermana abrió la carta que le entregaba Joaquín y asintió alegremente.

-No veo impedimentos- sonrió alegremente.

Las reglas eran simples, si tus padres te permitían visitar a otras familias nada podía impedirlo. Mientras que en el caso de Manuel, al desconocer a sus padres, esa decisión quedaba en manos de la Madre Superiora o en este caso de la Hermana Francisca.

Ya en mi caso, era un poco más complicado.

-¿Qué me dice usted señor Sardá?- cuestionó la mujer - ¿Le ha escrito una carta a su padre?

Intenté ocultar lo ridículo y ofensivo que me resultaba la pregunta.

-No señora, no he visto a mi padre desde hace seis años.

Ella asintió esta vez con una expresión de lástima y anotó algo en el libro que llevaba en frente.

-Ya lo consentiré yo- dijo al momento que me dedicaba una sonrisa casi maternal.

Manuel lo celebró dándome un apretón en el hombro.

-A menos que existan motivos por los cuales no pueda dejarlos ir...

Levantó la vista hacia los tres. Ninguno se miró, pero sabía que todos estábamos pensando lo mismo.

-Confío en que se han portado de maravilla esta semana.

Asentimos con la cabeza, mientras imaginábamos todos los motivos que podrían arruinar nuestros planes en la mañana.

Esa noche, noté que con la ausencia de Sor Angélica, las reuniones secretas con las niñas en nuestro dormitorio iban en aumento. La hermana Francisca era una mujer vieja y registrar cada habitación le resultaba agotador, y las hermanas más jóvenes no hacían aquel trabajo nocturno, de hecho nadie lo hacía salvo La Madre. Por lo tanto, los pasillos ya no estaban custodiados y eso permitía la entrada y la salida de quién sea.

Pasadas las doce, Manuel seguía despierto y yo también. Escuchábamos las risitas de la ronda que se había formado en un rincón de la habitación. Joaquín había pasado a ser el acompañante oficial de Clara en todas las reuniones y ahora era Alex quién veía de lejos. La niña lo miraba con ternura y él con toda la inocencia que podría llegar a tener un zorro viejo. Ninguna.

-No puedo dormir- dijo Manuel

-Yo tampoco.

Se dio la vuelta para quedar de frente a mi cama.

-Quiero salir de aquí - miró por la ventana - fíjate, ya no llueve.

-¿A qué te refieres? No podemos salir.

Manuel ya se había puesto de pie y se apresuraba en ponerse un pantalón largo. Yo lo miré asombrado.

-No te cambies frente a las niñas- susurré.

-Han venido ellas, yo no las he invitado- Sonrió.

-¿Bromeas?- insistí de mala gana.
- No quiero salir con esa lluvia.

-Sí que quieres- contestó al momento que me lanzaba mi ropa de la mesita de noche.
-Te mostraré un lugar que no conoces.

   Cuando salimos fuera, había parado de llover, tan solo se sentía una ligera llovizna y el aroma a tierra mojada. Sentí el frío del césped bajo mis pies y entre mis dedos. Manuel había insistido en que nos quitáramos los zapatos para no llevarlos sucios al día siguiente. Rumbo a la iglesia me pregunté qué no había visto ya de ese lugar. Yo ingresé primero, las velas iluminaban aún más que la última vez que había estado allí, iluminaban más allá de la primera fila de bancos, incluso parte de los ventanales de cristal. Manuel cerró la puerta detrás de él y se adelantó para tomar un candelero. Caminó rumbo a la sacristía y se aseguró antes de entrar que no hubiera nadie. Yo seguí a pasos torpes la luz de la vela.

Tras los muros del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora