Capítulo 5

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    Esa mañana Benigno caminó por las angostas calles de un pueblo olvidado por el mundo, le pareció sorprendente ver como a pesar del frío algunas plantas trepaban por las casas, como si las devoraran por completo. Algunas pintadas de rojo óxido, otras amarillas y algunas más alejadas del color de la madera, hacían de aquel pueblo un lugar mágico y abundante en colores. Su casa estaba a unas pocas calles de la iglesia del pueblo, una humilde casucha habitada por una anciana y un perro.

-¿Has comido cariño?- preguntó su madre apenas verlo. El hombre se quitó los zapatos aunque tuviera los pies helados y entró a la casa.

-No mamá, no comeré hoy.- contestó al momento que le daba un beso en la frente arrugada.

-¿Por qué querido?- preguntó angustiada. Llevaba un trapo blanco en las manos, terminaba de preparar el almuerzo para dos y un perro hambriento.
–Son tiempos difíciles hijo, no debemos desperdiciar la comida.

-Está bien, pero me quedaré solo un momento.

La anciana sirvió un caldo amarillo de extraña procedencia y una papa un poco más apetitosa que lo anterior, luego se sentó frente a su hijo. Era una mujer bajita y regordeta, llevaba habitualmente colgado por la cintura un delantal color rosa que le llegaba por las rodillas. No le importaba mucho su aspecto ya que jamás recibían visitas. Tenía la desdicha de ser considerada bruja por la gente del pueblo. Pero eso no era cierto y su hijo lo sabía más que nadie, pero también sabía que su madre era capaz de ver más allá de sus ojos. Aunque le preguntara cosas, creía en vano contestarle porque ella ya lo sabía. Por alguna extraña razón, ella siempre lo sabía todo.

-¿Cómo te ha ido con las clases querido?- preguntó con una leve sonrisa en el rostro.

-Bien madre, no debes preocuparte por eso. Cuando termine el año, seré profesor... ya verá.

-Has visto a alguien hoy... - dijo sin mirarlo- lo sé, no debes ocultarlo, lo veo en tus ojos.

-Ya basta madre, no he visto a nadie.

-Claro que si... ¿Cómo se llama?

El hombre de carácter colérico miró a un lado irritado, creía que su madre no lo comprendía y en eso estaba más que equivocado. Aún con su mal carácter, decidió confesar.

-Se llama Julia- dijo mientras cortaba un trozo de papa y la empapaba en el caldo. -La conocí hace unas semanas pero aún no me dice su nombre.

-Seguro que es bonita ¿Y tú le gustas?

-Creo que si mamá.- sonrió y luego la imaginó sentada allí junto a ellos. -También lo vi en sus ojos.

****

     Por la tarde regresó a las calles, sin mucho que hacer. Lo impulsaba la fuerte convicción de que la vería por alguna tienda de ropa cara, en alguna librería, o tomando el té en algún lugar en compañía de alguien más. El pueblo era más chico de lo que uno podría imaginarse y las oportunidades de verla esa tarde eran elevadas. Sin embargo, a pesar de haber recorrido medio pueblo, por no decir el pueblo entero, no la había encontrado. En su aturdida cabeza, corrió el pensamiento de que quizá se tratara de un ángel, al que solo podía ver cuando ingresaba a la iglesia. Recordó lo que llevaba puesto esa mañana, un delicado vestido blanco con flores lilas.

Caminó media hora más, hasta que los pies le comenzaron a doler, tenía las botas empapadas. Estaban rotas y las calles húmedas, pero no quería volver a casa. No sabría de qué hablar con su madre, así que emprendió rumbo hasta el otro lado del pueblo. A la casa de uno de aquellos hombres poderosos, a lo que Benigno se refería como "Los grandes"

Tras los muros del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora