Capítulo 8

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     Aquella noche como cualquier otra, Benigno creyó poder atiborrarse de la comida de los grandes, como él solía decir -incluyendo a Hugo- pero su boca tenía un sabor amargo, y en su frente se marcaban dos enormes líneas que delataban su expresión de disgusto.

-Ya nos conocemos...- ofreció Julia tímidamente. Intentando ser amable con aquel hombre al que apenas había visto una vez. Se preguntó si siempre estuvo junto a ella en la iglesia y nunca lo había notado, prefirió creer que no.

-Eso creo... - contestó él con una mirada astuta.

-¿Por qué me ha hablado en la iglesia?- continuó ella, afrontándolo.

-La he visto y me preguntaba si se trataba de un ángel.

La muchacha sonrió abiertamente.

-No diga tonterías.

-No lo hago, es la pura verdad- continuó él.

Bebió un trago de vino mientras alzaba la mirada hacia la joven. 

-¿Cómo conoció a Hugo?- quiso saber, pero Julia evadió la pregunta y volteó la cabeza a un lado.

-Hugo es un buen hombre, me ha ayudado a seguir adelante ¿sabe?

-Lo comprendo, es propio de él.

Se habían sentado alrededor de la mesa, los invitados estaban todos fuera de la casa, también Hugo. Tan solo ellos permanecieron adentro.

-¿Qué me dice de usted?- quiso saber Julia. - No lo he visto mucho por aquí.

-Vivo con mi madre, casi a las afueras del pueblo.

Le miró el vestido de color blanco con flores lilas bordadas sobre la cintura, se ajustaba sobre su pequeño busto y caía en una larga pollera que le llegaba por encima de los tobillos. Del vestido, pasó a las clavículas pronunciadas de la joven, a su cuello y al fino cabello que caía sobre él.

-¿Y usted, es de por aquí?- sonrió. Pero no obtuvo respuesta.

-Creo que debo marcharme señor - dijo dejando en evidencia su disgusto. -Discúlpeme.

Subió las escaleras y no volvió a bajar.

Benigno permaneció solo en aquel salón por varios minutos, tratando de descifrar que había dicho o hecho mal. Y al rato reapareció Hugo por la puerta principal.

-¿Y? ¿Qué dices?- bebió un trago de su quinta copa.

-Se ha ido en cuanto le pregunté donde vivía.

Hugo soltó una carcajada.

-Es porque vive conmigo mi buen amigo, se ha hospedado aquí a comienzos del mes pasado.

Benigno abrió los ojos atónito.

-¿Recuerdas aquel incendio que destruyó dos casas en una noche sola?

Hugo asintió, ante la expresión de horror en el rostro de su amigo

-Así es... su casa y su familia quedaron apenas polvo. La traje aquí y ahora cree que me debe la vida por salvarla.

Lo miró por diez largos segundos y cayó en la cuenta de una sola cosa, lo envidiaba. Pensó en como un hombre como él fuera digno de merecer tal felicidad y gozo, con una mujer tan bella, con la mujer que le había arrebatado y que en su ingenuidad ella creyera deberle algo más que su mera presencia.

Tras los muros del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora