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Hacer postres en casa de México era complicado; no alcanzaba nada y prácticamente tenía que subirse a una silla para estar más cómodo a la hora de revolver los ingredientes

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Hacer postres en casa de México era complicado; no alcanzaba nada y prácticamente tenía que subirse a una silla para estar más cómodo a la hora de revolver los ingredientes. No alcanzaba a una altura cómoda para hacerlo así que tenía que recurrir a eso, no le gustaba para nada obviamente.

México sabía de la fascinación de su solecito de hornear postres, así que le mantenía todos los ingredientes en un estante que pueda alcanzar con mucha facilidad. Así Argentina no tenía que llamarlo todo el tiempo para que lo ayude.

Medir un metro cincuenta no era su cosa favorita de la vida.

—¿Necesitas ayuda, mi amor? —México le preguntó al entrar a la cocina y verlo ya preparando galletas. Argentina prefería hacerlas antes que comprarlas, más que nada porque le daba pereza caminar hasta la tienda y regresar de la misma manera.

Si, tomaba más tiempo hacerlas que ir a comprarlas, pero no iba a caminar. No quería caminar más sin su medio de transporte con él: México.

Una caminata de diez minutos para Argentina era una de hasta cinco o tres para México, por lo que el solecito optaba con subirse a su pareja y que lo lleve en brazos. Así era más rápido. A algunos les pareció extraño, pero para Argentina era un hack de vida.

Lo único que ibas a necesitar era; un novio de dos metros con quince.

¿Fácil? No.

—No, estoy bien. —respondió con una sonrisa. —mira, está es tuya. — le dió una galleta en su mano, queriendo que la pruebe y que así le diga cómo quedó.

—¿Está es la galleta, mi vida?

Argentina se confundió. —¿Si? ¿Por qué? — cuestionó, ladeando un poco la cabecita.

México rió suave.
—Es que está muy chiquita. —se burló levemente.

—¡No está chiquita! —regañó con el ceño fruncido, arrebatando la galleta de su mano, colocando así la misma en la suya. —mira, es gigante.

—Eso no es gigante, solecito.

—¡Si es! —exclamó. — Es solo que tienes las manos muy grandes.

Las diferencias de altura también ocasionaba que las manos sean mucho más grandes, por lo que México no veía las cosas de la misma forma que Argentina. Una galleta común era muy pequeña para el mexicano, normal para Argentina. Una galleta grande era gigantesca para Argentina y pequeña para México.

—Mira, ni siquiera me cabe en la boca por completo. — iba a meterse la galleta en la boca hasta que entró en razón de lo que iba a hacer. Miró lentamente a México hacia arriba, cerrando la boquita.

—Te caben cosas más grandes, mi amor.

Argentina se murió de la vergüenza, dandole un golpe en el pecho.
—¡Fuera de mi cocina! —lo regañó entre risas, dandole otros golpecitos para que se vaya. México rió también, abrazando a Argentina para darle suaves besos en la mejilla.

—Dame un besito y me iré.

Argentina lo miró al rostro, dandole un beso en los labios.
—otro. —pidió con una sonrisa. —uno más.

—Ya no, ya me molesté. — el solecito cruzó sus brazos y formando un puchero con sus labios. Era todo en broma obviamente, no estaba molesto realmente. —Ya no te daré besitos hasta que termine mis galletas.

—Bien. —le dió un beso él, separandose para revolverle su cabellito. —te dejó con tus galletitas y tus manitas.

México le jaló de su mejilla, dandole una nalgada antes de salir de la cocina, cosa que hizo sobresaltar al menor por lo fuerte que había sido aquella. Argentina lo volteó a ver, yendo detrás de él.

Tal vez las galletas podían esperar.

𝐒𝐌𝐀𝐋𝐋 𝐒𝐔𝐍𝐒𝐇𝐈𝐍𝐄 ! mexarg, terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora