LEE MINHO
El escenario que tenía frente a mí era tan raro como la luz que me rodeaba, no sé si lo que estaba experimentando era real o fantasía creada por mi subconsciente, pero allí estaba.
Tenía mi arco y mis flechas guardadas en el Carcaj, por alguna extraña razón, no podía dejar de contemplar el paisaje.
Un bosque lleno de árboles frondosos, y un pasto demasiado verde y llamativo, algunas partes de este estaban secas, y dejaban asomar un leve resplandor amarillento. Miré a mi entorno, los castaños que estaban situados a los costados de mi vista, ya dejaban caer algunas hojas en diferentes tonos de anaranjado y rojo carmesí, un suave viento lastimero se las llevaba lejos, como si se estuviesen desprendiendo de su propia piel.
Levanté la barbilla y vi un brillo a lo lejos que despertó mi interés, caminé con paso inseguro, sintiendo como mis botas de cuero negro se hundían en el pastizal. El brillo se hizo más intenso, y descubrí un pequeño lago, el agua se veía tan fresca, pura y limpia, que no pude resistir la tentación.
Metí mis dedos con suavidad en la superficie cristalina, y estos se empaparon en respuesta.
Una calidez invadió mi pecho, era la primera vez en muchos años que veía un paisaje lleno de luz del sol, el verdadero sol, no uno artificial como al que estaba acostumbrado a sentir en los últimos nueve años, y que quemaba el trigo con el calor equivocado.
Me desprendí del arco y de la correa de carcaj que reposaba en la espalda, volteé la cabeza al notar que no había nadie más allí que yo. Volví la vista al lago y presencié mi reflejo perfectamente enmarcado en el agua cristalina.
Tomé un poco del agua entre mis manos acunadas y la vertí en mi cara, la sensación de frescura que me invadió fue confortable, me sentía totalmente feliz, aquel lugar era mío, me pertenecía.
Pero entonces, las hojas caídas en el pasto comenzaron a agitarse a medida que un viento sin piedad empezaba a silbar, las nubes blancas se tornaron grises y se agruparon en el cielo, formando una amenaza de tormenta.
Fruncí el ceño, unas gotas iniciaron a caerme y a manchar mi suéter azul de cachemir, me incorporé y unos relámpagos cegadores se dibujaron en la bóveda grisácea, haciéndome retroceder por el ruido catastrófico que retumbó por el trueno. Divisé a lo lejos, una cabaña acogedora y decidí instalarme, pensando en lo calientito que estaría allí adentro.
Pero en cuanto iba a echar mis pies a correr, una figura envuelta en una capa de terciopelo negra caminaba lentamente en dirección a mí, como si estuviese lastimada y le costaba cada paso que sus plantas del pie clavaban en el suave piso del prado.
Cuando pude visualizar su contorno, me di cuenta de que era un hombre. Se veía inofensivo, no podía mirarle el rostro debido a la capucha color vino que se lo cubría, pero tenía aires muy sombríos, y una energía negativa que disparó un torrente de alerta, instintivamente, deslicé mis manos hacia mi arco turco, y coloqué la correa de la aljaba en su lugar, haciendo que las plumas de las flechas que estaban guardadas rozaran mi cuello.
Levanté mi arco y rápidamente coloqué una flecha en la muesca, aunque mi arma estuviese embrocada, como en posición de descanso, tenía todo listo por si me obligaba a disparar.
El hombre ni se inmutó, cuando estuvo cerca de mí, alcancé a ver que una sonrisa cínica se dibujaba en sus labios contorneados por una barba larga.
— ¿Quién eres? — Pregunté, intentando parecer decidido, pero mi tono de voz salió más tembloroso que nunca y me dio todo el efecto contrario. — ¿Estás herido o perdido?
Como si los metros cortos no le bastaran, el desconocido avanzó los últimos pasos que nos separaban, rozando la punta lítica de mi flecha con los dedos de sus pies. Yo fruncí el ceño, esperando su respuesta, él tomó una bocanada de aire, como si lo que fuese a decir le costara la mitad de su aliento.
— No existen las casualidades. — Murmuró, con voz rasposa. — No existen los errores, todo está perfectamente planeado.
Ladeé la cabeza, intentando buscar la lógica a aquél dicho tan extraño
— ¿Disculpa?, creo que no estoy entendiéndote... — Contesté, y era verdad, no sé de qué rayos estaba hablando. Unas gotitas me cayeron en la cara otra vez, miré arriba nuevamente, el cielo estaba decidido a llover, me dirigí al hombre con cautela, no quería empaparme. — Escucha, va a caer una tormenta, allá a lo lejos hay una cabaña, podemos ir y platicar todo lo que desee.
Pero el hombre no me hizo caso, los truenos aumentaron de volumen, bien, si quería pescar un resfriado, allá él, me di la media vuelta con todo y mi arco y comencé a caminar, desgraciadamente, me vi obligado a frenar en cuanto escuché su voz.
— Sangre por sangre, diente por diente, lo entenderás cuando la moneda muestre el otro símbolo. — Volteé y me paralicé, el hombre continuó. — Por lo pronto, está a tu favor. — Se quedó callado, extendió una moneda y me la dio. — Ten cuidado Lee Minho, pronto dejarás de llamar a lo bueno, malo.
No comprendí nada de eso, pero un escalofrío recorrió toda mi espina dorsal tan violentamente que me dio un pequeño espasmo, ya no me importó la lluvia que se soltó como aguas torrenciales y me empapaba por completo, abrí la mano donde estaba la moneda y contemplé mi blanca palma, donde se podía ver el brillo resplandeciente de una Onza y lo que ví me dejó sin aliento.
Era mi silueta, siendo atravesada por la lanza de lo que se podía distinguir de algo más grande de un ángel, miré la dirección de esta, e iba directo al corazón.
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CIELO EN LLAMAS (MINSUNG)
FanfictionEl cielo azul ya no existe más, uno nuevo se ha iniciado, la guerra entre seres celestiales y humanos no ha finalizado. Una oscuridad eterna rodea al mundo, obligando a quienes están en él a sobrevivir. Pero nada te llevas sin haber perdido algo, el...