Cuando Jennie nació, lo primero que vio fue al aquel hombre alto, de piel perfectamente pálida, que cargaba con una sonrisa llena de orgullo y un par de hoyuelos en sus mejillas.
—¿H-Hola? —murmuró, sin entender qué hacia allí, miró su cuerpo, cubierto con una tela blanca semitransparente, sus manos recorrieron sus brazos, sintiendo su propio tacto sobre su piel.
—Jennie, Diosa de lo Bello... —dijo aquel hombre, acercándose a ella, para tomar su mejilla y acunar su rostro, sus ojitos llenos de estrellas, el rubor en su rostro, sus labios perfectamente rosados y su cabello castaño que enmarcada perfectamente sus fracciones...— Eres hermosa, Jennie.
>> Soy quien te creó, soy el Dios Creador, el Dios mayor, soy tu Dios.
Jennie lo miró con aquellos ojitos gatunos, llenos de brillos y admiración, con sus labios entreabiertos por la sorpresa.
—¿Qué hago aquí? —preguntó, su voz era baja y dulce, todo de ella era hermoso.
—Estás aquí para reinar y ser venerada sobre todo lo hermoso, de todos los mundos. En la Tierra de los humanos, en el Mundo de Arriba... Incluso del Inframundo.
—¿Qué es eso? —preguntó, estaba confundida por tanta nueva información.
—Ahora estamos en el Mundo de Arriba —comenzó a hablar aquel Dios Creador— Hogar de los Dioses, mí reino más próspero, aquí vivimos todos los Dioses —tomó su mano para ayudarla a levantarse, seguía sentada en el suelo, debajo de aquella cúpula, iluminada perfectamente por la luna— Luego está la Tierra de los Humanos, también es nuestro reino, es donde nuestros creyentes habitan, nos veneran, a cambio de su admiración los Dioses los cuidamos y les damos regalos, cada uno de los Dioses está allí para regalarles algo.
El Dios Creador hizo un ademán, de la nada una ventana apreció frente a sus ojos, las estrellas en los iris de Jennie brillaron, imágenes de una tierra desconocida pero hermosa, con aquellos seres que se parecían a ellos, pero se veían pequeños, algunos corrían detrás de otros entre los árboles, o la gente que pasaba, que cargaba alimentos o cosas, todos sonreían y se veían hermosos.
Jennie amó a los humanos desde el primer momento en que los vio, y el Dios Creador lo notó en aquella sonrisa.
—¿Qué puedo darles yo a ellos? —preguntó la castaña, mirando con desconcierto al Dios mayor— Soy nueva... No sé qué hacer.
—Tú, Jennie, eres la Diosa de todo lo Bello, eso no se muestra solo en tu apariencia física —explicó— Todo lo que hagas por los humanos a ellos les parecerá hermoso, cosas que ellos no han admirado aún serán tuyas: El cálido brillo del atardecer, el sonido del mar, las luces de las luciérnagas recorriendo los campos... Todo eso es Bello, y todo será tuyo, tú lo manejas a partir de hoy: Puedes hacer del atardecer más rosa, puedes llenar el mundo con el brillo de los pequeños bichos de luz, puedes hacer que el mar suene más o menos... Todo eso y más.
Jennie asintió, se veía tan emocionada de hacer todo aquello, no había dejado de ver a los pequeños humanos, sin darle más atención al Dios Creador.
La imagen se borró en un segundo, dejando a la castaña con un vacío en su pecho, sus mejillas fueron tomadas con algo de fuerza por el mayor, para que voltearan su rostro hacia él.
—Eres mi más preciada y hermosa creación, Jennie —le recordó, su tono fue bastante grave y posesivo, aunque la pequeña Diosa no lo notó en ese momento.
Ese fue el primer día de su vida, su primer recuerdo, aunque solo iba a ser su primera razón por querer irse.
Había más Dioses además de ella, eran muchísimos, algunos llevaban muchísimo tiempo allí, ella era la más nueva y la favorita del Dios Creador, y este lo recalcaba en cada reunión que era obligada a asistir.
No le permitía juntarse mucho con los otros Dioses, lejos de las reuniones, Jennie se confinaba en su palacio privado, dónde podía pasar todo el día viendo a los humanos, con el tiempo había aprendido a controlar sus poderes y le regalaba cosas bellas a los humanos mil veces al día, quería hacer que cada personita tuviera un día hermoso, así que hacía volar a las mariposas más bellas hacia ellos, que los pájaros cantaran miles de melodías, y sus favoritas eran las luciérnagas, que llenaba el mundo de la noche con sus lucecitas.
Jennie pasaba demasiado tiempo en aquel palacio, y al Dios Creador le pareció que estaba muy solitaria.
—Jennie, te tengo un regalo —dijo, entrando a su hogar, interrumpiendo la imagen de sus lindos humanos.
La castaña lo miró con curiosidad, porque no sabía que ella podía recibir regalos, estaba acostumbrada a darlos.
El Dios mayor se acercó a ella, peinó uno de aquellos leves y largos mechones detrás de su oreja, para luego llevar su mano por su cuello, hasta acariciar sus clavículas, dándole un escalofrío.
Finalmente su mano se alejó de ella, sintiendo alivio, pero pudo ver aquella pequeña luz que surgió de su pecho, aquella que el otro parecía tirar de finos hilos luminosos.
La luz giró frente a ella, sintiendo algo de miedo al no entender, hasta que de pronto tomó una forma algo conocida, una criatura propia del mundo de los humanos: una gatita, de color dorado, sus ojitos también estaban llenos de estrellas y luces, lo miraron con la misma curiosidad.
—¿Qué es esto? —preguntó, acercó sus manos a la criatura, tomándola por debajo de las patas y acunándola sobre su pecho, mientras acariciaba sus orejitas.
—Es tu protector, es especial para ti, está hecho con una parte de tu alma, por lo que está conectado a ti, a tus emociones y pensamientos, todo y estará contigo por toda la eternidad —explicó— También te hará compañía, para que no te sientas sola.
>> Ella no puede hablar, pero pueden compartir pensamientos, para comunicarse.
La gatita frotó su cabeza contra la palma de la mano de la joven Diosa, haciéndola sonreír.
"Nini" escuchó aquella vocecita en su cabeza, no era suya, sino de la linda criatura en sus brazos.
—Gracias, es muy linda —dijo, mirando a la pequeña gatita.
Si era honesta, lo único que Jennie agradecía del Dios Creador, era esa pequeña criatura, Nini, la única que podía considerar como su amiga en todos los mundos.
Nini la entendía, ella también amaba a los humanos, podía quedarse junto a ella para admirarlos todo el día, la única diferencia entre ambas es que la pequeña gatita era más responsable que ella, le recordaba cuando debía dormir, cuando comer, cuando salir a pasear, y si no cumplía se ponía a correr, maullar y rasguñar.
Jennie no se llevaba con los otros Dioses, principalmente, porque el Creador la sobreprotegía, y la presentaba como "Su más bella creación", no como ella quería ser reconocida, ella era más que una cara bonita, más que una favorita, o un juguete, mucho más que una creación.
De esta forma, Jennie y Nini seguían solas, eran únicas debido a su trato de parte del Dios Creador, y por ser considerada "Demasiado bonita", había Dioses que no podían verla a la cara porque era demasiado, según ellos.
Entonces ambas eran singulares, algo tan único y especial, que estaban solas, y se sentía sola aún con los demás Dioses a su lado, aún con el Creador diciendo lo hermosa que era y presumiéndola ante todos, ella siempre estaba sola.
Por eso quiso irse, y por eso logró escapar, dejando a Nini en su palacio, la gatita se había negado a ir porque era incorrecto, pero Jennie ya no podía soportarlo.
Fue hacia el único lugar donde aquel Dios no podría encontrarla, un lugar alejado incluso de sus lindos y amados humanos: El Inframundo, la Tierra de los Dioses muertos.
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𝑳𝒂 𝑻𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝑫𝒊𝒐𝒔𝒆𝒔 𝑴𝒖𝒆𝒓𝒕𝒐𝒔 - 𝑪𝒉𝒂𝒆𝒏𝒏𝒊𝒆
FanfictionJennie, la Diosa de lo Bello, huye de los dominios del Dios Creador, desatando su furia, en búsqueda de su libertad y felicidad, para vivir una vida sin presiones. Va hacia el Inframundo, la tierra de los dioses muertos, dónde conoce a Roseanne, Dio...