Tres: Begin

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-¿Así es el Mundo de Arriba? -Roseanne frunció el ceño con una mueca de asco, luego de escuchar el relato de la vida de la joven Diosa- Bueno, ya era una mierda cuando me fui, así que no me sorprende del todo pero si decepciona que siga siendo tan malo.

-¿Tú también te escapaste, Roseanne? -preguntó Jennie, con ojitos grandes y curiosos, llenos de estrellas, eran tan brillantes y tan redonditos que la otra estaba aguantando las ganas de tomar sus mejillas para mirarlos por los siglos de los siglos.

-Algo así -respondió simplemente, se encogió de hombros- Fue hace bastante, no importa realmente.

La castaña asintió, se notaba que Roseanne no quería hablar al respecto.

-Creo que iré a recorrer un poco más del Inframundo -anunció Jennie con una sonrisa, levantándose, se había sentado junto a Roseanne en la orilla del agua, viendo la cascada y escuchando aquel sonido con tranquilidad, de lejos, el agua no parecía tan turbulenta como en verdad era.

-Es un lindo lugar, algo... Diferente, pero es lindo -dijo la otra Diosa- Las personas y criaturas aquí son muy amables, puedes pedirles ayuda si necesitas algo, no tendrás problemas, y si no, ya sabes dónde estoy.

-Gracias -dijo la castaña, y la Diosa se perdió en esa sonrisa de dientes perfectos, y esos ojitos que se hacían pequeños de forma encantadora.

-De nada, Jennie -murmuró, aunque estaba tan embobada de aquel rostro que no reaccionó hasta que la joven y libre Diosa se dio vuelta, para alejarse entre las Tierras del Inframundo, con el pasto muy alto y árboles de corteza oscura y gran altura, sin rumbo realmente, pero buscando encontrar algo.

La vio desaparecer e irse, la admiró desde la distancia, sentía una extraña curiosidad por ella, quería seguirla, pero su lugar estaba allí, esperando que algún alma en pena de algún pobre humano tenga que ser consolada.

Roseanne no tenía un trabajo realmente, porque ya no era una Diosa del Mundo de Arriba, entonces no le debía nada a nadie, puesto que allí no existían las obligaciones, pero era su pasatiempo, le gustaba estar allí, porque siempre había amado a los humanos, y aun siendo una exiliada, un Dios Indeseado, quería ayudar y llevar regalos a los únicos seres que de verdad le importaban.

Pasó largo rato viendo el agua de la cascada, escuchando el suave eco de esta al caer, y de la corriente fluir, pensando en aquella linda Diosa, con hermosos ojos y perfecto rubor, tan tranquila y en paz... Hasta que sintió un profundo miedo, creciendo en los confines de su corazón, llenando rápidamente su pecho con una fuerza abrumadora, como una explosión de mil bombas, se abrazó a sí misma con dolor, mientras las lágrimas subían rápidamente a sus ojos.

Cómo Diosa de los Humanos, Roseanne había perdido el puesto, pero nunca sus poderes, y uno de ellos era la Empatía, podía sentir lo que los humanos sentían, un don tan preciado y que podía ser hermoso, casi siempre estaba lleno de dolor y tristeza, porque los humanos eran de los seres más sufridos de todos los mundos.

Eran sus humanos, sus lindos humanos, aterrados en forma masiva e intensa, por un mal que se avecinaba, una situación muy similar a algo que ya había vivido antes, y que nunca había terminado bien.

El aire la faltaba, sintiendo todo su cuerpo débil temblar, sólo pudo pensar en ir a casa, a ese cómodo hogar que ella había creado para descansar en aquel mundo, para protegerse un poco de la crueldad y el dolor que estaba por llegar, que iba a invadirla completamente, dejándola indefensa y débil de nuevo, igual que otras veces.

Así que simplemente se fue, ignorando el hecho de que quizás, una joven Diosa regresaría a buscarla, y no la encontraría.

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𝑳𝒂 𝑻𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝑫𝒊𝒐𝒔𝒆𝒔 𝑴𝒖𝒆𝒓𝒕𝒐𝒔 - 𝑪𝒉𝒂𝒆𝒏𝒏𝒊𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora