XXXVIII. DE LA OSCURIDAD

75 19 0
                                    

De la oscuridad

Athim salió del recuerdo como había entrado a él. Y fijó su vista en lo que estaba aconteciendo.

Los magos oscuros retrocedieron bufando como leones heridos. Si bien, conocían y admitían la supremacía de los grandes demonios, no consentían que un humano, aunque hubiera pasado por A'lkium, ocupara un puesto entre ellos. Aun así, se mostraron sumisos ante la presencia de uno de los cuatro señores de los abismos.

Se instaló un velo en aquel lugar que enajenaba la visión y turbaba los sentidos de los vivos. Un flujo invisible oscilaba en el aire impregnando de matices pardos la noche. La voluntad de todos cuantos allí estaban se quebró como frágil cristal y, como esclavos de un mismo amo, clavaron sus rodillas en el suelo.

Tkinum con pasos temblorosos se acercó hasta Humkiom y cayó a sus pies en leal servidumbre.

Mimbhya y Qaat se mantenían erguidos. La primera hacía un enorme esfuerzo por seguir derecha, por fin cedió, se encogió con la voluntad vencida por un poder sin igual. Lo mismo ocurrió con los terribles Jyriths, tan solo se mantenía en pie Qaat. Y tras un esfuerzo titánico se doblegó golpeando sus rodillas con fuerza en la piedra.

El grupo de Athim permanecía en pie y de ellos surgía un color rojizo que los envolvía.

El Señor de los Abismos avanzó y cada uno de sus pasos ondeaba en la roca desmoronando su dureza, transformando la sólida piedra en un aceitoso fluido. De esta manera, su camino se tornaba impreciso, flameante como furiosas llamas.

De pronto, su mirada señaló a Qaat y su cara se deformó al igual que sus miembros, su ropa reventó por la hinchazón de sus músculos. Creció y creció... y un instante después se mostraba a la vista como una monstruosa aberración. Tenía la forma de un Rukjunuy, sin embargo, más letal, mucho más horrendo, grande y terrible.

Sus rasgos mostraban la locura en la que siempre estuvo inmerso, de él surgió un mal arraigado con fuerza durante mucho tiempo en su infecto corazón.

Soltó un grito desgarrador y a grandes saltos arremetió con despiadada demencia sobre el mago y los chicos. El fulgor intensificó un apagado brillo cuando el monstruo vertía su cólera a zarpazos, la protección rojiza evitaba que pudiera llegar a tocarlos. Los magos oscuros guiados por una orden que nadie pudo percibir, se deslizaron desplazando el mal a su paso. Sus terribles manos se alzaron sobre el resplandor carmesí y al contacto, el escudo protector se disipó, y el engendro que había sido Qaat se abalanzó escarbando en el aire en busca de Athim.

No llegó a su objetivo. Tjoum transformado en bestia lo embistió en su trayectoria. El engendro del infierno se alzaba vara y media por encima del guerrero de luna, sin embargo, el Kliot se movió con tal destreza que, en el aire lo sujetó por los hombros aferrándose a su espalda, mientras los colmillos se clavaban en la nuca del Rukjunuy. Pero este ser no era un Naggum, pues no sabía de dolor ni miedo y una rabia nacía de su interior quemándolo como un candente fuego. Movió la mano hacia atrás y las enormes garras cogieron a Tjoum por un lado del cuello y lo lanzó en el aire una treintena de varas. Su cuerpo dio con un mueble de armas y tal fue el impactó que perdió el sentido.

A continuación, volvió a fijar su vista en el muchacho y saltó.

El chico, el indefenso joven que partió con el mago muchas lunas atrás ya no estaba.

Hizo un gesto con su mano derecha, tan solo un pequeño gesto y la criatura se combó en el aire golpeada por un gigantesco martillo invisible que lo desplazó con una fuerza imposible hasta el muro de piedra más cercano. A pesar de su tamaño y fortaleza, el golpe lo doblegó y quedó tendido, inerte.

Los magos oscuros se desplazaron con rapidez, el viento silbó con ira a su paso. Athim retrocedió e invocó un estoque, un arma que solo él podía reclamar se materializó en su mano, y un remolino del brillante color de las estrellas se vistió en torno a ella con el filo de la pálida espada de fuego blanco. El súbito resplandor fue suficiente para frenar la sólida oscuridad que los sitiaba.

Athim sujetó el arma con las dos manos. Su filo centelleaba por diferentes puntos y allí donde irradiaba luz, su forma se desvanecía en hélices de humo gris creando un flujo etéreo que se alzaba volatizándose, adornando la hoja de una esencia blanquecina. El cuerpo del joven y su espada, se fusionaron creando un todo. 

EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora