XVI. En tierra Mortal

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. En tierra mortal

Fue un silencio que a los demás se le hizo eterno. Diegt intentaba resistir las palabras del demonio, aquella voz que acariciaba su alma y transmitía bienestar y calma. Cuando no estaba cerca la influencia desaparecía, al menos en parte. Algo lo obligaba a continuar a su lado, a luchar y combatir junto a él, sin embargo, sabía bien que, si terminaban ganando esta guerra, ni él, ni ninguno de los que combatían persuadidos por la criatura, cantarían victoria. Diegt era consciente de que su pueblo seguiría siendo esclavizado a merced de las bestias de las tierras malditas. El general recordó lo que le dijo el Naggum, ¡Había sido vencido! Lo soltó sin más. ¿Cómo? Desde aquellas palabras de Erij, Diegt no paraba de darle vueltas al asunto. Ankqeliot, más conocido como "Ankq" fue el artífice de tan colosal victoria... pero ¿Cómo?

Fue Lynut quien interrumpió sus pensamientos.

—Por favor Diegt, continúa. Todos queremos saber cómo termina tu historia.

Un impaciente silencio siguió tras la petición.

—No, no Leymt, no estoy contando un final... os cuento un principio. —Dijo pensativo el general.

Entonces, cuando un nuevo y pesado silencio se prolongó más de lo que ninguno hubiese querido, Diegt siguió narrando:

"Así fue como Hátsseda, enfurecida por lo acontecido pidió cuentas ante Aimnabrut, este, condenó en silencio una y mil veces el atrevimiento y la arrogancia de la vieja bruja, pero sabía que era una rival poderosa. A sus ojos debía oírla, y lo peor, tendría que castigar a su discípulo por haber matado a un puñado de míseras criaturas.

En presencia de ambos, Aimnabrut dictaminó el castigo.

—Andelanát, quedarás confinado en Nemtrot, no pisarás el exterior de sus murallas y allí esperarás durante el tiempo que tarde en llegar el principio de la nueva era.

—¡Nooo! —Aquel sonido salió de la garganta de la horrible criatura lo mismo que un mal que arrasa sin piedad. Dañó incluso los oídos de Aimnabrut—. No es sentencia para él. Con el paso del tiempo te haces débil. Da igual que lo hayas creado. El castigo lo pongo yo. —Tal fue el tono de su voz, que su voluntad se apoderó del lugar.

Entonces miró a Andelanát y aunque este no conocía el miedo, aquella mirada lo atenazó como si unos lazos no visibles lo hubieran amarrado. Y dictó sentencia.

. —Errarás por Mgrum, donde irás por tu propio pie. Allí buscarás a Arkill y habitarás con él durante el tiempo que tarde en llegar el principio de la nueva era y el principio de la siguiente.

—Eso, es una sentencia de muerte. —Respondió con ira Aimnabrut—. Arkill no tendrá piedad de él.

—Si no lo hace, seré yo quien lo ejecute aquí mismo. —Dictaminó con fétida fuerza la bruja.

Andelanát sin pensarlo atacó a la vieja. Fue un ataque fulminante, demostraría a su creador que no cabía sitio para ella, que podía matarla con facilidad y así conseguiría de una vez por todas su respeto. Ninguno lo vio venir, cuando Hátsseda pudo entender, la garra de Andelanát le había atravesado el pecho y arrancado el putrefacto corazón. Sus mandíbulas se abrieron con sorna, sus ojos estaban dilatados y la victoria brillaba en ellos. El arrugado y enjuto cuerpo de la anciana colgaba de su poderoso brazo.

Aimnabrut quiso avisarlo, advertirlo, pero ya era tarde, Hátsseda torció la boca y la risa pilló por sorpresa al demonio que la pensaba ya muerta. Una mano estropeada y mal oliente le cogió el brazo, y un olor a inmundicia quemada se expandió en el espeso ambiente lo mismo que el alarido de Andelanát. El brazo quedó separado de su cuerpo a la altura del codo, la mano de la bruja lo seccionó con solo tocarlo. El demonio retrocedió conmocionado mientras que la bruja sacaba el miembro amputado de su propio cuerpo. Recuperó de la mano todavía cerrada su corazón, que no dejó de latir. Lo metió en su pecho y la horrenda herida abierta, cerró de inmediato.

EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora