VIII. Solo tú.

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VIII - Sólo tú

Como las olas de un mar furioso al golpear la dura piedra trae espuma, así mismo el anochecer trajo a Erij. El Naggum no mostró sorpresa al ver la aportación de la negra entidad, pero la furia anidó en sus ojos, sin embargo, no dijo nada y pasó desapercibida. Los hijos del demonio se frotaron las manos en presencia de los gigantes, nunca habían disfrutado de un festín parecido, sin embargo, una sola mirada de Erij fue suficiente para alejarlos de los pensamientos que rondaban en la mayoría de ellos.

Le arrebataron las riendas del poder, ahora compartía este privilegio con los magos oscuros. ¡No lo esperaba! Tendría que volver, debía aclarar por qué no se le había comunicado tal decisión. Durante un rato sopesó la situación. ¡Sí! Sin duda era una advertencia, pudiera ser que intuyera sus planes ocultos. Con este acto le estaba diciendo de forma descarada que podía prescindir de él. Que podía valerse de otros medios para conseguir lo que quería.

Después de sopesar la situación habló con los comandantes de la comitiva, y se adelantó. Cuando el colosal ejército quedó atrás, solo entonces extendió sus alas y de un salto se perdió en el cielo de la noche. Mientras la brisa se deslizaba por su cuerpo conjuró antiguos símbolos y la invocación se produjo al instante.

Un sonido hueco hizo crepitar el espacio vacío donde apareció.

—¡No te he llamado! —El sonido hiriente de aquella voz atravesó el oído del Naggum como el cortante filo de una espada.

—¡No! No me has llamado. Yo tampoco te he pedido ayuda. —Dijo con calma Erij.

—Considéralo un obsequio. —El sonido se suavizó, aun así, sonaba metálico, gutural, con heladas connotaciones de un profundo eco.

—¿Un obsequio? Me basto a mí mismo. Dime gran señor. ¿Has dejado de confiar en mí?

— Confío en ti... en la medida que tú confías en mí.

Erij se contuvo, si cualquier otro ser o criatura le hubiera contestado de esa manera le habría arrancado la vida con un dolor nacido en las entrañas del infierno. Pero no era el momento ni el lugar, aquel ser estaba en sus dominios y allí su poder se multiplicaba. Todo tiene el instante para el que ha sido hecho, le haría pagar cara tanta prepotencia. Volvió a preguntar, necesitaba conocer que tramaba.

—¿Por qué? ¿Por qué los magos oscuros? ¿Acaso no estoy cumpliendo tu cometido?

—¿Mi cometido? ¡Lo has olvidado! Las órdenes eran claras.

El demonio manejaba bien la astucia, su larga vida le otorgó la capacidad de la respuesta, la contención en la medida adecuada. Su naturaleza podía llegar a ser explosiva, sabía que podía desatar su furia en cualquier momento, no se creía inferior a ninguna criatura, ni viva ni muerta, de hecho, se creía por encima de cualquiera de ellas. Este pensamiento incluía también al ser que ahora tenía enfrente.

En ese momento eran aliados, pero solo un instante después podían ser terribles enemigos. Por ahora, esto último no le atraía a ninguno de los dos. Los intereses comunes sostenían la débil lazada que mantenía su alianza en precario equilibrio.

Sin embargo, aquel ser, no solo poseía un siniestro poder que abarcaba la capacidad de liberar a los cuatro generales del mal, también demostró gran inteligencia.

Suavizó la voz, no de forma rotunda, pero si lo suficiente para provocar una tregua en el pensamiento del Naggum.

—Debí habértelo contado. Los necesito. Al igual que te necesito a ti. Como sabes, el tiempo juega en nuestra contra. Después de los últimos acontecimientos debemos acelerar la captura del chico.

EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora