VI. Despertando

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VI. Despertando

El destello creció durante momentos inciertos, la luz lo abarcó todo y un brillante velo cubrió la soledad del espacio donde quedaron enfrentados.

El mago oscuro desorientado, observó al joven que tenía enfrente. Escrutó el lugar donde había sido llevado.

El ente negro no disponía de recuerdos comparables a cualquier otro ser vivo. Sus pensamientos rugían como corrientes permanentes que procedían de todos sitios, abarcaban horrores indescifrables, fluían de manera inconstante en muchas direcciones, acabando en una sola. Su memoria era la conjunción hostil e incoherente de cualquier forma de creación; de la prolongación demente del dolor, de la proyección de la vida más allá de la trascendental muerte. Era la eternidad del tormento infinito.

Por eso... Incluso para él, un ser perverso, creado para transformar la vida en atroz agonía, aquella situación era discordante.

No, no fue él quien realizó aquel traslado. Inclinó la cabeza mirando al muchacho que tenía delante. No estaban en el lugar que debían estar. Volvió a mirar al joven. Lo miró desde la profunda penumbra que encerraba el tormento de miles de criaturas, desde el fatídico vació de un lúgubre infierno y proyectó sobre él una tortuosa muerte, carente de ningún tipo de piedad.

Su desconcierto aumentó, cualquier criatura hubiera preferido mil veces morir antes de enfrentarse a un mago oscuro. Aquel que tenía delante, ni siquiera sintió el leve indicio que desata el miedo. Aún más, la mirada del muchacho era un desafío, casi un ruego, una petición de combate.

El general del mal reaccionó, trasladó desde sus más crueles pensamientos un ritual de tormento hasta el joven. Esto, no solo debía haberlo matado, lo habría consumido eternamente en un abismo de insoldable dolor.

Así fue como un espasmo de agonía le recordó el mandato. No, no debía matarlo, debía llevarlo ante él.

Aún se preguntaba por qué, no tenía una respuesta, no conocía el motivo por el que había reaccionado así ante un flaco y pálido humano, utilizando gran parte del poder negro que le otorgaba la capacidad de someter el mismísimo averno. Al fin y al cabo, actuó como un animal atrapado, utilizando cualquier recurso para doblegar a su adversario.

Aquel lugar, no era el lugar. ¡No fue él quien llevó! ¡Fue llevado!

Sintió algo parecido a una sensación incómoda.

Era él quien debía ser temido, adorado hasta el sacrificio, era un Dios oscuro capaz de obligar, de someter a cualquier criatura viviente a su voluntad.

Era él, creador de destinos de atroces pesadillas y nefastos caminos.

Era él a quien temía la muerte.

¿¡Entonces...!? ¿Por qué? ¿Por qué esa evocación permanente de alerta?

Tal vez, porque el conjuro maldito que proyectó hasta él, ni siquiera lo hizo parpadear.

Los magos del mal no entienden, someten.

Hasta el momento cumplía órdenes, al igual que sus hermanos, fue atado por un conjuro oculto en los albores de las lunas negras. Un hechizo contenedor de escritura sagrada, una de las cuatro invocaciones conocidas, escritas por las manos de los primeros Dioses.

Después de tan largo periodo fueron liberados, pero también dominados.

La entidad que los liberó era poderosa, se bastaba a sí misma para conseguir cuanto deseara. Tan solo existía un motivo para reclamarlos.

Entonces supo el porqué de su aprehensión.

El joven humano experimentó un cambió. De su piel comenzó a emanar una luz incandescente, parecida a un fuego que ardía con vida propia, un fuego de llamas blancas. Sus ojos desvanecieron su mirada, su mirada humana, y se fusionaron con la ígnea radiación del cuerpo.

EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora