II.PERPEPCIONES

1.2K 166 42
                                    

II

Percepciones

Su presencia era frío, dolor. Tan solo su presencia. El aire, sobrecogido, comenzó a formar una fina capa de hielo que crecería en grosor por momentos, el mal había tomado forma.

Ese instante quedó aislado de la tierra, de los hombres, de las bestias... dejó un silencio negro, la oscuridad que antecede a la muerte.

Así lo percibió el grupo. Laina se llevó la peor parte. Su piel se entumeció, y sus movimientos, sellados por una indolente sensación de angustia, convulsionaban sin la voluntad capaz de sujetarlos.

La vida es algo efímero, tan frágil que en cualquier momento puede quebrarse como delicado cristal. Cada una de las especies conocidas, perviven con el instinto de la conservación, algunas de la supremacía...

Los Enit tenían un don. Un vínculo común. Sentían la vida de forma distinta a otros mortales. Sus sentidos, más intensos, percibían, miraban y amaban con más fuerza que ninguna otra criatura podría entender. Los Enit de las aguas, de la tierra, los del viento y los del agua, diferentes en formas, pero iguales en sentimientos. Laina pertenecía al pacífico pueblo de los árboles. Toda su raza sin excepción, sentían la vida como ningún otro ser en la tierra. De la misma manera sentían el dolor.

El que en ese momento soportaba lo provocaba la maldita presencia del mal que se cerraba sobre todo lo que estaba viendo. Una presión que albergaba un mal primitivo, sin piedad ni respeto por otras criaturas.

Sintió que se estremecía, el frío se le clavó en la piel lo mismo que gélidas y finas agujas de helado metal y no pudo soportarlo. Thed, atento, evitó que la chica golpeara el suelo cuando se desplomó. Al cogerla notó una punzada en el costado, la herida provocada por el Naggum no había terminado de cicatrizar.

Tjoum, lo mismo que Drima, se transformaron al momento interponiéndose entre el ente oscuro y los chicos. Fue la mujer quien inició el ataque, se dejó llevar por su instinto primario y arremetió con fiereza. La fuerza de sus garras hubiera seccionado un tronco del grosor de la pierna de un hombre con limpieza, pero su rival era sombra sin carne, sus afiladas zarpas hallaron la nada. Confusa, se volvió hacia su compañero y antes de que pudiera reaccionar, lo percibió. Sintió el frío negro de los huesudos y largos dedos en su espalda, y aquel contacto la dejó helada. Una guerrera así no mereció ese final. No fue una muerte rápida, al menos para ella. Pudo sentir como se marchitaba, como su cuerpo se consumía. Y mientras notaba esa sensación inhumana que le arrancaba la vida, quiso morir, acabar con su sufrimiento. Sentía avanzar la decadencia por sus músculos. Al igual que una mancha negra se extiende en las claras aguas, una sombra de tormento se extendía por su piel llevándola inexorablemente hacia la muerte. A su paso, quemaba su cuerpo lo mismo que un terrible fuego que multiplicaba el dolor hasta la demencia. Miró a su compañero, su rostro mostraba el sufrimiento que sentía. Sus ojos se colmaron de cenicienta agonía y extendió el brazo hacia él, buscando aliviar su angustia a través de un contacto que no llegó a producirse.

Tjoum indeciso y desconcertado por la rapidez de los hechos buscó su mano, intentando paliar su dolor, pero no pudo. Impotente gimió desesperado, la impotencia se convirtió en rabia cuando la vio marchitarse lo mismo que una flor seca y la rabia dio paso a una furia sin precedentes.

Thed también notó la intensidad de un frío desconocido, quemaba igual que la ardiente brasa, paralizaba su cuerpo y embotaba su cabeza. La situación lo dejó aturdido, solo el ligero calor que procedía del cuerpo de la chica lo mantenía con cierta cordura. Contempló la terrible ira que albergaba el guerrero de luna, e impotente cerró los ojos resignado, sabiendo que aquel enfrentamiento terminaría sin remedio con la vida de Tjoum.

El hombre convertido en bestia, avanzó en busca del verdugo negro que lo observaba a través de su espantosa maldad. Levantó un brazo, y al pronunciar el conjuro que mataría al guerrero, algo lo hizo callar. Aquel sortilegio no fue completado.

Athim se puso en medio de los dos. El engendro fluctuó en ancestral maldad y lo miró indeciso. El joven acababa de salvar la vida del guerrero de luna. Al insignificante muchacho tenía orden de no matarlo.

—¡Atrás! ¡Apártate! Voy a acabar con esa pesadilla. —Ordenó Tjoum.

Athim no dijo nada, su rostro había cambiado, no mostraba sorpresa, ni frío, ni miedo. Su faz era inexpresiva, lo mismo que sus ojos que parecían arder como carbones de ascuas blancas.

Se acercó despacio, con firmeza, hasta donde la oscuridad retaba la noche en forma de hombre. Tjoum quedó sorprendido, ni siquiera se dio cuenta de su transformación. En contra de su voluntad dejó de ser bestia y absorto contempló lo que ante él acontecía. Thed seguía cogiendo a la chica entre los brazos, miraba a su amigo al igual que el guerrero de luna, sorprendido. Ni siquiera podía avanzar un solo paso, estaba "atado" sin posibilidad de moverse de su emplazamiento.

Antes de continuar, el joven con calma ojeó a sus amigos. Luego se acercó hasta el mago oscuro, se situó tan solo a un palmo de tan terrible adversario. Lo miró a través de la vacía soledad de su rostro y vio sus ojos, vio el siniestro delirio que se alimentaba del alma de los vivos, y lo escuchó, escuchó los murmullos del abismo negro del mal. Pero aún vio más...

Fue un zumbido seco, corto, la falta de luz fue absorbida por un estallido breve. No duró, y cuando el pequeño fragmento de tiempo se disipó, ni rastro. Lo mismo que su oponente Athim, fue tragado por el súbito y fulminante estruendo. Era imposible, parecía que los mismísimos Dioses, de repente, hubieran reclamado a ambos.

Tjoum reaccionó de inmediato, se abalanzó hasta donde hacía un instante habían estado, nada, el cielo mostraba las estrellas que con un brillo por encima de las demás, desafiaban la oscuridad de la noche.

Laina, perceptible e intuitiva comenzó a despertar. Thed aún estaba pasmado cuando la chica intentaba ponerse en pie.

—¡Por todos los Dioses! ¡Athim! ¡Athim! —Thed gritó varias veces el nombre de su amigo, la respuesta fue la soledad de un profundo silencio.

El Kliot olfateó el aire, utilizó la capacidad de su vista para perforar el lugar. Ninguna huella, ni una pista. Además, parecía que nunca hubiese estado allí. No percibía su olor, como si jamás hubiera existido.

A toda prisa el Kliot se acercó hasta su amiga, su compañera. Al intentar cogerla se volvió polvo, como si llevara muerta desde un tiempo sin memoria. Cayó de rodillas, con las manos manchadas por las partículas que hasta hace un momento, habían sido el cuerpo de la chica.

Laina afectada y conmocionada por los hechos dio unos pasos hasta situarse a la altura de Tjoum, le tocó el hombro y el simple roce alivió al guerrero. Uno más de sus dones, su contacto podía sanar, no solo heridas leves, también era capaz de atenuar las heridas del corazón. El Kliot la miró resignado, agradecido.

Después de esto, la joven se movió con ligereza, pudo percibir el lugar donde el mago oscuro se encontró cara a cara con Athim. Se agachó y tocó el terreno. Una extraña levedad se alzaba en la tierra, inapreciable.

Consternada habló casi en un susurro.

—¡No está!

—¡Sí! Sabemos que no está, pero dónde. ¿Dónde? ¿Dónde está? —Preguntó apresurado Thed.

—¡No está! —Repitió de nuevo Laina.

Thed movía las manos incrédulo y la joven respondió:

—No está, no está en ningún lugar de esta tierra, no está en el reino de los hombres. 

EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora