XXVI. LA LEYENDA DE LOS DAULS

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Wyam tenía visto tanto que, pocas cosas podían llegar a asombrarlo. Conocía a Tdaim, el príncipe de los Dauls, desde pequeño, lo había visto crecer y convertirse en un hombre. Su férrea voluntad y su determinación era sin dudarlo, la de un rey. Algunos pueblos le habían reclamado la lanza de Vannin. Wyam y el resto de los magos y demás pueblos aliados vieron como la usaba, como a tan larga distancia abatía al gigante, después de esto, ningún pueblo o raza sería capaz de reclamar la lanza, pues el pequeño tigre había demostrado ser digno de ella. Entonces, en plena contienda Wyam no pudo evitar recordar la leyenda que daba forma a su pueblo. La leyenda de los Dauls de los valles:

"En tiempos ya remotos, la entrada a la bóveda de la sabiduría no estaba vetada a ningún pueblo, cualquier mago tenía acceso a ella. Incluso muchos peregrinos procedentes de diferentes y lejanas tierras llegaban hasta la ciudad atraídos por la fama, por la historia del lugar. Ikalinet, el custodio de los libros, hacía de guía, y los tratados podían ser consultados por aquellos magos que así lo solicitaran.

Las visitas se realizaban una vez cada cien lunas. Sin duda, lo que más llamaba la atención al visitante era el libro de fuego. Menk Tok era el destino de los magos que, atraídos por las ganas de aprender, llegaban desde tierras lejanas. Muchos buscaban remedios para algún problema en concreto, otro muchos ansiaban enriquecer y aumentar sus conocimientos. Para estas visitas se preparaban urnas individuales de cristal, dentro se acondicionaban manuales abiertos por las páginas que contenían los conjuros más solicitados. Era un espectáculo impresionante, pues en la sala más grande de la bóveda se disponían en una única fila cien columnas que se alzaban del suelo una vara que, a su vez sostenían cien arcas de cristal que, mostraban cien hechizos diferentes. Aquello era el cenit para los magos, se desvivían anotando todo cuanto les interesaba. Si alguno, dentro de la selección expuesta no encontraba lo que estaba buscando, podía solicitar su petición a trámite, en ese mismo día su solicitud se estudiada y en caso de ser viable, se autorizaba. Estos tratados solo podían ser leídos bajo el consentimiento del viejo custodio, solo en salas individuales y siempre con la supervisión de su ayudante.

En un hueco entre la piedra, existía una recopilación que no contenía hechizos, por lo que todo el mundo la pasaba por alto. Relataba la historia de los pueblos, de todas las razas sobre la tierra. Recogía cuentos, leyendas, anécdotas, incluso el nacimiento de las distintas razas.

Aquella mañana, entre los invitados a la bóveda se encontraba un pequeño muchacho, inquieto, con ganas de aprender todo cuanto pudiera, con un entusiasmo que se reflejaba en sus colorados mofletes.

Al pasar por ese rincón, un epigrama de letras gastadas llamó su atención:

"La leyenda de los Dauls"

Enseguida le echó mano, pero la barrera de protección mágica impidió que pudiera cogerlo. Ikalinet a pocas varas del chico sonrió y como excepción única, lo tomó y se lo acercó.

El niño abrió los ojos como platos y una sonrisa que abarcaba toda su cara mostró su felicidad.

El conservador gesticulando, invitó al chico a seguirlo, lo llevó hasta una pequeña cavidad donde la luz de las llamas rebotaba en la pared y amplificaban la visión. Después lo dejó solo con su ejemplar.

Ávido y nervioso se sentó, observó el manual que tenía entre las manos, la portada era madera tratada para su conservación, el título había sido tallado y los huecos rellenos con algún tipo de arcilla que le otorgaban un ligero relieve, todo realizado con extremo detalle. Lo abrió, el papel interior poseía un tacto suave, las palabras trazadas con elegancia. En su primera página aparecía el dibujo de un gran tigre blanco.

EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora