Enemigos
También en eso se equivocó Iluymt, no atacaron las arqueras, ni los magos, ni los guerreros llamados tigres blancos. Muy a lo lejos, se apreciaban máquinas de guerra, nada que ver en tamaño y forma con las del enemigo. Debían ser varias docenas y todas al unísono respondieron con su carga. Similares a las catapultas, lanzaron unos proyectiles redondos, enormes, con la velocidad del aire se combaban, perdían la forma. Se distorsionaban y cambiaban alterados por la presión de la velocidad. Fue entonces cuando las Albrant soltaron una nube de flechas, no al ejército que tenían delante, las arrojaron a los proyectiles que llegaban hasta la vanguardia, donde se encontraban los gigantes que observaban atónitos. Las puntas de hierro perforaron la tela que formaban los proyectiles y ante la velocidad, el polvo que llevaban en su interior se esparció en fogonazos blancos. Era tierra, de partículas tan finas que parecía harina gruesa. Esto aparte de provocar desconcierto, los cegó. Al instante, se formó una tormenta de arena. Quizás, como en su momento pensó Iluymt, las diminutas flechas de las arqueras del bosque no perforarían la piel de los gigantes. Pensó bien, pero jamás pudo imaginar lo que vino después. Detrás de las catapultas aparecieron muchas máquinas más, extrañas y curiosas, ligeras y livianas, pero mortales. Simulaban ballestas enormes, lanzaban flechas descomunales a una velocidad endiablada. Estas lanzas, no solo perforaban su piel, ensartaban su carne como mantequilla, y los gigantes caían al suelo lo mismo que torres con la base destrozada.
—Desorientación y caos, la visión es imprescindible para combatir, si los privamos de ella, quedarán desconcertados y Shyarn tiene el método para llevarlo a cabo. Incluso nosotros quedaremos ciegos, no veremos al enemigo, no hace falta. Las flechas alcanzarán los objetivos más grandes. —Esas fueron las palabras de Wyam y así se hizo.
Cuando el polvo se asentó, la mayoría de los gigantes yacían muertos, algunos al caer, habían aplastado a sus propias tropas, creando así una mayor catástrofe en la fuerza delantera.
Iluymt observó consternado, lleno de ira, ordenó el ataque de los arqueros. Miles de hombres se adelantaron y un manto de negras flechas cubrió el cielo, sin embargo, los proyectiles no llegaban a su objetivo, reventaban en el aire. Allí donde buscaban matar, la magia seguía latente, pues la distancia del primer hombre protegido hasta el alcance de los proyectiles, era de varios varines.
De nuevo, Iluymt se dejó llevar por la ira y precipitó la carga, los Giurys guiados por Nrats, Munt y una caballería de miles de salvajes atacó. La contraofensiva vino de la mano de los Tirojs de la lava y de los soldados de fuego. Tras ellos un ejército organizado de las montañas de hielo batían sus armas.
El choque fue brutal, violento... El alarido de los salvajes, el siseo de los ofidios y los espeluznantes rugidos de los Munt se mezclaban con el choque de espadas y escudos que bramaban sonidos de muerte, amplificados por el eco del cañón de piedra.
Los arqueros se adelantaron, su letal carga esta vez sí alcanzó su objetivo, los caballeros del hielo caían acribillados, muchos Tirojs sucumbieron en este ataque, incluso los magos más adelantados quedaron para siempre en la tierra por la que ya corrían regueros de sangre. Los guerreros del fuego, inmunes a las flechas, seguían avanzando, el filo enemigo no causaba mella alguna en su piel, pero se encontraron un rival cruel, los jinetes del desierto rojo. Los asesinos entrenaban a sus monturas para matar y aunque los dientes de los reptiles no perforaban su piel, los sacudían entre su boca con tal fuerza que les provocaban graves daños internos. Los golpes de su cola, igual que terroríficos azotes de piedra, comenzaban a crear bajas en los que hasta ese momento se mostraban como imparables guerreros.
Los Tiroj de la lava se encontraron frente a frente con los despiadados Munt, avanzaban con rapidez, sus jinetes portaban hachas de doble filo y sesgaban todo a su paso. Lo que no era hendido o cortado por sus hojas, quedaba a disposición de los rapidísimos lagartos del desierto. Los arqueros desde atrás, a la orden de su capitán disparaban a la vanguardia del enemigo, causando bajas incluso en sus adelantados compañeros. Sin embargo, una brecha de cuatro hombres se abría con rapidez, ya fueran Munt o Giurys, Tiroj o salvajes. Wyam, junto a los primeros de las casas y otros hábiles magos, abatían a cualquier fuerza que le saliera al paso. En el caos de la batalla no era posible ver la belleza de sus movimientos. Un arte que Wyam prefería no haber utilizado nunca, que no quería utilizar. Si tenía que hacerlo, incluso el enemigo más avezado quedaba admirado con cada uno de sus movimientos convertidos en mortales ataques. Sus extremidades parecían ondulaciones del viento que se desplazaban creando ritmos en total armonía, equilibrados y precisos.
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EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGO
AventuraTercer y último libro. Este volumen completa la trilogía. El desenlace. Un enfrentamiento que hará temblar cada uno de los reinos de los hombres y las distintas criaturas de este mundo de magia.