Serendipia [Heikazu] (High School AU)

〔:🍓:〕「 1 」 ༄˚⁎⁺˳✧༚

Una vez más, el insufrible sonido del despertador le taladraba los oídos e interrumpía su sueño de la forma más brusca posible. Pero Kazuha no tenía ánimos ni para molestarse por algo así. Tan solo soltó un enorme suspiro en el que se le podría haber escapado el alma sin problema y, finalmente, hizo que el despertador dejara de sonar.

La noche anterior le había costado conciliar el sueño, así que se había quedado escribiendo poesías y componiendo melodías hasta que se hubo sobresaltado al mirar el reloj y ver que eran cerca de las cinco de la madrugada. Era por eso que le costó tanto levantarse de la cama, con su cuerpo todavía pidiendo algo más de sueño.

Entraba la luz justa por la ventana y las sábanas estaban más cálidas y suaves que de costumbre, la combinación perfecta para convencer a Kazuha de que ignorara sus responsabilidades y se quedara a dormir un poco más. Rodeado por el silencio, con la única compañía de su guitarra, su flauta travesera y la katana forjada con la técnica milenaria de su familia, Kazuha realmente consideró la tentadora oferta de no ir a clases. Pero al final se destapó y se propuso ir.

Entre bostezos, se lavó la cara, se vistió, se cargó la mochila a la espalda y bajó a la cafetería del hostal en el que se estaba alojando a desayunar algo. No había mucha gente a esa hora, cosa que agradeció porque no le apetecía que lo vieran con esa cara de recién levantado y de que encima había dormido poco.

No le gustaba el sabor del café, pero creyó que necesitaría uno para no quedarse dormido nada más llegar a clase. Decidió acompañarlo con un par de tostadas, que se comió con más calma de la que quizá debía.

Con la vista perdida sin mirar nada en concreto, atacó tranquilamente su desayuno, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Kazuha era un chico tranquilo después de todo, alguien a quien parecía imposible perturbar. Siempre esbozaba esa sonrisa suya tan bonita en los labios, a pesar de todos los obstáculos que la vida se apañaba para ponerle en el camino.

Hacía ya tiempo que vivía solo, de hostal en hostal, como un viajero errante. Casi vivía en la miseria, con lo justo para poder sobrevivir; pero también lo justo para poder ser feliz. En otros tiempos, su apellido le habría asegurado el éxito; en otra época todo el mundo habría querido ser un Kaedehara, no como ahora. La empresa familiar se había echado a perder, se había ido a pique y había caído en la ruina.

Su padre había intentado arreglarlo, pero nada pudo hacer por salvar la empresa o la reputación de los Kaedehara. Y cuando el hombre hubo fallecido a causa de una enfermedad que, aunque no era mortal, se hubo combinado con el estrés y la presión psicológica a la que estaba sometido; Kazuha heredó aquella ruina insalvable tan solo dos meses después de haber cumplido dieciséis años. Hacía ya casi un año de eso.

Todas las propiedades de la familia quedaron embargadas y pasaron a ser del Estado, incluido el piso donde Kazuha solía vivir con su padre. Y era por eso que ahora, sin una casa propiamente dicha a la que volver, hacía lo que podía para pagarse una habitación en un hostal u otro para poder dormir bajo un techo.

Aceptó el hecho de que no había nada que hacer para salvar la empresa, así que renunció a ella al poco tiempo de heredarla, rechazando su asfixiante destino como un Kaedehara. Sin ataduras de ningún tipo, se consideraba ahora un espíritu libre, alguien cuyo hogar era el mundo entero, que iba a donde el viento lo guiase y que se enfrentaba a los obstáculos tal y como vinieran.

Y a pesar de todos los motivos que tenía para estar hundido, de todas las experiencias por las que había pasado para estar sumido en el desamparo y la agonía, Kazuha era feliz. Era feliz y se encontraba bien, le gustaba estar con sus amigos, escribir poemas en los que expresaba sus sentimientos y componer melodías que pretendían emocionar a los oyentes.