39.- No puedes amar a nadie que no sea a ti mismo

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De nuevo estoy aquí

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De nuevo estoy aquí. De nuevo estoy en la habitación de siempre, la cual se ha transformado, definitivamente, en un 7eleven.

Hace frío, estoy aparentemente solo y no hay detalles nuevos a la vista. El reloj marca las 6:05, como de costumbre. Los escaparates están llenos de mercadería y los frigoríficos repletos de alimentos fríos o bebidas. Las dos puertas continúan allí, igual de blancas que las paredes; una a mi izquierda y la otra a mi derecha. He intentado abrirlas en otras ocasiones, aunque sin resultados. La última vez que toqué el pomo de una de ellas mi mano se quemó, y no estoy dispuesto a correr la misma suerte esta vez.

Avanzo entre los pocos pasillos. No hay nada distinto en relación a lo que recuerdo. Soy solo yo, dando vueltas por aquí, más el molesto ruido de un monitor de signos vitales, que es lo único que acompaña al eco que hacen mis pasos al avanzar.

—¿Hola?

Quizá si hablo, alguien conteste.

—No quiero algo salado en realidad.

¿Huh?

Yo conozco esta voz. Viene del pasillo de al lado.

Avanzo hasta allí y puedo reconocer la silueta de MinHo, de pie junto a una versión onírica de mí que parece agitada. MinHo se ve como siempre, despreocupado y tranquilo mientras sostiene una caja de Chocopie en sus manos. Revisa el precio y nuevamente habla pero, esta vez, no se le entiende. Es como si yo estuviera bajo el agua mientras él conversa de quién sabe qué cosa. Yo, en cambio, parezco pálido. No dejo de mirar hacia una de las puertas, ni al muchacho tras la caja registradora, quien acaba de aparecer y que está muy concentrado en la pantalla de su celular.

Me parece conocido. Todo este lugar me parece conocido.

Las luces del 7eleven de pronto amenazan con apagarse. Una de las puertas se abre. La luz se apaga. Se enciende. El muchacho tras la caja registradora mantiene las manos arriba, como si estuviera a punta de pistola, pero no hay nadie allí amenazándolo.

La luz se apaga. El ruido del monitor de signos vitales se vuelve más intenso, pero cesa ante el ruido ensordecedor de fuegos artificiales. O una explosión. Un disparo.

La luz se enciende, todo es borroso.

Me recibe mi 'yo' onírico, a metros delante de mí. Llora. Tiene las manos llenas de sangre.

—MinHo, ¡MinHo!

Donde antes estaba MinHo, ahora no hay más que una poza de sangre que se hace cada vez más y más grande.

El ruido del monitor se vuelve sostenido. Todo, todo es rojo. Mi cuerpo, las paredes, los escaparates, las puertas.

—¡MINHO!

Lloro mientras observo cómo yo mismo hundo las manos en la poza de sangre, desesperado.

—No me hagas esto, despierta, por favor, MinHo, despierta... MinHo, deja de jugar, abre los ojos. MinHo, por la mierda, mírame, MinHo, ¡MinHo!

〈 La Habitación Blanca 〉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora