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De alguna manera, ella tenía esa bebé en los brazos que le daba una mirada asustada entre sus sollozos mientras desinfectaba la pequeña raspadura en la pierna de la bebé. Un lindo vestido rojo portaba, junto a un osito de peluche. Ambas estaban heridas.
Todo pasó tan rápido.
Esa mañana autos negros salieron de la nada mientras esperaba a que el paso peatonal cambiará a verde cuando se pronto una camioneta sin placas derrapó en una esquina. El aliento de Sakura se había quedado atascado en su garganta cuando de la ventana de la camioneta un hombre sacó la mitad de su cuerpo y con él, una metralleta; los gritos no tardaron en hacerse escuchar, ella fue tirada al suelo con una horda de personas a su lado, su cabeza golpeó contra el pavimento, y sintió húmedo inmediatamente, seguido por una explosión de dolor. Las camionetas volcaron. Y en medio del ataque, un grupo de hombres salieron de las camionetas negras, volcadas. Horrorizada observó como algunos sangraban o tenían alguna extremidad rota. En el retorno, la camioneta blanca volvió y antes de que los hombres pudiesen atacar con sus armas, la metralleta hizo lo suyo. Ni siquiera se dió cuenta que estaba gritando al igual que otras personas hasta que cubrió su boca, la camioneta blanca no se fue hasta que no hubo un solo hombre de pie.
Ella y otros se levantaron en ese momento, dispuestos a correr, pero el grito de terror que venía de uno de los carros la hizo frenarse en seco.
Se trataba de un bebé.
Con el corazón tronando en su pecho y las piernas débiles ni siquiera lo pensó, corrió en dirección a las camionetas cuando una voz desde el grupo de gente que huía la detuvo:—. ¡No lo hagas!
Sakura volteó a ver al hombre castaño con extrañas manchas rojas en sus mejillas, alarmado:—. ¡Soy doctora y hay una niña ahí!
Atónita, no lo podía creer. La gente la estaba viendo como si estuviera loca mientras se alejaba en manada.
—¡Hay un bebé ahí dentro!
Nadie se movió, nadie llamó a la policía.
Sakura los maldijo en voz alta y corrió a las camionetas, tocando las ventas, entrecerrando los ojos para buscar la fuente del incesante grito aterrado. Temblorosa, logró abrir una de las puertas después de escalar por las llantas y ahí estaba, entre su propio vómito y lágrimas en los asientos traseros, de cabeza por el cinturón de seguridad.
—Oh, dios.
Los ojos de la niña la capturaron y tendió sus bracitos hacía ella gritando "papi" con su sollozó infantil.
—¡Te tengo, bebé! —arrulló, buscado la manera de entrar sin aplastarla con su cuerpo.
Manos en sus tobillos la hicieron gritar y asustar a la bebé y se dió cuenta que el castaño la veía como si la quisiera matar.
