Capítulo 3: Estúpida conciencia

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Mi alarma sonó a las 7:15 am, mi primera clase a las 8:20; así que me desperecé y salí al cuarto de baño para realizar mi rutina de aseo.

Ya tenía una semana allí en el departamento con Max  y nada ha cambiado o variado; algunas noches quedaba con alguna chica, teníamos sexo, al día siguiente querían más de lo que siempre les ofrezco, hacían un desastre en el departamento y se iban para que Max recogiera todo mientras yo hacía el desayuno.

Ese día no fue así, como no quería dramas matutinos no quedé con nadie la noche anterior.

Me dirigí a la cocina donde estaba Max desordenando su cabello negro en un taburete de la cocina.

— ¿Por qué siempre tengo que cocinar yo? — me quejé, y empecé a sacar las cosas de la nevera.

— Buenos días para ti también. — me dijo Max—. Y respondiendo a tu pregunta: porque no quieres que ninguno muera intoxicado.

— Cierto.

No hice nada complejo: cereal, jugo de naranja, y tostadas a la francesa.

Francesa

— Oye, hoy voy a llevar a la vecina nueva: se llama Melanie — me dijo Max y me quedé quieto.

— ¿Solo a ella?

— ¿Qué quieres decir? — le dio un largo trago a su jugo.

— Eh… creí que eran dos chicas.

— Oh sí, pero Camila, la compañera de Melanie, no irá. Al menos no con nosotros.

— Hmm…— lo miré con los ojos entrecerrados—. Mucha caballerosidad tiene un motivo.

— Eh…

— Lo sabía. Te gusta la vecina pelirroja.

— No te negaré que es atractiva.

— ¿Se ven con frecuencia?

— En la semana que llevamos aquí, solo nos hemos visto unas tres veces.

— Oh, Romeo, es mejor que te alistes rápido si quieres quedar puntual con ella.

— ¿Te vienes conmigo? — me preguntó mientras tomaba su bolso.

— No, prefiero caminar un poco hoy.

Se despidió y pasé a terminar de alistarme yo.

Después de la primera clase, fui a por un café y vi a una chica que se me hizo algo familiar, pero justo en ese momento llegó Max.

— Vamos, tenemos la segunda clase juntos.

Y así pasamos al salón con el profesor Honorio.

Me senté junto a una chica rubia, que me sonreía sin ningún disimulo; eso siempre me había pasado. Y aunque a veces me gustaba, era tedioso en algunas ocasiones.

Pero claro, no perdí la oportunidad de guiñarle un ojo con descaro y ver como se sonrojaba.

Tres horas más tarde y seguía vivo.

De milagro.

Me fui a mi departamento en cuanto terminó mi última clase, necesitaba empezar con los deberes para tener el fin de semana libre y despejar un poco la mente.

Créanme, lo necesitaba después de una semana entera de puros sueños sin sentido; así es: seguía soñando con una chica que habla, no solo francés, sino también otros idiomas, pero siempre es lo mismo que el primero.
Empecé a subir las escaleras de mi departamento y escuché a alguien tararear.

Frené en seco justo en medio del corredor, dándole la espalda a la puerta de mi departamento y frente a la puerta de las vecinas nuevas.
Los tarareos no cesaron, pero no distinguí la melodía.

Seguro es Camila.

Estúpida conciencia, tenemos una semana entera que no la vemos.

Desde esa noche, en la que me despertó, no la había vuelto a ver.

Pero seguro que hoy cambia eso.

Intenté centrar toda mi atención en el tarareo constante, cerré mis ojos y escuché.

Nada. Nada más que eso.

— ¿Te puedo ayudar en algo?

Me voltee y me crucé con una mata de pelo rojo fuego.

Melanie.

— Hola… eh no, solo…

— Escuchabas — terminó por mí y tuve la necesidad de mentir y decirle que no.

Pareció darse cuenta de mi intención porque volvió a hablar:

— Hmm…— cerró los ojos por dos segundos—. Es la melodía de su película de Barbie favorita. Barbie y una aventura de sirenas.

— ¿Cómo la reconociste?

— Suelo escuchar esa canción con frecuencia. A ella le gusta mucho y, la verdad, canta bien — sonrió con ¿tristeza? ¿nostalgia? —. A veces pienso que ser cantante es su sueño frustrado.

— ¿Frustrado por qué?

Eso me descolocó: Camila tendría dos años menos que yo, como mucho, y vino su amiga a decir que es “su sueño frustrado” como si fuera a partir de este mundo al día siguiente.

Ví que ella adoptó una postura algo rígida y el semblante lo endureció.

— Solo es una manera de hablar — dijo, con algo de dureza en la voz.

Y ahí fue cuando me fijé que tenía varias bolsas de mercado en la mano.

— No me había fijado. Dámelas — y tomé las bolsas. Soltó un suspiro de alivio y empezó a buscar las llaves.

— Gracias.

— Tranquila.

Entramos a su departamento y era casi igual que el que compartía con Max, con la diferencia de la decoración: las paredes son blancas, pero algunas tienen manchones y rayas de distintos colores llamativos, como si alguien las está utilizando de lienzo.

Las lámparas también tenían dibujos hechos con pincel.

Había un teclado eléctrico en un rincón, y junto a este, una guitarra acústica.

Por toda la estancia y cocina se encontraban pequeñas notas de color morado, azul y amarillo con frases que no alcanzaba a leer.

Melanie colocó su bolso en uno de los muebles y se giró hacia mí.

— Allí está el mesón — me lo señaló—. ¿Quieres algo?

— Lo que elijas.

Deposité las bolsas en el mesón y empecé a buscar con la mirada.
Melanie se dio cuenta.

— No saldrá ahorita. Está pintando.

— ¿Pinta también?

— Ve las paredes de la sala — me las señaló mientras abría la nevera en busca de algo—. Aun no las termina, claro. Quiso concentrarse primero en su cuarto.

Empecé a observar las paredes y me fijé que los manchones y rayas que vi en un principio tienen más sentido del que se ve a simple vista.

— ¡YES! — gritó Melanie, y me giré para verla—. Ven, ayúdame con esto.
Así que la empecé a ayudar con unos sandwiches algo extraños que estaba haciendo.

Después de ver la manera extraña que los preparó sonrió satisfecha y cuando terminó de hacerlos, con la tapa de un olla los empezó a ventilar en dirección  al pasillo.

La miré con una ceja enarcada.

— Ya verás.

Y justo en ese momento escuché abrirse y cerrarse la puerta de un cuarto.

De estrellas y otros eclipses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora