Capitulo 2: El sueño interrumpido

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Ella solo está allí parada, viendo sus pies descalzos, esperando una respuesta de mi parte. ¿Cómo supo que estaba allí, si en ningún momento levantó la vista?
La vi respirar lentamente: sus hombros se movían con suavidad haciendo que su cabello corto se deslizara hacia delante.

—Eh…

—Bueno, no sé si fiarme de la palabra de alguien cómo tú —dijo, casi con indiferencia con una voz… dulce. Es diferente su voz a la de todas las personas.

Yo fruncí el ceño.

—¿Cómo es eso de “alguien como yo”? — inquirí.

—Pues… llevas la camisa al revés— me fijé rápidamente, y en efecto, llevaba la franela al revés—. Y eso significa muchas cosas, una de ellas, es que puedes tener un elefante frente a ti, y no lo notarías.

—Para tu información, sí, lo vi todo. O sea, vi el baile extraño que hiciste al subir las escaleras.

—¡¿EN SERIO?!

Soltó un chillido y levantó la vista hacia mí, al fin.

Oh, Dios.

Tenía unos ojos brillantes, extremadamente brillantes, sus mejillas eran redondas, nada de pómulos perfilados; sus cejas eran del mismo color de su cabello, y este enmarcaba su rostro de una manera atractiva.

Y su sonrisa era cegadora. Una dentadura realmente blanca y sus labios estirados hasta donde se le permite para mostrar semejante obra de arte.

Era muy preciosa.

¿Cómo es que no la había visto antes? Tenía dos años en ese departamento y jamás me la había cruzado.

Frunció el ceño y ladeó la cabeza, confundida. Hice lo mismo que ella y recordé que…

—Oh, sí. Lo vi todo — respondí a su pregunta y volvió a sonreír—. ¿Es importante eso?

—En efecto, vecino — colocó los zapatos en el siguiente escalón al subir y me saludó con la mano, agitándola a ambos lados con mucha energía —. Soy la vecina de enfrente. Un placer.

—Me llamo Eduardo Ruthman ¿Y tú?
—Camila Maxwell — me sonrió.

Maxwell… ¿de dónde me suena ese apellido?

—Oye ¿te molestaría si te presento a mi mejor amiga?

—¿Eh? — pregunté, confuso.

—Oh no— y rió con una risa suave, nada extravagante, peo una risa sincera—. Sonó como si intentara conseguirles una cita, lo siento. Quise decir que si no es de mucha molestia presentarlos para que le afirmes lo que hice al subir las escaleras.

—¿Tu baile?

—No es un baile, específicamente — hizo un mueca.

—Pues vale, le afirmaré lo que sea que haya sido eso.

—Gracias, gracias, gracias — me sonrío y empezó a sonar su teléfono. Lo vio y frunció el ceño —. Bueno, será mejor que entre, aún hay cosas por desempacar.

—Eh… claro. — No sé porqué sentí un vacío en el estomago.

—Hâte de te voir, voisin.

—¿Eh?

Y ella subió los últimos peldaños que le faltaban, y entró a su departamento.

Sacudí mi cabeza para aclararme un poco: todo ese rato tuve una sensación de embriaguez. Una energía distinta había adoptado el ambiente. Fue como estar aturdido pero en el buen sentido.

De estrellas y otros eclipses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora