Me desperecé en la cama pero algo me impidió moverme hacia la derecha.
Algo no: alguien sí.
Me pasé las manos por mi cara y suspiré. Ese día se me venía un drama de los buenos.
Intenté recordar lo que pasó.
— Hola, preciosa — saludé a una chica que tenía ya rato mirándome.
Me golpeé la frente con mi palma derecha al ver que mis recuerdos eran borrosos.
— Vamos a terminar esta noche de sábado como es realmente — .Le dije a la chica de cabello corto de la fiesta.
Llegamos a mi departamento y empezó la diversión.
— Joder…
Murmuré lo mismo unas diez veces y salí de mi cama para ir directo por una aspirina mientras los recuerdos seguían llegando.
—Joder, Ed…— gimió la chica y recuerdo haber sentido un escalofrío recorrerme todo el cuerpo.
— No me digas así si quieres seguir con esto — le dije, separándome un poco de en medio de sus muslos.
Dios, nadie me había dicho así desde que ella se fue.
Me tomé la aspirina con un buen trago de agua y empezó a sonar mi celular.
Mi hermana.
Mierda.
Domingo: se supone que hablaba con mi familia cada domingo.
Revisé y vi que tenía más de veinte llamadas perdidas.
Mierda.
Contesté.
— Hermanita…
— ¡Y una mierda! — gritó y cerré mis ojos: aun me dolía la cabeza. —. ¿Se puede saber por qué no respondías a nuestras llamadas, Altaír?
— Lo siento, seguía dormido y el celular no estaba en mi cuarto — expliqué.
— Pues más te vale que abras la maldita puerta de tu estúpido departamento ahora mismo, Eduardo Altaír Ruthman.
Pero ¿Qué mierda…?
Toma ya, lo que te faltaba.
Suspiré y abrí la puerta.
— …vocabulario no es de una señorita, Gema — decía mi madre y Gema volteaba los ojos.
— Es culpa de este imbécil — dijo mi hermana, señalándome con ambas manos con un gesto que me daba a entender que era el culpable de todos sus problemas.
Las observé por unos segundos de más; no me gustaba que me visitaran sin previo aviso.
Mi mamá me sonrió y Gema me miraba con una mueca de asco y horror; no me había visto en un espejo pero imaginé la cara y las pintas que cargaba.
— Hola, mamá — abrí la puerta un poco más y besé su mejilla.
Gema entró y soltó un quejido de exasperación.
— Tu departamento es un asco — soltó. Ella odiaba la decoración del departamento.
— Hola a ti también, hermana— dije, ya harto de su presencia en mi departamento. —. Solo porque no te guste la decoración, no significa que es un asco.
— Basta, chicos — dijo mi mamá.
Ella vestía como siempre: sus típicos pantalones anchos de color beige, una blusa blanca y un chándal verde limón.
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De estrellas y otros eclipses
Novela JuvenilPrefacio. Primavera: maldita estación que lo único que hace es recordarme a ella... Camino firme hasta la entrada del dichoso lugar que no hace más que demoler cada uno de los cimientos que construí durante todos estos años. Pero no culpo al lugar...