Estuvimos tomados de la mano durante todo el trayecto hasta el estadio de beisbol que me indicó Camila.En el camino ambos nos mantuvimos callados, y no sentí la necesidad de hablarle para hacer todo menos incómodo, porque el trayecto fue lo contrario a eso.
La incomodidad al lado de Camila no existe. Es nula.
Empezamos a caminar hasta el último escalón de las gradas, nos apoyamos sobre la barandilla y observamos la ciudad desde allí.
Ella se veía iluminada por la claridad de las bombillas y la luna; estaba empezando a anochecer.
Camila rompió el silencio.
— Me gusta este estadio.
— ¿Algo importante pasó aquí?
— quise saber.Ella sonrió.
— No.
— ¿Te gustan los deportes? ¿practicas alguno?
— Sí y no. Me gustan, pero no hago ninguno.
— Entonces ¿por qué te gusta este estadio? ¿tiene algo distinto a otro estadio?
Lo observé: se veía preciosa. Se veía natural. Se veía diferente.
No estaba enamorado de Camila.
Tampoco me gustaba.Simplemente me intrigaba.
Ella me miró.
— Soñé con este estadio — esbozó una sonrisa y yo enarqué una ceja—. Soñé que estaba aquí, esperando que la noche cayera, y estaba junto a alguien. Específicamente, junto a ti, Ed.
Cerré mis ojos un momento para abrirlos de golpe al escuchar cómo me llamó.
Tuve un momento de flashback.
— Ed… deja de ser un pesado — me dijo Vega, volteando los ojos.
— Vamos, Vega… ¿Cuál es tu otro nombre? Ya tú sabes el mío.
— No te lo diré, porque empezarás a llamarme así y no quiero — frunció el ceño e hizo una mueca que hizo que sus lentes resbalaran hasta la punta de su nariz. Se veía tierna.
— ¿Por qué?
— Porque yo quiero ser siempre tú Vega.
Le sonreí y le aseguré que siempre lo sería.
Miré atónito a Camila, que solo tenía ojos para la ciudad y estuve a punto de decirle que no volviera a llamarme así jamás, pero fue imposible.
Sonó realmente bien cuando ella lo dijo. Y el contexto de cuando me lo dijo fue casi… casi peculiar. Sonó único.
— Eso es lo que lo hace único. Especial.
— ¿Cómo estás segura que es este estadio?
Lo pensó un momento, luego sonrió antes de responderme:
— Porque estoy junto a ti. Si hubiésemos ido al estadio que está del otro lado de la ciudad, hubiese sido ese estadio el de mi sueño — ella suspiró—. Pero estoy en este estadio contigo. Así que es este.
— Muy poético.
— Se me da bien, lo sé.
Y ambos reímos.
— ¿Crees en los fantasmas?
Me preguntó de golpe.Yo la miré, preguntándome mentalmente si me lo preguntaba en serio.
— Es una pregunta seria y realmente importante.
Dijo, como si pudiera leer mi mente.
— Supongo. ¿en qué sentido lo preguntas?
— En el sentido que quieras responder — dijo, y me miraba expectante.
— No, no creo que existan ¿y tú?
— Sí, estoy segura de que existen.
— ¿Por qué lo crees?
— Porque la vida es muy corta como para desperdiciarla en no creer en algo o en nada — me sonrió—. Pero por supuesto, respeto las opiniones de los demás.
— Qué gran filosofía de vida tienes.
Nos dedicamos a observarnos por unos minutos hasta que decidimos ver directamente a la ciudad.
Se veía colorida por las distintas bombillas de las casas y edificios.
Una vista bonita, pero preferí ver a Camila, que para mí era una vista maravillosa.
Ella dio un respingo cuando sonó su teléfono.
Lo vi por encima de su hombro: una alarma con el recordatorio del nombre de un medicamento. Y sé que era de medicamento porque era un nombre extraño que terminaba con las mismas cuatro letras como casi todos los medicamentos.
Fruncí el ceño y ella se volteo para verme.
— Vamos al departamento. Debo tomar agua.
— ¿Te pones alarma para tomar agua? — enarqué una ceja y ella rió.
— Así es, lo que sucede es que tomo poco agua.
— ¿y el nombre de la alarma es el nombre de un medicamento?
— ¿Espiabas? — inquirió, con una sonrisa burlona.
— Fue sin querer.
— Claro, claro — empezamos a bajar los escalones de las gradas—. El nombre es de un medicamento porque si no tomo agua con frecuencia, me obligarán a seguir un tratamiento para hidratarme, y es por medio de agujas y yo las odio.Digamos que es una especie de motivación.
Yo reí y ella me tomó de la mano con mucha fuerza cuando terminamos de bajar las gradas.
Me miró por encima de su hombro.
— ¿Nunca has sentido la necesidad de correr porque tienes una sensación extraña pero no se lo dices a nadie por vergüenza?
— Me da vergüenza, pero sí.
Empezamos a caminar cuando jaló de mi mano para correr.
— Corre, corre, corre…— me susurró y la seguí, tomados de la mano, corriendo.
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De estrellas y otros eclipses
Teen FictionPrefacio. Primavera: maldita estación que lo único que hace es recordarme a ella... Camino firme hasta la entrada del dichoso lugar que no hace más que demoler cada uno de los cimientos que construí durante todos estos años. Pero no culpo al lugar...