Capitulo 8: Fantasmas.

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Estuvimos tomados de la mano durante todo el trayecto hasta el estadio de beisbol que me indicó Camila.

En el camino ambos nos mantuvimos callados, y no sentí la necesidad de hablarle para hacer todo menos incómodo, porque el trayecto fue lo contrario a eso.

La incomodidad al lado de Camila no existe. Es nula.

Empezamos a caminar hasta el último escalón de las gradas, nos apoyamos sobre la barandilla y observamos la ciudad desde allí.

Ella se veía iluminada por la claridad de las bombillas y la luna; estaba empezando a anochecer.

Camila rompió el silencio.

— Me gusta este estadio.

— ¿Algo importante pasó aquí?
— quise saber.

Ella sonrió.

— No.

— ¿Te gustan los deportes? ¿practicas alguno?

— Sí y no. Me gustan, pero no hago ninguno.

— Entonces ¿por qué te gusta este estadio? ¿tiene algo distinto a otro estadio?

Lo observé: se veía preciosa. Se veía natural. Se veía diferente.

No estaba enamorado de Camila.
Tampoco me gustaba.

Simplemente me intrigaba.

Ella me miró.

— Soñé con este estadio — esbozó una sonrisa y yo enarqué una ceja—. Soñé que estaba aquí, esperando que la noche cayera, y estaba junto a alguien. Específicamente, junto a ti, Ed.

Cerré mis ojos un momento para abrirlos de golpe al escuchar cómo me llamó.

Tuve un momento de flashback.

— Ed… deja de ser un pesado — me dijo Vega, volteando los ojos.

— Vamos, Vega… ¿Cuál es tu otro nombre? Ya tú sabes el mío.

— No te lo diré, porque empezarás a llamarme así y no quiero — frunció el ceño e hizo una mueca que hizo que sus lentes resbalaran hasta la punta de su nariz. Se veía tierna.

— ¿Por qué?

— Porque yo quiero ser siempre tú Vega.

Le sonreí y le aseguré que siempre lo sería.

Miré atónito a Camila, que solo tenía ojos para la ciudad y estuve a punto de decirle que no volviera a llamarme así jamás, pero fue imposible.

Sonó realmente bien cuando ella lo dijo. Y el contexto de cuando me lo dijo fue casi… casi peculiar. Sonó único.

— Eso es lo que lo hace único. Especial.

— ¿Cómo estás segura que es este estadio?

Lo pensó un momento, luego sonrió antes de responderme:

— Porque estoy junto a ti. Si hubiésemos ido al estadio que está del otro lado de la ciudad, hubiese sido ese estadio el de mi sueño — ella suspiró—. Pero estoy en este estadio contigo. Así que es este.

— Muy poético.

— Se me da bien, lo sé.

Y ambos reímos.

— ¿Crees en los fantasmas?
Me preguntó de golpe.

Yo la miré, preguntándome mentalmente si me lo preguntaba en serio.

— Es una pregunta seria y realmente importante.

Dijo, como si pudiera leer mi mente.

— Supongo. ¿en qué sentido lo preguntas?

— En el sentido que quieras responder — dijo, y me miraba expectante.

— No, no creo que existan ¿y tú?

— Sí, estoy segura de que existen.

— ¿Por qué lo crees?

— Porque la vida es muy corta como para desperdiciarla en no creer en algo o en nada — me sonrió—. Pero por supuesto, respeto las opiniones de los demás.

— Qué gran filosofía de vida tienes.

Nos dedicamos a observarnos por unos minutos hasta que decidimos ver directamente a la ciudad.

Se veía colorida por las distintas bombillas de las casas y edificios.

Una vista bonita, pero preferí ver a Camila, que para mí era una vista maravillosa.

Ella dio un respingo cuando sonó su teléfono.

Lo vi por encima de su hombro: una alarma con el recordatorio del nombre de un medicamento. Y sé que era de medicamento porque era un nombre extraño que terminaba con las mismas cuatro letras como casi todos los medicamentos.

Fruncí el ceño y ella se volteo para verme.

— Vamos al departamento. Debo tomar agua.

— ¿Te pones alarma para tomar agua? — enarqué una ceja y ella rió.

— Así es, lo que sucede es que tomo poco agua.

— ¿y el nombre de la alarma es el nombre de un medicamento?

— ¿Espiabas? — inquirió, con una sonrisa burlona.

— Fue sin querer.

— Claro, claro — empezamos a bajar los escalones de las gradas—. El nombre es de un medicamento porque si no tomo agua con frecuencia, me obligarán a seguir un tratamiento para hidratarme, y es por medio de agujas y yo las odio.Digamos que es una especie de motivación.

Yo reí y ella me tomó de la mano con mucha fuerza cuando terminamos de bajar las gradas.

Me miró por encima de su hombro.

— ¿Nunca has sentido la necesidad de correr porque tienes una sensación extraña pero no se lo dices a nadie por vergüenza?

— Me da vergüenza, pero sí.

Empezamos a caminar cuando jaló de mi mano para correr.

— Corre, corre, corre…— me susurró y la seguí, tomados de la mano, corriendo.

De estrellas y otros eclipses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora