Capitulo 22: Gracias al baile de sexto por haberme preparado para ese día.

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Camila y yo llegamos al lugar de nuestra cita.

Cita con Camila: la gloria en una frase.
No quise que fuera tan romántica. No quería que fuera una cita sacada de película o de algún lugar donde se suelen ver citas clichés, como en libros o comedias cursis de los ochenta, aunque esas no estaban tan mal.

Pero definitivamente eso no era lo que quería. Quería mostrarle una parte de mí que me hacía pensar en ella.

Ella observaba todo, como si no quisiera perderse ningún detalle. Le sonreía a todo en lo que sus ojos se posaban, y yo envidioso detrás de ella, queriendo que posara su precioso iris en mí.

Caminaba de aquí a allá con confianza, como si hubiese recorrido el mismo lugar anteriormente. Pero resulta que esa era su manera de caminar, de observar y de ser. Le mostraba al mundo que ella conocía hasta el más mínimo rincón del planeta, y era fascinante verla así.

Estábamos en una pequeña antigua estación de tren que dejó de funcionar hacía bastantes años atrás, pero era un lugar concurrido. La cafetería de la estación seguía funcionando, al igual que pequeños locales donde vendían de esas baratijas que siempre compran los turistas.

Justo esa parte de la estación hacía conexión con su parte subterránea, y desde donde estábamos divisábamos a los demás visitantes ir hacia allí con cámaras y teléfonos.

Lo interesante de todo ese lugar, no eran las maquinarias del tren viejo y oxidado, ni el buen café de la cafetería, ni las baratijas, ni los árboles que habían empezando a apoderarse con sus ramas del abandonado tren, y tampoco lo era mi compañía (aunque eso tenía mucho que ver), sino la razón por la que la había llevado a un lugar cero por ciento romántico y cien por ciento tenebroso, y esa razón era por la cual iban turistas, y aún se mantenía activa esa parte de la ciudad: habían fantasmas. O eso era lo que se decía.

Llegué a escuchar que muchos turistas tuvieron la oportunidad de sentir la presencia de esos seres vivientes-no vivientes, y terminaron en un psiquiátrico.

Hay personas de mente muy débil.

No le había mencionado esto último a Camila — aunque tuve el presentimiento de que no se asustaría— y tampoco el hecho de que había fantasmas.

Después de ella haber observado como las hojas y las ramas se enredaban en las maquinarias del tren, se volteó a verme sonriente y por un segundo me olvidé de respirar.

Su sonrisa, joder…

— No sé por qué… pero no esperaba que me llevaras a un lugar romántico. — enarqué una ceja y ella volvió sonreír con dulzura. — Empiezo a conocerte.

— Me gusta eso.

— Me gustas tú.

Se sonrojó después de decirlo y le tomé de su pequeña y frágil mano. Sus pequeños y delgados dedos alrededor de los míos. Mi mano fría contrastaba con su temperatura: ella estaba tibia, casi caliente, como si hubiese puesto sus manos en una plancha por solo unos segundos.

Seguía sintiendo esa electricidad cada vez que la tocaba. Era fascinante.

Ella me miró y luego le echó una rápida ojeada al lugar. Volvió a mirarme, pero esta vez lo hizo con más que curiosidad en sus ojos.

Decidí contarle:

— Aquí hay fantasmas.

Y en cuanto terminé de decirla esa última palabra sus ojos se abrieron como platos y brillaron como nunca los había visto brillar. Sus labios se entreabrieron. Volvió a ver la estación abandonada, girando su cabeza lentamente y cuando volvió a posar su mirada en mí me di cuenta que estaba sonriendo. Sonriendo de verdad.

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⏰ Última actualización: Feb 15, 2023 ⏰

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