Capitulo 14: el color canela se convirtió en mi hogar.

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Spoiler: demasiado cursi para un Rockstar, así que prepárense para una buena dosis de azúcar.
Ahora sí, a leer:
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Camila no dejó de mirarme ni por un segundo y, claramente, yo tampoco dejé de verle porque si ese hubiese sido el (muy poco probable, ya que mirarla dolía pero dejar de hacerlo dolía aún más) caso, no podría afirmar que me vio fijamente por lo que a mí me parecieron horas.

La observé con detenimiento y una de las cosas que noté es que no se depilaba las cejas. No es que fuera un experto en detallar ese tipo de cosas, pero el haber vivido con Gema durante casi toda mi vida me había enseñado a reconocer cuando una chica se depilaba las cejas y cuando no. Y ese era el caso de Camila: ella no se había depilado nunca las cejas. Y eso hacía que sus cejas, de un castaño oscuro, con ese matiz rojo leve, se vieran atractivas. Algo inusual, pero cierto: se veían atractivas porque no se visualizaban esos pequeños vellos gruesos que empezaban a crecer alrededor de la forma adecuada de su ceja días después de la primera depilada. Solo se visualizaba esos vellos delgados, aún vírgenes, que formaban su ceja: un arco que se alargaba hasta la punta exterior de la misma.

También noté que tiene lunares pequeños en partes específicas de su rostro.

Tenía un lunar por encima de su fosa nasal derecha, como un pequeño, casi imperceptible, piercing de color canela. Porque sí, sus lunares tenían esa tonalidad canela.

Tenía otro en el labio inferior — así es, me había pasado la mitad del tiempo viendo sus labios, no tan carnosos pero no tan delgados. Su labio inferior era mi favorito— justo en todo el centro de este. Ese era un poco más oscuro: color vainilla.

Tenía dos lunares de color canela en su redonda mejilla derecha. Estaban relativamente juntos. Me hacían recordar a Peter Pan con su típica frase antes de emprender viaje a Nunca Jamás: «Segunda estrella a la derecha hasta el amanecer»
Ese pequeño paisaje estrellado — aunque solo fueran dos estrellas color canela en realidad— me recordaban a esa escena de mi niñez. Me recordaba a la ilusión y el brillo en los ojos de los niños perdidos al escuchar a Peter Pan decir la frase que los llevaría directamente al amanecer. A casa. A su hogar.

Y esos dos pequeños lunares parecidos a las mismas estrellas del amanecer de Nunca Jamás me hacían pensar en casa. En mamá preparando chocolate caliente mientras nos hablaba a Max, a Vega y mí sobre las estrellas y los cosmos y sobre los infinitos universos que representan todas las estrellas juntas. Esos dos puntitos color canela en la redonda mejilla de la preciosa y mágica chica que tenía frente a mí me hacía pensar en mi hogar de la niñez.

Camila y su magia representaba muchas cosas, y una de ellas era eso: hogar. Familiaridad. Calidez.

Mientras la miraba con gran interés, en un silencio absoluto donde solo se escuchaba su respiración, y el sonido de los latidos de mi corazón resonando fuerte y claro en mis oídos, me fijé en una pequeña cicatriz del lado izquierdo en su frente. Muy pequeña, en forma de araña. Pero nacieron en mí unas irrefrenables ganas de saber el por qué de esa y de cada una de sus cicatrices.

Noté que sus ojos castaños claro no eran castaños del todo; un aro, muy delgado, en la parte exterior de su iris era de color miel, con una extraña tonalidad de verde. Una combinación fascinante, así como lo era ella. Así que asumí que sus brillantes ojos eran de color castaño claro, con un ligero toque de miel verdoso.

No me consideraba una persona que acostumbraba a tener un color favorito, pero en vista de que no era solo un color si no una combinación de colores, la combinación del castaño y miel verdosa sería mi favorita hasta el último de mis suspiros.

Suspiró cuando dejé de ver sus ojos y noté que su suspiro era cantarín. Como cuando está cantando y te empieza a faltar el aire, hasta que llega ese esperado momento donde puedes tomar aire y suspiras. Justo así sonaban sus suspiros para mí.

Entreabrió los labios ligeramente y no quise besarlos con desenfreno ni con deseo, si no con delicadeza, apenas un ligero roce con mis labios, solo para cerrarlos suavemente otra vez.

Estaba perdiendo la cabeza.

Nunca me había interesado fijarme en ese tipo de detalles, y basándome en mi personalidad a la hora de besar a una chica, sabía con claridad que no había espacio para la delicadeza.
Pero era justo lo que le había dicho a Camila hacía un rato: ella llegó para cambiarlo todo.

Parpadeé varias veces y ella sonrió, como si supiera en que estaba pensando y como si vio venir la conclusión a la que estaba a punto de llegar.

Maldita sea, su sonrisa.

Ella me sonrió con más ganas, y moría de ganas por preguntarle el por qué me sonreía así, pero también quería besarla, pero me debatía al mismo tiempo por querer ir a buscar mi cámara y congelar su jodida sonrisa.
Mis tres neuronas no sabían qué hacer, pero estaban de acuerdo en lo mismo: no dejar de verla ni por un segundo.

Así que yo me encontraba ahí, sin saber qué hacer, y para completar la situación colocándole la cereza al último piso del pastel, Camila me preguntó:

— Ed…,¿qué pasa? ¿Qué sientes?

Y claro, mi conciencia respondió primero en mi mente:

Pasa que me estoy enamorando de ti y siento que es lo más sincero que he sentido jamás.

Y yo no tenía manera de refutar ni decir nada porque sí, me estaba enamorando de Camila.

De estrellas y otros eclipses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora