Capitulo 5: el vestido violeta y la risa similar.

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—¿Te gustan las estrellas?

Me preguntó y yo solo tenía todos mis sentidos aptos para ver lo preciosa que se veía con ese vestido violeta, hasta la mitad de sus voluptuosos muslos blancos.

Su cabello corto estaba perfectamente planchado.

Llevaba una chaqueta jean por encima del vestido, cubriendo sus brazos y hombros.

Y claro, zapatos deportivos. Me estaba empezando a acostumbrar ese tipo de vestimenta.

Su preciosa cara iluminada por las bombillas del pasillo, estaba maquillada levemente: rubor y labial.

Un labial rojo intenso que le sentaba realmente bien.

Camila me miraba con curiosidad.

—Desde pequeño, sí.

Se sentó en el primer peldaño de la escalera, viendo al frente, de perfil a mí.

Tres metros de distancia.

—De pequeña creé mi propia teoría sobre las estrellas — dijo, muy bajito.

—¿Cuál es esa teoría?

—Ya no estoy pequeña, así que ya no la tengo —se volvió a mí y me sonrió.

—Vamos, no puedes dejarme con esa duda — negó con la cabeza y rió.

Sentí algo extraño al escucharla reír.
Fue como revivir algo.

—Oh Dios, Altaír.

Vega no podía ni hablar porque reír era más importante.

Yo tenía mi ceño fruncido pero fue inevitable: empecé a reír con ella.
Ella empezó a reír después que le conté que cumplí un estúpido reto para que la chica más guapa del colegio donde estudiaba —que no me gustaba, pero fingía que sí— aceptara ser mi novia.

—¡Es que por Dios, Altaír! — me dijo Vega, en un intento de controlarse—. Eso fue estúpido: bailar la conga, en pleno receso, en medio del patio de la escuela. Debe gustarte mucho Valentina como para que hagas tal ridiculez.

—Creo que no iré nunca más a la escuela, Vega — le dije, sentándome a su lado en el columpio doble del porche de mí casa.

—No iremos más entonces.

—Tú debes seguir.

—Pero no lo haré, Altaír — suspiró y me desordenó el cabello. Amaba que hiciera eso—. Nosotros no somos como la leyenda de nuestros nombres. Siempre estaremos juntos. Además, no podrías vivir sin mí.

—Arrogante. — la acusé e hizo una mueca y luego me sacó la lengua.

—Tu vida sería patética sin esta chica arrogante. Nos conocemos desde hace toda una vida.

—Solo tenemos ocho años.

—Toda una vida.

Y empezamos a planear una vida sin escuela.

Sacudí mi cabeza para librarme de ese recuerdo.

Camila me vio, como si pudiera ver lo mismo que yo acababa de recordar.

—¿Por qué te gustan las estrellas? — preguntó.

—Desde pequeño me volvía loco la astronomía. Supongo que me lo inculcó mi mamá. Está obsesionada con el universo; ella y su mejor amiga. Tanto así que mi madre me colocó Altaír de segundo nombre.

—Oh vaya, amo esa leyenda — me sonrió y yo me sorprendí. Muy pocas personas conocían la historia—. ¿Conoces a alguien de nombre Vega?

—La hija de la mejor amiga de mi mamá. Crecimos juntos, pero soy mayor que ella.

—Su amistad debe ser bonita…— murmuró más para ella que para mí.

—Lo fu…

¡Pi pi!

Ambos bajamos la vista hacia el pie de la escalera: la misma camioneta gris de hacía una semana y los mismo tres chicos bajan de ella.

Uno de ellos es Marco. Si, Marco: el que estuvo esa tarde con Camila.

Ella sonrió y se levantó. Yo la copié.

—Vinieron por mí — dijo sin mirarme.

—Ya me contarás tu teoría sobre las estrellas.

La escuché reír por lo bajito y bajó un peldaño.

Se volteó y me vio con sus ojos avellana brillantes por encima de su hombro.

—Ich freue mich auf Ihren, Nachbarn.

Y bajó corriendo los escalones hasta llegar donde se encontraban los tres chicos, todos con chaquetas de cuero.
Los abrazó con fuerza a uno por uno y se montó en la camioneta.

Entré al departamento.

Ya no recordaba ni por qué había salido.

De estrellas y otros eclipses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora