16. Génesis

24 3 0
                                    

Ann

No había podido dormir bien, veo mi reloj y marcan las 6:37 am, suspiro mientras veo el bonito diseño del techo.

Quería entender, sopesar todo lo ocurrido y llevar a una conclusión pero esos ojos verdes no tenían una respuesta fácil de deducir. Realmente Zeliel era demasiado cambiante y me intrigaba en demasía.

Cómo podía llegar a ser un chico común y de repente, ser ese chico lleno de secretos, lleno de sorpresas. Él tenía 19 y sentía que había vivido una vida de alguien de veintitantos, la manera en la que hablaba, con libertad pero al mismo tiempo con algo que no le permitía ser libre en totalidad, quería saber de su hermana y porqué ella estaba lejos de él pero eso era algo que no era de mi incumbencia.

Y su comportamiento conmigo, inevitablemente me sentía especial cuando estábamos juntos. Me hacía olvidar tanto y me transmitía algo que nunca me habían permitido experimentar, libertad. Esa que va más allá de escapar e irse corriendo del lugar que te mantiene presa, una libertad de espíritu porque él era eso.

Reviso mi móvil y veo un mensaje de Roman preguntando cómo estoy, le respondo con un "Bien, gracias por preguntar"  y resignada a no conciliar sueño me levanto dispuesta darme una ducha de agua caliente.

Tomo ropa de mi mochila mitad maleta y entro al baño, pongo pestillo y me empiezo a desvestir, dentro del baño habían toallas y un aroma a coco que me daban ganas de quedarme ahí bajo la regadera por horas disfrutando de la tranquilidad.

Entro a la regadera y me dejo llevar por las gotas sobre mí, cada vez que me bañaba recordaba la razón de las cicatrices y me recuerdo que cuando tenía 11 intentaba tallar mi piel tan fuerte hasta que enrojecía con el fin de borrar las marcas que mi propia madre me había hecho desde los 6.

Decía que era castigo justo por mal comportamiento y al ser yo más pequeña le creía, cuando fui creciendo me di cuenta de la crueldad que en realidad tenían sus intenciones.

Si hacía algo mal pedía que me quitara la camisa y encendía una barra larga y gruesa de incienso, lo encendía y luego lo apagaba en mi piel, una y otra y otra vez hasta que se cansaba. Creí que al mudarnos con Roman eso cambiaría y no, para mi suerte empeoró. Cada mínimo disgusto generaba su ira y ni hablar cuando me quejaba de Nick y su raro comportamiento, eso era el detonante.

En el patio había un cobertizo de madera, algo grande y ahí era donde mi madre me llevaba para darme los peores castigos que recuerdo. No solo se limitaba al método del incienso, usaba baras de metal para pegarme en donde la ropa cubriera. Gran parte de mi torso y abdomen tenía feas marcas blanquecinas que solo me dejaban en claro algo que yo sabía perfectamente: su odio hacia a mí era más grande de lo que mi amor por ella me podía permitir saber. Dentro de mí tenía esperanza de algún día ser madre e hija como en esas películas donde se idealiza esa relación, con risas y conflictos que reforzaban el amor, pero como gran parte de mis esperanzas esa era muy lejana a ser verdad.

Enjuago mi cuerpo con gel de baño que el hotel tenía, todo era muy tropical en el lujoso hotel y era algo de admirar, la experiencia de hospedaje te hace querer quedarte viviendo por ahí.

Culmino mi ducha y me seco y visto. Peino mi cabello con los dedos y me veo en el reflejo del espejo acariciando mis labios, me gustaba que Zeliel preguntara siempre si quería que me besara, me hacía sentir segura y sobre todo, me hacía sentir que mi palabra sí valía.

Sálvame Donde viven las historias. Descúbrelo ahora