Capítulo 64: Chismes en los pasillos.

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Las calles de Obelia ardían de nuevo con rumores de las Princesas.

—¿Te enteraste de la nueva?—murmuraban en los mercados.

—Sí, lo escuche del cerrajero.

—La Princesa Jennette dejará sus clases de magia—se susurraban las damas.

—Es muy débil como para manejar magia, otra esperanza perdida.

—Ah, aun cuando es la opción más factible—los caballeros se lamentaron mientras bebían whiskey en sus estudios.

—Se venía venir, desde que ocurrió ese incidente en la opera con el terrorista. Si su mana explota ante una situación como esa, no podemos esperar buena salud de ella.

—¡Son todas mentiras!—una joven mucama del palacio Esmeralda chilló mientras trasportaba una caja hacia la habitación de Athanasia—, ¡Nuestra princesa Jennette es perfectamente saludable! ¡Todos esos nobles doble cara que vienen a hablar con Su Majestad solo esparcen rumores estúpidos y sin fundamentos!

—Dylia, cálmate. O te escucharan— a su lado, un joven guardia le tranquilizó mientras caminaban por el pasillo.

—¡Eso intento! ¡Pero el Emperador debería despacharlos a todos! ¡En especial con esos rumores de Lady Penélope...!

—Ya, entiendo.

—¡Por supuesto que entiendes!

La voz de la chica bajó de volumen poco a poco, mientras seguían por el pasillo. Fue para ellos imposible percatarse que en la intersección con el corredor, al lado de una mesita con un jarrón blanco, estaba Jennette.

La Princesa miró sus manos, sostenían una regadera de cristal con la que había regado las petunias del balcón de su sala de música. Llevaba guantes de algodón y debía sostenerlo con firmeza si no quería que su preciado tesoro se dañara.

Nette sabía lo que se decía de ella, había oído a nobles cuando creían que ella no estaba, si no lo hubiera hecho la charla de la servidumbre hizo el favor de alertarle de igual forma. Para su pequeña mente, fue un golpe que los adultos criticaran su decisión de esa forma pero luego entendió que ella era una princesa de Obelia y se suponía que debía ser responsable y esmerada en su instrucción.

Como Taña o como Athy.

Ellas hacían parecer que todo era muy fácil, Athy bailaba, hacía Grand Jettes mientras se aprendía libros antiguos de memoria y Taña organizaba eventos y horneaba meriendas con habilidad, pero cuando Jennette lo intentaba era una tarea colosal e incompresible. Con decepción, Jennette miró sus guantes de nuevo y se sintió sofocada al recordar el chispazo que salió de aquellas manos cuando tocó a Tatiana.

La culpa la invadió como una ola de veneno espeso.

No envidiaba ser la próxima Emperatriz, sería un trabajo que haría mal de todos modos.

Y si le preguntaban, tampoco estaba muy emocionada con aquel asunto sobre tener magia.

Ya no.

Dispuesta a seguir su camino Nette se aferró a la regadera y caminó con resolución por los pasillos hasta sus habitaciones. Estaba tan ensimismada en ignorar sus pensamientos sobre sus lecciones que Félix pareció haber salido de la nada cuando se paró frente a ella.

—Buenos días, Princesa Jennette—él le sonrió, sus rizos pelirrojos se menearon alrededor de su cara cuando movió su cabeza para saludarla.

—Oh. ¡Hola Félix!— apenas divisó el rostro del joven caballero el rostro de Jennette se iluminó con una sonrisa sincera. Con lo ocupado que estaba el palacio, veía tan poco a su querido amigo que las tres hermanas habían empezado a quejarse con su padre—, ¿Su día ha sido agradable hasta ahora?

¿Quién me convirtió en la hermana mayor de las princesas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora