Historia Corta Parte 5

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No recordaba cuando fue la última vez que lloré.

Tenía tiempo sin llorar. No lloré cuando me fui del país sola y me despedí de mis padres, ni lloré las veces que un trabajo me salía mal, ni las veces que me enfermaba y estaba sola sin nadie que me cuidase.

Sin embargo, al ver a Ángel irse, al verme sola en mi apartamento, queriéndolo tanto como lo hacía, me recosté de la puerta cerrada y lloré.

Lloré por esa niña que se creía dueña del mundo, lloré por esa niña que quiso intentarlo y el mundo se le desbarató, lloré por esa Benatia que creyó que podía ser mejor, que volvió a ganarse la confianza de su madre, que luchó contra el impulso de mentir, de engañar, por la Benatia que sabia necesitaba ayuda y fue a terapia.

Lloré por la Benatia que no sabía amar pero que quería intentarlo.

Lloré por mí.

Y lloré por Ángel.

Por lo destrozado que tuvo que estar al enterarse de mi engaño. Por el Ángel de todos estos años que estuvo tan roto que no pudo volver a confiar, por el Ángel que mis acciones terminaron por acabar.

No pude volver a confiar en nadie más después de ti. No pude volver a amar.

Esas fueron las consecuencias de mi huracán.

No sé cuánto lloré, no era normal en mi llorar, pero un golpe en mi puerta me regresó a la realidad y a lo patética que lucía disfrazada de hechicera llorando contra mi puerta.

Por lo menos, el maquillaje era a prueba de agua.

La puerta volvió a sonar.

Las manos, los pies me temblaron con anticipación, esperando, ansiando que la persona que tocase fuese Ángel.

Abrí la puerta tan rápido como pude y ahí, de pie, con sus manos a sus lados, con su vista fija en cualquier parte menos en mí, estaba él.

Regresó.

No dije nada, me quedé apoyada en mi puerta, observándolo, Ángel me miró, observó mis lágrimas y se encogió de hombros a mi pregunta no dicha.

¿Qué haces aquí?

— Ya lo sabes. Aún no sé cómo decirte que no.

Todo el aire que contuve hasta ese segundo se expulsó, sin creerlo.

Di un paso atrás dejando el espacio libre para que él entrara.

Ángel entró y cerró la puerta, nos quedamos quietos, sin hablar, mirándonos el uno a otro por segundos eternos.

Su boca seguía hinchada, su pelo era un desastre por mi culpa. Yo no debía verme mejor.

Sus ojos, oscuros ahora, se fijaron en mi rostro para bajar por mis labios hinchados, se quedaron en mi pronunciado escote que hacía que mis pechos se viesen de maravilla, deleitándose en como mi vestido se amoldaba a mi cintura y luego en la parte descubierta en mi muslo izquierdo.

Sus manos se apretaron en sus costados.

— Benatia —comenzó con una voz baja— si no te quitas ese vestido tan bonito que llevas, temo que podré romperlo y no me gustaría hacerlo.

Quise sonreír, este ángel me gustaba y me gustaba mucho. Ángel siempre fue apasionado, pero no era nada comparado a cuando estábamos en el colegio.

Ahora era un hombre.

Y estaba aquí. Regresó

— ¿Quieres que me desvista? —pregunté jugando con él. Olvidando las lágrimas y sin molestarme en secarme el rostro.

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