Capítulo 40: Arco iris

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"Cuando debí alejarme más me enamoré
P

orque eso de olvidarte nunca lo aprendí"




Estaba nerviosa, no sabía exactamente el por qué pero un tipo distinto de nerviosismo abarcaba mis células en el momento en que toqué el timbre de la casa de Ángel. Detrás de mí, el sol se estaba escondiendo en una muralla de resplandores azules, naranjas, amarillos y rojos. Cambié mi peso de un pie al otro, me arreglé el cabello, sostuve mi cartera en la otra mano.

Volví a tocar el timbre.

La paciencia no entraba en la lista de mis dones. Tres segundos después, que bien pudieron haber sido tres minutos, no que los estuviera contando claro, Ángel abrió la puerta. Lucía justo como si hubiera salido de la ducha, en seguida el olor a perfume mezclado con jabón llegó a mis fosas nasales, y notando lo bien que lucía y que se había vestido me sentí un poco fuera de lugar. Yo había ido en unos jeans y camiseta simples, mi novio en cambio, tenía una camisa de botones a rallas junto con un pantalón caqui. Incluso se había peinado el cabello, amoldándolo hacia atrás, su rostro estaba completamente limpio y fresco. Lucia tan joven y hermoso que no estaba segura de poder reflejar su resplandor por medio del grafito, pero amaría intentarlo.

Podía dibujar cada línea de su rostro conocida de memoria con los ojos cerrados. Al recordar lo que llevaba dentro de mi cartera, esa bola llena de nervios e inseguridad a la que no estaba acostumbrada se multiplicó en mi interior.

—No sabía que tenía que vestirme formal —dije a modo de saludo.

El color bronceado de su rostro se enrojeció de una manera que me pareció adorable 

—No importa, estás hermosa así. —respondió haciéndose a un lado para dejarme pasar.

Al instante, cerrando la puerta detrás de él, posó su mano en mi cintura atrayéndome hacia la seguridad y calidez de su pecho para reclamar mi boca con la suya, la calidez se extendió como gasolina en mi sangre distribuyéndose uniformemente por cada pulgada de mi cuerpo, por cada uno de mis huesos. Enrollé mis brazos alrededor de su cuello, presionando su nuca para acercarlo a mí, sus brazos sintiendo el mismo fuego que yo, me rodearon por completo la cintura, sus manos grandes se desplazaron con delicadeza por mi espalda.

No lo quería soltar y sabía que él tampoco quería soltarme pero el aire jugaba en nuestra contra, separamos nuestras bocas pero no nuestros cuerpos y sin alejar mi rostro de él, lo respiré. Varias veces, intentando calmar el torbellino de emociones difusas y confusas que había en mi interior. Ángel creaba cosas dentro de mí que no sabía que podía sentir, experimentar. Todavía estaba luchando, intentando comprender la diversidad de emociones que me embargaban con cada uno de sus toques, miradas. O simplemente con su presencia e incluso con el mensaje más insignificante.

Sus manos se desplazaron de mi espalda para asentarse en mi cadera y luego, con una calma placenteramente dolorosa subió por mi cintura, encontrando mis hombros para atrapar a través del camino de mis brazos, mis manos en su cuello. Las arrastró hasta su boca, besando cada una como si fueran cristales. Mi respiración estaba peligrosamente acelerada y me pregunté cómo hacia él para conservar esa calma que poseía, su respiración no transmitía ni un suspiro desigual.

Pensando en la escena que estábamos recreando, me aparté un centímetro

— ¿Y tu mamá y Miguel?

Se me hacía completamente extraño que Miguel no hubiese salido de la nada a atormentarme para estas alturas

—No están —me haló hacia él, volviéndome a acercar— Mamá tuvo que acompañarlo a Maturín para una competencia de Karate.

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