Capítulo IV

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Quería patearlo.

De repente sentí una punzada de celos. Estuvo a punto de besarme, ¿y luego pretende seguir queriendo a alguien que no quiere? O quizá me había mentido a mí, y sí la quería. Y si fuese así, ¿por qué intentar besarme? Y de todas maneras, ¿por qué yo sentía esa rabia, ese odio visceral? ¿Me estaba ilusionando acaso con Allan Pittman? ¿Estaba buscando tener algo con él? Porque querer un beso jamás significa querer una relación, y para alguien cuyas experiencias de noviazgo eran nulas, era difícil saberlo.

—     Menos mal que no la quiere, ¿no? —dijo Grace con una pizca de odio en su voz— Imagina que la quisiera...

—     Basta Grace.

—     Era de esperarse, Rosie.

Me encogí de hombros y caminé con ella para sacar las cosas de los lockers de ambas. Habíamos llegado un poco tarde así que me apresuré para entrar a la clase de siete: Metodología.

Algún burdo de nuestra clase ya había tomado asiento al lado de Grace, en cambio, el único asiento disponible era aquel al lado de Allan Pittman.

Caminé hacia la silla vacía, puse mis cosas bajo la mesa y me giré hacia la derecha para sacar mis apuntes. Él se escurrió en su silla y se giró a la izquierda para quedar a mi altura.

—     ¿Dormimos juntos, Cahill? Porque no recuerdo que me hayas saludado ésta mañana.

—     Te vi lo suficientemente ocupado, Pittman.

—     Ocupado en cuerpo, en mente no tenía nada en qué pensar. Sus besos son insípidos.

—     Igual pareces disfrutarlos —me encogí de hombros y volví a mi posición inicial.

—     Y tú pareces sentir celos.

Solté una carcajada. El maestro se volteó y me fulminó con la mirada. Me encogí en mi silla.

—     En este pequeño cuerpo no cabe la menor posibilidad de unos "celos". Menos por ti, Pittman.

—     ¿Ah no? —esbozó una media sonrisa.

Me giré a verlo. Ese día no lo había detallado. Tenía una camiseta negra pegada al pecho, una americana negra y unos jeans un poco más arriba de los tobillos con unos tennis blancos. Llevaba el cabello en una bamba, como siempre. Sus ojos estaban perfectamente brillantes, y su sonrisa parecía iluminar toda la habitación entera. Tuve miedo de que su belleza me cegara y aparté la vista.

—     No —concluí.

Minutos después, que se sentían como horas eternas gracias a la voz de arrullo del profesor, sorprendí a Allan de reojo, mirándome atentamente. Lo ignoré la primera vez, pero quince minutos después sentía que sus ojos clavados en mí estaban quemándome. Me giré hacia él.

—     ¿Siempre eres así de molesto? —susurré enojada.

—     Calma Rosie. ¿Qué estoy haciendo?

Su media sonrisa con tono de picardía se volvió a asomar.

—     Deja de verme todo el tiempo. Eres un molesto.

—     La belleza es para apreciarse, Rosie Cahill.

Sus palabras congelaron todo mi interior. Los vellos de los brazos se me pusieron en punta y quise soltar una media sonrisa que reprimí con ganas.

—     Tú ya aprecias otras bellezas. Más bien, te recomiendo que prestes atención. Elliot me ha recomendado empezar a cobrar por mis tutorías —le guiñé un ojo.

1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora