Capítulo VI

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Rosie Cahill: Hola Rachel. ¿Estás lista?

Rachel Pittman: Sí Rosie, pero estoy teniendo... problemas. ¿Puedes pasar por mí cuanto antes? Necesito un poco de ayuda.

El tono de voz de Rachel sonaba distinto, y de repente intuí que se trataba de la reciente ausencia de Allan Pittman a las clases de la Universidad. El corazón me dio un vuelco y empezó a latir fuera de control. ¿Y si estaba enfermo? ¿Y si Rachel me llamaba para pedirme que llevarse a Allan al Hospital?

Una serie de acontecimientos se me cruzó por la cabeza hasta que la voz de Rachel sonó al otro lado del teléfono.

Rachel Pittman: ¿Estás de acuerdo?

Rosie Cahill: Oh, sí. Estaré allí en quince minutos.

Bajé las escaleras y mi padre me observó por un momento. Llevaba un pantalón negro alto, una blusa corta y el cabello suelto hacia los costados. La cara de mi padre era irreconocible.

—     ¿Pretendes que te deje salir así vestida?

Solté una media sonrisa.

—     Oh por favor, no me dejes ir. No tengo la más mínima gana.

Sus ojos rodaron por sus cuencas y extendió su brazo a mí para pasarme las llaves del auto.

—     No llegues muy tarde y no tomes si vas a manejar.

—     Emment, yo no tomo —reí.

Al llegar a la enorme casa de los Pittman las luces estaban apagadas. La puerta corrediza de la entrada parecía activarse por alguien dentro de casa, así que intuí que Rachel sí estaba ahí. Aparqué el auto y ella bajó a recibirme.

Afortunadamente, el único problema que tenía Rachel era con ella misma y no tenía nada que ver con su hermano.

—     ¡Gracias al cielo que has llegado! —exhaló tomándome de la mano y corriendo hacia el interior arrastrándome con ella.

—     ¿Y tu problema era...?

—     ¡Mírame Rosie! —señaló su cuerpo frente al espejo del lobby— ¿Qué coño se ponen las chicas de ésta época para ir de fiesta?

Solté una risa.

"Chicas de ésta época". ¿Acaso ella no hacía parte de aquello?

Rachel me pidió que la siguiese hasta su habitación. De vez en cuando, buscaba a Allan entre el poco campo visual que tenía, pero era una casa demasiado grande y yo me sentía demasiado pequeña.

La habitación de Rachel era de ensueño, con un armario gigante lleno de ropas organizadas por épocas, casi que parecía un armario histórico. Carecía de zapatos, de maquillaje y de bolsos. Pero podría quedarse en la ropa deportiva que usaba y seguir siendo totalmente envidiable.

—     Ayúdame Rosie —imploró.

—     Vale. ¿Tienes alguna especie de vestido casual, o alguna falda?

—     Creo que sí. Voy a buscar en el armario de mi madre, seguro ella si tiene por doquier.

Rachel se ausentó de su propia habitación y a los minutos hice lo mismo. Caminé con cautela por el pasillo mientras observaba a Rachel subir las escaleras a un tercer piso en busca de la habitación de sus padres. La puerta de Allan se encontraba entrecerrada y sólo era iluminada por la luz del televisor. Quise entrar. Me acerqué a ella con cautela.

¡Bam!

Allan me agarró con fuerza por la espalda, provocándome un susto de muerte. Traía un pantalón de pijama caído en sus caderas, una camiseta blanca ceñida al pecho, y el cabello suelto a los costados, totalmente desaliñado. Lo observé enojada, con ambas manos en el pecho sosteniendo los rápidos latidos de mi corazón, y no pude evitar notar que Allan traía en los brazos marcas de agujas cubiertas con curas plásticas. Él tomó mi rostro en cuánto mi mirada se desvió de la suya para observar sus marcas, y con una mirada llena de rabia me interrogó.

1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora