Capítulo X

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La observé apenada. Su mirada era fría, punzante. Sus falsos ojos de color azul observaban con desagrado la escena. Pero yo la entendía, y entendía su dolor. Entendía aquel odio visceral, porque fue el mismo odio que sentí la noche en que mi padre dejó a mi madre por una mujer más atractiva, pero menos persona.

—     ¿Quieres que nos vayamos? —preguntó Allan.

—     ¿Qué ha pasado entre ustedes, después de todo? —ignoré su pregunta.

Él soltó un largo suspiro.

—     La bañé, le presté una manta caliente y espere que sus ropas saliesen de la secadora para despacharla. Ella no entendía lo que yo le explicaba, ya estaba consciente, pero aún no me entendía. Le dije que ya no le quería y que creía que lo mejor era que ambos siguiésemos caminos distintos y ella se quebró, se puso de rodillas al instante, abrazó mis piernas de la manera más desesperada del mundo. Matthew estaba presente y la levantó del suelo. Le expliqué... que había alguien más... —mi rostro se ruborizó enseguida—. Ella me preguntó de quién se trataba, te mencioné, me abofeteó, tomó sus ropas y se fue. Desde ahí no supe nada de ella.

—     ¿Así que me has mencionado? —le sonreí de lado a lado.

—     Sólo he hecho una mención. No es que te lleves todo el crédito.

Me guiñó un ojo, me tomó de ambas manos y volvió a darme un pequeño beso en los labios.

—     Están a punto de hacer cambio de clase, ¿quieres ir a hablar con el señor Kay?

—     Ha de vetarnos de su clase para siempre, Rosie. Puedo apostar.

Lo golpeé levemente en el brazo.

—     Vamos, acompáñame.

Y mientras caminábamos, posaba su mano libre en mi espalda baja. Como si con su sutil toque lograse controlar mi caminar. Y quizá lo hacía. Quizá yo disminuía la velocidad para conservar ese toque, para conservarle próximo a mi cuerpo, para sentir ese leve roce de pieles entre él y yo.

La clase terminó y observamos a todos los presentes salir del aula para dirigirse a lo siguiente en su itinerario. Caminé en contra de la marea de estudiantes que salía y Allan y yo nos acercamos al señor Kay.

—     Profesor.

Él volteó a vernos parcialmente mientras borraba la pizarra.

—     Vinimos a... excusarnos por la impertinencia de hoy, señor —expliqué temerosa—. Le prometemos que no volverá a suceder.

—     ¿Cree que exista algún trabajo para poder recuperar la calificación de hoy? —preguntó Allan.

Allan Pittman. Hablando de trabajos. El señor Kay soltó una risa.

—     Escucha Pittman —puso su mano en el mentón y siguió sonriendo—, ya que últimamente has cumplido con tus deberes, y me atrevo a decir que se debe por la señorita Cahill, los invito cordialmente a realizar ambos una exposición sobre el valor del silencio. Para la próxima semana. ¿Entendido?

Él y yo asentimos.

—     ¿Voy a hacer tus tareas de ahora en adelante? —le pregunté mientras salíamos del aula.

—     No, vas a ser mi apoyo para hacer tareas. No vas a hacérmelas.

—     Te escuchas distinto —sonreí.

Él soltó una media risa.

Grace me fulminó con la mirada al salir del aula de clases y supe que le debía una explicación.

1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora