Capítulo III

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—     ¡Allan, Rosie! —llamó su madre desde la escalera— Bajad pronto.

La tensión entre él y yo podría servir para cortar como un cuchillo. Su cuerpo se encontraba de frente contra el mío y sus ojos sostenían mi mirada como un arnés. Mis cejas estaban fruncidas hacia él porque era innegable que me producía una punzada de celos pensar que Allan se encontraba en ese estado tan lamentable sólo porque no sabía cómo estar sin alguien. Quise besarlo, y quise besarlo con toda la rabia que sentía. Quería morderle el labio inferior y que él me agarrase con fuerza el cabello, y sin embargo eso no sucedió.

—     No sabía que eras tan molesta, Cahill —dijo sin apartarse de mí.

Sus labios se encontraban tan sólo a centímetros de los míos. Quería besarlo con todo mi ser.

—     ¿Soy yo la molesta, Pittman?

Sus ojos turnaban su mirada entre los míos, y mis labios. Quise sacudirlo entero, de rabia y de pasión. Sentí cómo su mano dudaba al subir por mi espalda, y giré un poco mi cabeza mientras él giraba la suya; y cuando nuestros labios se encontraron en un roce, fuimos abruptamente interrumpidos por la voz de Catherine llamándonos de nuevo.

—     Te ha salvado la campana, señorita Cahill —susurró.

—     Gracias al cielo que me ha salvado —le guiñé un ojo.

—     No creas que no he de vengarme —arqueó una ceja a mí.

—     No creas que no espero que lo hagas...

Mordí mi labio inferior suavemente mientras sentía que toda esa tensión entre ambos aumentaba. Caminé a zancadas tras él siguiéndole hasta la cocina. Cuando alcé mi vista, allí se encontraba Rachel, su hermana; y Aaron, su padre.

—     Rach, te presento a Rosie Cahill —me introdujo a ella.

Rachel era una mujer digna del apellido que llevaba y por consiguiente de sus genes. Tenía un cabello lacio del color pelirrojo de Catherine que caía en v por su espalda hasta un poco más arriba de su cadera, ojos amarillos como el color de la miel y una tez pálida. Medía un metro sesenta, y a duras penas destacaba en una familia de gigantes, pero tenía una mirada dulce, llena de amor y de carisma que de repente me hizo sentir acogida.

—     Apuesto a que debes de aburrirte a menudo dando clases a burdos como Allan —se rió.

—     No creas, debo decirte que existen peores —solté una media risa.

—     Suficiente —dijo la voz grave de Allan ocultando su risa—. Rosie, él es mi padre, Aaron.

Como también era de esperarse, el señor Pittman era un hombre gigante y robusto con un cuerpo que mostraba señas de haber sido tonificado en sus años de juventud. Tenía los ojos verdes profundos y el cabello negro de Allan, y era incluso más alto que todos los presentes.

—     Es un placer conocerte al fin, Rosie —estrechó mi mano fuertemente.

Solté una risita nerviosa y el color de mis mejillas tomó fuerza, Allan lo notó al instante y se echó a reír.

—     Vamos Rosie, es sólo un papá.

—     ¡Allan! —lo reprendió Catherine— No molestes a la chica que hace que apruebes metodología. A ver, pasad a comer.

Rachel me dedicó una media sonrisa y tomó mi mano para dirigirme hasta las sillas del comedor. Tomamos asientos de tal manera que la señora Pittman y el señor Pittman quedaron a la cabeza. Seguidos por Allan en un costado, yo justo a su lado, Rachel en la silla frente a mí y Matthew frente a Allan.

1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora