Capítulo V

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- Emment. ¿Qué haces acá? -pregunté sorprendida.

- Rosie... Volé en cuanto me enteré.

- ¿Un mes después?

- Sabes que a duras penas y sé algo de ustedes.

- Y eso parece afectarte demasiado -respondí irónica.

- Vamos Rosie... Sabes que siempre los echo de menos.

- Como sea. ¿Qué haces aquí?

- Ya te dije, Rosie. Volé en cuanto me enteré de la muerte de Alice. ¿Están tú y tu hermano bien?

- Elliot trata de llevarlo. Yo ya tuve mi duelo. Espero que te haya servido la visita.

Me volteé para subir de nuevo las escaleras y él me detuvo. Las manos de mi padre eran cálidas, y se sentían como a casa. Como a hogar. Como a familia.

- Vamos Rosie... No seas tan dura conmigo.

- Emment, si Elliot te ve aquí va a estrangularte. Deberías irte -susurré.

Yo no quería que se fuese. Siempre que mi padre venía a casa, sentía que por fin tenía una familia. Mi padre cometió errores. Engañó a la mujer que le había dado "dos maravillosas alegrías". Voló lejos de Georgia con la mujer con la que engañó a mi madre, y luego se quedó allá y nos dejó a Elliot y a mí solos. Porque estar con Alice siempre era estar relativamente solos. Sin embargo, cuando él estaba cerca, no podía odiarlo. Todos los recuerdos de la infancia me inundaban, y Emment me quiso mucho y todavía lo hacía.

Lo detallé. Seguía siendo el hombre al que yo podía mirar sólo cuando alzaba la cabeza. Sus brazos seguían siendo el mejor refugio. Brazos fuertes y tensos. Su piel aún era de un color trigueño claro, y sus ojos aún eran verdes con pedazos miel. Sus cejas seguían siendo pronunciadas, y su cabello aún era negro. No había cambiado en absoluto.

- Puedo hablar con él, Rosie.

Asentí con la cabeza.

- ¿Y tu trabajo? -le pregunté.

- Pedí unas vacaciones por calamidad familiar.

Volví a asentir a él con la cabeza.

- ¿Quieres que te prepare mi habitación? Puedo dormir con Elliot.

- No Rosie. El sofá está bien.

- No vas a pasar tus vacaciones en un sofá. Voy a prepárate entonces la habitación de huéspedes.

Él me agradeció con su media sonrisa de padre orgulloso. Alisté la habitación, él bajó sus maletas del auto y las ubicó en el armario. Ambos caminamos hacia la cocina, él se sentó en el taburete y yo me dediqué a prepararle un café.

- ¿Cómo vas en la Universidad?

- Es un poco pesada -sonreí.

- ¿Tienes que leer mucho, verdad?

- Alrededor de tres o cuatro libros por mes.

- ¿Y Elliot?

- Trabaja arduamente.

- ¿Y tienes novio?

- Emment, yo no tengo novios.

- Suenas como una niña de cinco años.

- Respétame. Tengo seis.

Él soltó la enorme carcajada que había extrañado por mucho tiempo.

1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora