Capítulo II

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—     ¿Se te ofrece algo, Pittman? —mi voz sonaba pequeña y temblorosa frente a él.

—     Rosie, necesito que me hagas un favor.


Rodé mis ojos. Ahí iba. Pittman y yo sólo habíamos conversado alrededor de seis veces en mi vida, y se debía a que yo era el puesto número uno en la clase de Metodología que él y yo compartíamos. Siempre un favor significaba una tarea, y siempre una tarea me llevaba a una tarea más en un futuro.


—     Esta tarde no puedo asesorarte —sonreí—, Grace quiere que la acompañe.


—     ¡Por favor Rosie! —me tomó de las manos— De verdad necesito aprobar.


Y ahí también iba, su roce de manos con las mías y sus ojos cafés clavados en mi mirada. Obviamente, Grace no necesitaba que yo la acompañase en la tarde, y yo sólo quería quitarme ese peso de encima.


—     Rosie, por favor... Te vas conmigo ésta tarde y te llevo a tu casa luego.


Todas las asesorías que yo le daba a Allan eran específicamente en mi casa, por ende me sorprendía (e incluso me asustaba) el hecho de que por primera vez iba a conocer la casa de Allan Pittman y su familia.


—     Sólo un par de horas —suspiré.


Allan se mordió los labios de la emoción.


—¡Gracias Rosie! —besó mi cabeza— Te debo una.


Bufé suavemente mientras Allan salía volando a tropiezos del aula. Grace me sorprendió por la espalda al salir con un fuerte pellizco en el brazo.


—     "Griciis Risii, ti dibi ini" —niñoñeó.


—     Es sólo un favor, Grace. Apuesto que querrías que alguien hiciese lo mismo por ti.


Ella rodó sus ojos a mí esperando que yo me retractara de lo que dije. Y lo hacía. De verdad. Pero Allan Pittman me producía una especie de sensación que no podía explicar. Me parecía atractivo, pero algo más me llamaba la atención de él. Y no era la forma en que se curvaban sus labios cuando sonreían, mucho menos el color salmón que tenían en particular, o cómo lucían sus pómulos pronunciados, y tampoco eran sus venas rodeando sus brazos cuando se tensionaba, Allan tenía algo, quizá un secreto, un pasado, un olor en particular, un escondite; quizá era un asesino, quizá tenía un seudónimo, pero había algo en Allan Pittman que me hacía querer estar cerca de él.


Al finalizar el día acompañé a Grace a subir al bus y volví a las escaleras de la puerta de la Universidad esperando ver a Allan Pittman. Medio campus se desocupó en un santiamén, pero yo seguía ahí esperando a Allan Pittman. Su auto aún estaba, pero también estaba el auto de Antoine.


Media hora después salió apresurado, trayendo en su mano a Antoine y buscando entre la multitud de autos el rostro olvidado de Rosie Cahill.


—     ¡Rosie! —se lamentó.


1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora