Capítulo XIII

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El sitio era sencillamente espectacular. Los invitados ingresábamos por un camino distinto al de las celebridades y artistas. Sin embargo, las cámaras apuntaron un segundo hacia nosotros, y se retiraron cuando observaron que no éramos alguien a quien deberían tomarle una foto. Caminé de la mano de Allan, observando como una pequeña niña la maravilla que me rodeaba. Al ingresar, Allan entregó el sobre de las invitaciones e ingresamos por una sombría puerta.

Me deslumbré.

Habíamos ingresado al lobby del evento. Un sutil hombre vestido con un traje de camarero nos ofreció a ambos una copa de vino, y la recibimos con gusto. Él volteó su rostro un segundo para cerciorarse de que yo siguiese viva.

Segundos después, un apuesto hombre alto, barbudo, con el cabello corto y negro; se acercó a nosotros de la mano de un hombre mayor, canoso, con el cabello blanco grisáceo y una sonrisa cariñosa.

— ¡Allan Pittman! —lo estrujó en un abrazo el primer hombre— ¡Qué maravilla teneros aquí! ¿Vienes con tu familia?

El segundo hombre también se fundió en un abrazo con Allan.

— ¡Thomas, Richard! —los saludó con calidez— Sí. Han venido todos.

Ellos tres voltearon a verme.

— ¿Quién es esta belleza de mujer, Allan? —gritó el hombre identificado como Thomas— ¿Habéis, por fin, cogido juicio?

Me ruboricé instantáneamente.

— Thomas, Richard. Os quiero presentar a Rosie Cahill, mi novia.

El mundo se paralizó, mientras se derrumbaba a mis pies.

— Querida, un placer conocerte —extendió su mano Thomas—. Mi nombre es Thomas Carlyle Ford. Él es mi esposo, Richard Buckley.

Mi fría y paralizada mano apretó en forma de saludo la mano de ambos correspondientemente. Era Tom Ford y su esposo. Mi cuerpo conservaba una fuerza sobrenatural para mantenerme aún de pie.

— Un... un placer... conocerlos. A ambos —sonreí avergonzada.

— ¿Así que has sido tú la que ha impuesto juicio sobre éste hombre? —preguntó Tom.

— Qué envidia tan grande, querida —añadió Richard.

Asentí levemente, sin saber qué responder.

— ¡Pues aprovechadle! —articuló Tom— Este ha sido uno de los hombres más guapos en toda la existencia.

— Y uno de los más codiciados —señaló Richard, señalando con sus ojos a las mujeres que nos observaban.

— Suficiente, caballeros —respondió Allan, con el ego en el cielo—. Iremos a buscar a mis padres para tomar asiento. Saludad a Rachel, estuvo preguntándoles toda la semana.

— ¡Nuestra querida Rachel! —respondieron al unísono— Un placer, querida.

Ambos me estrujaron en un abrazo y tuve que contener el deseo de romper a llorar de la emoción. Volví mi cuerpo a Allan cuando nos vimos a solas, y analicé su expresión.

— ¿Novia? —le pregunté entre risas.

— Sí —respondió audazmente—. Ahora vamos, el show va a comenzar.

— Espera.

Él me observó y endureció su rostro.

— ¿No te ha gustado la sorpresa? —preguntó seriamente.

— ¡¿Qué si no me ha gustado?! —mi voz se quebró y mis ojos se empezaron a humedecer— Ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida entera. Gracias Allan. En serio... Mil gracias.

1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora