Capítulo XVIII

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Solté un grito estrepitoso, la mirada de todos los presentes en la enorme casa se clavó en mí. Incluso la de Mia, que por fin había aparecido; incluso la de Paul, y más importante, incluso la de Rachel.

Ella guardó el cuchillo de nuevo en su bolsillo trasero sin que Tom lo notase. Me solté del agarre que Mia me había dedicado sorpresivamente, y hui del lugar.

Cuando entré al auto las llaves se resbalaron de mis manos bañadas en sudor, temblorosas y agitadas. El corazón me latía más rápido que nunca, y las lágrimas se desbordaban de mis ojos nublando mi campo de visión. Paul golpeó la ventana de mi auto, pero yo ya lo había puesto en marcha.

Quise huir, pero cinco minutos después, el auto de Paul y el de Rachel me seguían. En seguida mi teléfono comenzó a sonar, y el mensaje de voz al que había dado paso empezó a escucharse en el interior del auto.

"Rosie... por favor. Soy Allan. Contéstame cariño. Todo esto... No es lo que piensas Rosie. Ven a mi casa. Por favor. Déjame hablarte".

Su voz era temblorosa, agitada, agrietada y preocupadamente dolorosa. Me deje caer en el asiento, observando por la ventana cómo había llegado a la carretera para entrar a la ciudad. Atrás no se encontraba ningún auto, así que aparqué y apagué el motor.

Pero abruptamente mi ventana se quebró, divisé a Paul, quien la quebraba; y a Rachel, quien me acercó un pañuelo al rostro mientras me inducía en un profundo sueño, escuchando mis gritos de auxilio.

— ¡No era la manera, Rachel! —escuché el grito de Allan.

La cabeza me daba vueltas. Despertar se sentía como mil agujas en la frente.

— ¡¿Entonces cuál era la puta manera, Allan?! —respondió ella de vuelta— Al menos la hemos traído.

— ¡¿Pero qué coño has hecho, Rachel?! —gritó Aaron— ¿Es que no te das cuenta que hemos de contarle todo? ¡Todo!

— ¡Jesús, papá! Debiste ver a la pobre chica, no iba a escucharnos —de nuevo sonó la voz de Rachel.

Busqué fuerzas en mi interior para levantarme. Tomé firmemente las tijeras que se encontraban en la mesa de al lado, y las empuñé con mano firme hacia la multitud de familia Pittman que me rodeaba. Choqué contra una pared, y me sentí encerrada.

— Os pido..., ¡no! —grité en lágrimas— ¡Os ruego! ...Sí, ¡os ruego que me dejéis ir!

Allan paseaba su mano derecha por su cabello hasta llegar a su nuca, y se devolvía, en señal de desesperación. Sus ojos se encontraban destellantes de tanto reprimir las lágrimas. Catherine se refugiaba en los brazos de Aaron, y lloraba desconsoladamente mientras todos estiraban su mano, quizá en modo de protección no hacia ellos, sino hacia mí.

— Por favor, Cahill —articuló Paul—. Dame esas tijeras.

— ¡No! —grité en lágrimas.

— Rosie —exhaló Allan—, mírame Rosie —pidió—. Soy yo, y te quiero. Y te pido que me escuches.

— Allan —susurré en medio de las lágrimas—, das un paso más ¡y las uso, Allan!

Catherine y Rachel soltaron un grito.

En cuestión de segundos, Allan se lanzó en mí. Tomó las tijeras y las arrancó de mi agarre, provocando que la parte afilada rasgara la palma de mi mano. Solté un grito de dolor mientras me encogía, y la mirada de los presentes se volvió hacia mí. Allan se giró, con el rostro pálido y asustado, y observó como la sangre se acumulaba en mi palma.

— Rosie, cariño —gritó—. Lo siento mucho, Rosie.

Corrió a ayudarme y estiré mis brazos pidiéndole que se detuviese.

1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora