Capítulo XVI

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Dos horas después, mi padre y yo nos encontrábamos zangoloteando por la sala, esperando alguna noticia. Sus llamadas seguían transfiriéndose al correo de voz, y la angustia se apoderaba de nosotros cada segundo más.

Tomé las llaves del auto de mi padre. Si estaba en algún sitio, yo creía saber en dónde.

— ¿A dónde vas? —gritó mi padre.

— Voy por Elliot.

Me encontraba frente a la enorme casa de los Pittman. Me bajé del auto para tocar el timbre, y en breve la puerta corrediza empezó a abrirse. Por la puerta observé el rostro adormecido de Aaron, sin embargo, el auto de Elliot no se encontraba aquí. Tomé un suspiro y me bajé del auto.

— Dime que está aquí... —susurré, afligida.

— ¿Qué dices, cariño? —respondió confundido.

Me encogí de hombros frente a Aaron, y las lágrimas empezaron a brotar. Su rostro confundido se transformó rápidamente en una palidez asustada. Caminó hacia mí, dejando caer sobre su cuerpo la bata de seda que llevaba puesta, y me estrujó en un abrazo.

— ¿Buscas a Allan? —preguntó sin saber qué hacer.

— Busco a Elliot.

Él se soltó de nuestro agarre para volver su mirada a mí, preocupado.

— ¿Elliot?

Solté un sollozo.

— Ven, voy a darte un poco de café caliente.

Entré con Aaron sosteniendo mi frágil cuerpo, para encontrarme a Catherine de pie sobre las escaleras, con los ojos entrecerrados por la pesada luz. Traía una bata igual a la de Aaron, pero distinta de tono. Bajó rápidamente las escaleras y me tomó en sus brazos.

— ¡Oh querida! ¡¿Te sucedió algo?! —gritó— ¿Te han herido? —tomó mi rostro en sus manos y lo observó detalladamente— ¡¡¡Allan, cariño!!!

Jesús.

Del pasillo de la escalera apareció un Allan alterado. Bajó las escaleras en una carrera, y bajo la luz de la sala pude divisar su rostro angustiado y afligido. Sus cejas estaban fruncidas, y su boca revelaba una mueca de dolor, como si necesitase de ella para tomar aire.

Me cogió del rostro y me examinó, mientras gritaba mi nombre preocupado. Me solté enojada y lo observé.

— Elliot no aparece —lloré.

Catherine soltó un grito que la hizo refugiarse en los brazos de Aaron. Por el pasillo se asomó un Matthew igual de asustado, y una Rachel afligida. Al verla, asumí de una vez por todas que Elliot no se encontraba aquí.

— ¿Qué... qué ha pasado?

El tono de su pequeña y adormilada voz era doloroso. Los ojos de Rachel parecían haber perdido brillo, y su rostro empezó a transformarse en una completa osadía. Sus profundos ojos azules de repente empezaron a llorar.

— ¿Qué ha pasado con Elliot? —preguntó de forma casi inaudible.

— No aparece, Rachel. ¿Sabes algo de esto? —la reprendió Aaron.

Rachel cayó de rodillas al suelo, y agarró su frágil cabeza en sus manos, mientras todos saltaban a sostenerla.

— Es mi culpa —sollozó—. Oh, mierda. Es mi culpa... Él y yo... He roto con él en la tarde. ¡Es mi culpa!

Por un segundo, deseé aniquilarla.

Sin embargo, yo no conocía la relación que llevaban aparentemente. El día anterior no habían parado de besarse, pero eso ahora parecía ser un simple recuerdo.

1789Donde viven las historias. Descúbrelo ahora