Athanasia está muy confundida. Demasiado confundida.
Durante toda su infancia creyó que su madre era Diana, la bailarina de Siodonna, aquella mujer que fue en enviada cómo regalo para su padre, el emperador Claude de Alger Obelia.
Entonces ¿Por qué...
Reposando su cuerpo en uno de los sofás de la amplia habitación, el emperador trataba de descansar.
Pero no le era posible, solo cerraba los ojos para aliviar el repentino cansancio que últimamente sentía al final del día.
Era de noche, quería dormir. ¿Que le pasaba a su mente para no obedecer?
— Esa mocosa...
Athanasia. Aquel día no fue el más agradable ya que su visita se basó en un interrogatorio "sutil" sobre el.
Nada pasaba con ese hombre. Ni siquiera sabía quién era y aquella mocosa se atrevía a atosigarlo con preguntas incómodas e incoherentes, esperando que resuelva sus dudas.
Dejo que su cuerpo se moviera solo y se sentó. Observando las botellas en el suelo. Por qué, bebió por simple estrés.
No era nada nuevo, el bebía todo el tiempo y nada pasaba. Lo hacía por qué era una forma de calmarse y dormir o en su defecto, desmayarse.
Los pasos a su costado lo hicieron apartar su mirada del suelo. Estaba algo aturdido pero su vista era intachable. No por nada combatió día y noche en su niñez contra tropas enemigas.
Los ojos rosados le devolvieron la mirada, aquellos diamantes rosados traspasaron su alma.
— Claude.
Las suaves manos acariciaron su rostro con amor. Cerro los ojos para apreciar el dulce toque. No de una madre, amiga o amante. Era algo mucho más, más profundo que eso.
Tembló al sentir las manos en su cuello.
Los delgados dedos se posaron en sus labios, tocando, presionando...
— Mi amor... ¿Que te ocurre?
El cálido aliento cerca suyo hizo que abriera los ojos lentamente.
Ambos se observaron mientras el hermoso hombre peli azul se aproximaba a sus labios. Claude no lo detuvo, solo relajo su cuerpo y entre abrió los labios en espera del beso.
Cerca... Centímetros los separaban.
El corazón del emperador latió con fuerza y el dolor en su cabeza lo hizo jadear. Cerro con fuerza su mirada por el dolor.
Y al momento de hacerlo, la sensación desapareció.
Al abrir los ojos ya nadie estaba con el.
Golpeó la mesa frente a el, rompiéndola en dos por la brutal fuerza. Sujeto sus cabellos y los jalo con furia nada contenida. Tan cerca. Tan cerca de probar los labios desconocidos.
¿Era la primera vez que se veían?
No. Siempre lo atormentaba en sueños pero nunca de esa manera. Nunca lo tuvo de maneras física.
Quería llorar. Quería gritar. Quería maldecir a toda la existencia por enviarle ese castigo.
Desde que conoció a Athanasia, aquel hombre no lo dejaba. Día tras día, noche tras noche. Siempre le hablaba. Siempre le sonría y tomaba su mano. Siempre le decía que lo amaba.
El dolor volvió con fuerza. Mareado, busco estabilidad en el sofá. Recostando su cuerpo y dejando que la conciencia se fuera al caño. Por fin, algo de paz.
. . . . . . . . . .
Su mente se revolvió. Se hundió.
. . . . . . — Desde ahora, ese niño será el prisionero del imperio. Athanasio, espero puedas encargarte de el debidamente. Y tú, bueno, no estorbes.
. . . . . . .
— ¡U-un gusto conocerlo p-principe Claude! Y-yo no creo que mi nombre sea de importancia...
. . . . . . .
— C-claude, ¿De verdad me estás diciendo esto? Yo solo soy un prisionero. Tu hermano, el, solo viene y...
. . . . . .
— Claude, mi corazón late solo por ti. Te amo tanto que estoy dispuesto a sacrificar mi vida por ti. . . . . . . . . .
— ¡Estoy embarazado! ¡Vamos a tener un bebé! . . . . . . . . .
— Claude.... ¿Por qué lo hiciste? ¿No dijiste que me amabas? Claude Y-yo ¿No soy suficiente?
. . . . . . .
El dolor volvió. La claridad también.
Estaba solo en su habitación.
Despertó y se encontraba empapado en sudor. La respiración le fallaba.
¿Aquel hombre era...
— ¡Ugh!
La oscuridad se apoderó de su visión. Antes de caer en el sofá, la forma borrosa de aquel hombre lo observó.
— Celestino...
—
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