17. Sobre nuevos comienzos

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La chica tomó su bicicleta y se marchó rumbo a juntarse con Remus

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La chica tomó su bicicleta y se marchó rumbo a juntarse con Remus. Siempre le había gustado la bicicleta, incluso más que la escoba voladora. Le gustaba sentir el esfuerzo en sus piernas, el viento despeinando su cabello que ahora estaba casi llegándole a la barbilla. Su padre siempre le hablaba sobre como en el futuro las bicicletas serían mucho más útiles que los autos debido a la congestión que estos producirían en las calles. Eugiéne creía que tenía razón, su dulce padre siempre tenía la razón. 

Remus no podía creer que había recibido respuesta y que esta implicaba, además, una reunión en persona. Se sentía nervioso. Se echó la piedra en el bolsillo por si acaso. Eligió sus mejores pantalones y el chaleco menos remendado que tenía. Caminó, anduvo por casi cuarenta minutos hasta llegar a su lugar de reunión. Notó una silueta a lo lejos que se acercaba cada vez más rápido. Era Eugiéne, con el pelo un poco más largo y despeinado, sobre una bicicleta roja.

—Hola —saludó tímidamente el muchacho.

—Hola. Me alegra verte, Remus. De verdad. —respondió la chica. Le invitó a sentarse en una gran roca frente a los acantilados, lo suficientemente alejados de ellos.

—Gracias por responderme. Sé que no era tu deber.

—Yo también encontré una piedra. Cambia su temperatura cuando alguien miente, siempre se mantenía tibia cuando estaba junto a ti. Severus me advirtió una vez que estabas mintiéndome, pero intenté ignorarlo, aunque en el fondo sí le creía un poco. Luego, ocurrió... lo de ese día. Debo admitir que me enojé muchísimo, tan cegada por la ira estaba que arremetí contra mi cabello —soltó una risa mientras se lo tocaba. —No tarde mucho en ponerme en tu lugar, en saber que yo también le mentiría a todo el mundo de estar en tu posición. No me dolió tanto el hecho de que me mintieras, lo que me hirió fue sentir que pensabas que yo sería como el resto, que te discriminaría, que te odiaría por eso. Por Dios, eras un niño, no tienes la culpa de lo que ocurrió, solo fuiste una víctima. Sé que mucha gente mira con recelo tus cicatrices, puede sonar tonto, pero a mí me gustan, siento que le otorgan personalidad a tu rostro. Me gusta tu rostro. Me gusta pasar tiempo contigo, me gusta contarte sobre los problemas de Brianna —Remus soltó una risa débil. —Me gustas, Remus. No me gustaría perder...

No fue capaz de seguir hablando porque el chico la estrechó entre sus brazos. También le gustaban sus abrazos. 

Eugiéne nunca había sido muy buena para decir las cosas de a poco como Remus, ella tendía a acumular cosas y luego soltarlas sin más. 

Remus tomó la piedra de su bolsillo y se la entregó. Era rosada, muy rosada. 

—Es una linda piedrita —dijo Eugiéne. Tomó la que ella tenía en su bolsillo y se la entregó a Remus. Estaba fría, ya no había secretos entre ellos.

—Creo que deberíamos tirarlas al mar, podrían generar problemas en el futuro —propuso el muchacho. 

—Sí, pienso lo mismo.

Sonrieron y las lanzaron con todas sus fuerzas. Ambos tenían una sensación de alivio en el pecho. Era ese sentimiento que aparece luego de haber llorado, luego de descongestionar el corazón. Las mejillas de ambos estaban rojas y frías, la brisa marina les escocía los ojos por la sal. Se mantuvieron en silencio por un largo rato.

Eugiéne miró Remus, que estaba ensimismado observando una gaviota a lo lejos. Su cabello se veía más claro por el reflejo de los rayos del sol, sus cicatrices se veían más blancas que rojas, sus labios, delgados, se veían resecos por la sal de mar. Aun así, tenía curiosidad por ellos. Por sentirlos. 

—Remus, ¿crees que podríamos besarnos? 

El chico abrió los ojos como dos platos de sopa. Se mordió los labios inconscientemente. Asintió suavemente. Siempre había leído y visto en películas que era el chico quien tomaba la iniciativa y besaba a la chica. Estaba a punto de ser besado por Eugiéne. 

La chica apoyó su mano en el hombro de Remus y se acercó delicadamente a su rostro. Estaban a menos de tres centímetros. Cerró sus ojos y tocó los labios del muchacho con los suyos. Los mantuvo juntos por algunos y se separó. Eran suaves. 

—¿Podemos hacerlo de nuevo? —preguntó la chica. 

Remus abrió aún más los ojos. Estaba sorprendido e intimidado por la actitud de la chica. Tenía los labios perfectamente rosados.  Asintió nuevamente.

Eugiéne repitió la acción, intentando separar un poco más los labios. Era la primera vez que besaba a alguien. Le agradaba la idea de que ambos fueran inexpertos. Le gustaba que al acercarse a él, siempre oliera a chocolate. El aroma estaba impregnado en Remus.

—¿Otra vez? —su madre le había enseñado que el consentimiento era importante.

—Gin, no tiene que preguntarme cada vez que vayas a besarme —respondió Remus. Tenía las mejillas ardiendo. La chica depositó reiterados besos pequeños sobre sus labios y mejillas.

—Creo que me gusta besarte —dijo ella, sonriendo.

—A mí también me gusta —respondió con un poco de menos timidez. 

—¿Qué somos ahora? ¿Novios? 

—Si tú lo quieres, sí. Yo estaría encantado de ser tu novio —dijo el chico con un poco de risa en su voz.

—Yo no sé si quiero ser tu novia. No me lo has pedido, además tengo a Gigi, no sé si le agradaría la idea de que deba entregarle mi amor a alguien más.

—No creo a Gigi le moleste. Sé mi novia, Eugiéne... por favor. 

—Está bien. — la chica mostró una gran sonrisa. Remus la tomó por las mejillas y la besó, un poco más profundo que las veces anteriores.

Los primeros amores no suelen durar toda la vida, son especiales, tiernos, intensos, fugaces, llenos de dulces recuerdos, recuerdos que te encantará rememorar en el futuro. Sin embargo, siempre hay excepciones, maravillosas excepciones que algunos pocos son capaces de vivir. 

Fin.

¿Creen que termina aquí? No

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¿Creen que termina aquí? No. Nos queda un epílogo, muy muy cortito pero que endulza el corazón.

 Nos queda un epílogo, muy muy cortito pero que endulza el corazón

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