Cuando la luz nos quiera ver

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¡Advertencia!
Capítulo +18 no olviden NO ROMANTIZAR lo que será visto en la lectura.

Los días pasaban y Andy se recuperaba, tanto física como mentalmente, las heridas cerraban por completo y los moretones desaparecían sin dejar rastro.

Ben lo había llevado a que tomara terapia psicológica constantemente para tratar el trauma al igual que lo llevaba al doctor una vez al mes para hacer un chequeo completo del estado físico del chico. Ben dejó por completo las drogas y el alcohol para dedicar todo su tiempo en cuidar al cachorro.

A su hijo solo lo veía una vez al mes, así quedó la orden cuando se divorció de su ex esposa Taira, no podía verlo más tiempo al haber caído en las adicciones.

Después de la llegada de Andy, Ben se reformó, consiguió un trabajo digno como mecánico, para poder darle todo lo que necesitaba a su hijo y al bello omega que cuidaba. El sueldo base no era tan malo pero conforme pasaban los años hacia un mejor trabajo, logrando así subir de puesto, ya no era el que le tocaba hacer el trabajo pesado, ahora era uno de los veteranos que mandaban y daban órdenes a los novatos.

Andy y Ben formaron un lazo inquebrantable, lleno de confianza y lealtad, creyendo el uno en el otro, como padre e hijo, pero en este caso madre e hijo ya que Andy se negaba a decirle por su nombre, siempre se aferró a la idea de llamarlo mamá o mami puesto que le recordaba a la figura de su madre quien era la que más lo amaba en el mundo y quien le brindaba cariño, protección y amor.

Habían pasado 2 años desde aquel fatídico día donde lo encontraron, Andy tenía ya 10 años, creció muy pocos centímetros pero nada ni nadie podía negar la belleza de su rostro, era totalmente hermoso, cada parte de su ser era perfecta como si no fuera de este mundo, a pesar de no estar desarrollado al 100% ni tampoco le había llegado su celo. Era tan exótico, tan magnifico, tan fascinante.

Un ángel, esa era la definición perfecta para describir su ser. Su olor podía distinguirse un poco más, un sutil aroma dulzón embriagante le recorría el cuerpo, siendo que no se había intensificado al no llegar a la pubertad donde aparecería el celo del infante.

Cuando llegaban los días de celo de Ben tenía que pasarlos en otro lugar para poder mantener al omega a salvo, usaba supresores ayudando un poco a controlarse. Pedía ayuda a Taira para pasarlos en su casa, ella lo permitía y encerraba por 3 días. Dejaba a su hijo a su cuidado, este era quien le dejaba comidas en la puerta sin meterse a la habitación del alfa y ella iba a casa de Ben a cuidar a Andy.

Cada ciertos días de cada mes sus sentidos se agudizaban al máximo, alcanzando a oler la dulce fragancia que desprendía el cuerpo del omega sacándolo de sus casillas, el olor, su figura, todo de él le hacía perder el control hasta dejarlo sin razonamiento siendo controlado únicamente por sus instintos.
Se aborrecía a sí mismo, le asqueaba la idea de que un crío se la pusiera tan dura como roca, que su pene chorreara, pidiendo a gritos llenar su garganta con litros calientes de su semen hasta que se desbordara. Eso era lo que le provocaba Andy  con tan solo verlo, pero, lo que más le horrorizaba es que aquel chico era como un hijo para el. No podía ir en contra de la naturaleza de su alfa, pues este lo obligaba a tener esos pensamientos únicamente durante el celo donde la parte más primitiva se despertaba en busca del placer y la procreación, mientras la parte racional quedaba muy en el fondo hasta desaparecer.

El tono de llamada interrumpió la conversación que tenía con un paciente. Sacó su teléfono rodando los ojos al ver el nombre en la pantalla. —¿Ahora qué Ben?—

—Necesito ir a tu casa de nuevo.— respiraba agitadamente tropezando las palabras.

Las pupilas de la beta se expandieron de par en par alarmada. Ya sabía de que se trataba. —Ve rápido, ya sabes dónde está la llave y no te preocupes por Yusak, sigue en la escuela.— cortó la llamada, volviendo a atender a la persona que estaba frente a ella. Le preocupaba la situación pero no mucho pues ya había pasado otras veces sin ningún peligro.

El jardín de las delicias Donde viven las historias. Descúbrelo ahora